Parecen términos sinónimos y, en
realidad, habría que discutir mucho sobre la correlación de
esos dos términos.
Es cierto que en las elecciones de 1982, las de aquel 28 de
octubre, en la publicidad del PSOE, pudimos leer todos:”Por
el cambio” y ese cambio se dio, aunque no estemos todos
seguros de que fuera para mejor.
Y es que, cuando el PSOE llegó al poder, con nueve millones
de votos a su favor y con una mayoría aplastante, ya estaba
desmontado el franquismo, porque la UCD con muchos problemas
internos, con cambio de presidente y sin una mayoría
absoluta, en ningún momento, fue capaz, en muy poco tiempo,
de desmontar lo que parecía, porque así se había aireado,
que estaba “atado y bien atado”.
Ya por aquellos días, desde el PSOE se habían lanzado dardos
envenenados contra Adolfo Suárez, primero y contra Leopoldo
Calvo Sotelo, después, en el ocaso de la UCD.
Con el PSOE se daba un giro, no tan a la izquierda como
habían alardeado, ni tan a la honradez como se publicaba,
por aquello de los cien años de antes.
La mayoría absoluta y aplastante, que logró el PSOE, nadie
la puede poner en tela de juicio. La legitimidad de su
llegada al Gobierno está fuera de dudas, pero el “cambio”,
si es que lo hubo empezó a ir acompañado de otras cosas.
Del Gobierno de Adolfo Suárez nadie ha podido hablar de
amaños y favores a sus más allegados, de los gobiernos de
Felipe González se han escrito muchas cosas y pocas de ellas
se han llegado a desmentir con rotundidad, especialmente, a
partir de la segunda legislatura en el poder.
Y es que poner las manos sobre la candela implica que te
puedes quemar, y la primera quemadura de González la tuvo
con su –en otros tiempos- inseparable Alfonso Guerra, un
gran político, por otra parte.
Aquello queda muy lejos, era el cambio de España anunciado
por el propio Guerra, que llegó y pasó, pero fue un cambio,
poco a poco, hacia la cleptocracia, que comenzó con el PSOE
en el poder, no con otros y con quien sigue, en más terrenos
de los que serían deseables.
Y no digo que con otros no lo haya, porque ahí está Cataluña
con CiU, o ahí está un Bárcenas cualquiera con el PP. Esto
parece el cuento de nunca acabar, más por los hechos que por
las simples palabras.
Y ahora vuelve a salir Rubalcaba a la arena. El eterno
Rubalcaba, el político más contrapuesto a la seriedad y a la
claridad, de cuantos “se han vestido de largo”, en los
últimos 35 años.
Rubalcaba dice que “no nos podemos permitir un gobierno
torpe y mentiroso”, lo que nos faltaba, que Rubalcaba hable
de gobiernos mentirosos, cuando él ha participado de la
mentira constante, desde que formó parte del primer
Gobierno, y ahora en la oposición no hay quien recuerde una
verdad suya, ni en lo que dice, ni en lo que ha hecho.
Pérez Rubalcaba, el hombre que ha recibido la mayor derrota
en los años de “democracia”, ahora hace un llamamiento a los
ciudadanos, para no caer en el “pesimismo social” y ya sueña
con que el PP va a perder las próximas elecciones y que
“cambiará lo que está haciendo el Gobierno”. Soñar no cuesta
dinero y soñar despierto menos. Eso del cambio podría
convertirse en un sueño más.
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