La pena de muerte no tiene sentido
en un mundo pensante. No es la solución a nada. Es más bien
un problema. Con qué poder se dejan a unos niños sin padres.
Además, se pueden no respetar las garantías procesales, o
incumplir normas internacionales, tomando la justicia como
venganza. Cualquier realidad injusta es posible. No somos
dioses y las decisiones arbitrarias tampoco son un
imposible. Por otra parte, el mismo derecho natural a la
vida, conlleva la exclusión de la pena de muerte en todas
las circunstancias. También los criminales tienen derecho a
vivir. No digo que no haya que cumplir condenas, pero la
sanción de la pena capital es el correctivo de la torpeza, o
si quieren el castigo de la vergüenza. En todo caso, las
penas impuestas han de encaminarse a corregir
comportamientos, a reinsertar actitudes, y, por supuesto, a
prevenir que un ser humano le quite la vida a otro.
Está visto que la disuasión criminalística no la realiza la
pena de muerte. Deberían darse cuenta todos los países, que
no tiene sentido alguno, pues, aplicar un castigo que es
contrario a la dignidad de la persona. En un mundo cada vez
más interdependiente, se debería evolucionar hacia formas
más respetuosas que la eliminación de un reo. El ser humano
no puede seguir siendo su propio enemigo, hay que buscar
nuevas fórmulas que reparen el desorden introducido por la
culpa, que, desde luego, no pasa por el ojo por ojo y diente
por diente. Con la aplicación de esta pena, tan absurda como
ruin, desvirtuamos hasta su finalidad reparadora, puesto que
en la medida de lo posible, debe contribuir a la enmienda
del culpable. Desde luego, el planeta tiene que liberarse de
este castigo tan cruel como inhumano, tan necio como torpe,
tan desconsiderado con su misma especie. No se puede seguir
ejecutando a los seres humanos sin clemencia, con el riesgo
siempre presente de matar a una persona inocente.
El diez de octubre es un día para la reflexión, es una
jornada mundial contra la pena de muerte, y desde esta
tribuna, yo desearía que fuese al menos una oportunidad para
interrogarnos, para meditar por esas personas a las que se
les quiere negar la existencia. Sería una gran noticia que
se suspendieran de forma inmediata todas las ejecuciones. Lo
celebraríamos. Ciertamente se han dado pasos, pero no
definitivos de la abolición universal de esta pena
ejecutoria de vidas, que es lo verdaderamente justo y
preciso. Sería una buena noticia alcanzar una moratoria
mundial. A mi manera de ver, supondría una valiente
reafirmación de que la humanidad puede enfrentarse con éxito
a cualquier realidad criminal, sin tener que acudir a la
sanción máxima de matar, que siempre es una estupidez. En
cualquier caso, no podemos seguir siendo rudos y salvajes.
Las decisiones humanas están para proteger vidas, no para
destruirlas. En consecuencia, es hora de salir del círculo
feroz de la barbarie y de activar otros mensajes menos
destructores y más restauradores (o reformadores) de
conductas.
Si en verdad somos una sociedad del conocimiento, no se
puede perpetuar la pena capital por una especie de crimen
más o menos legal. Me niego a que esta sanción punitiva
persista por muy peligrosa que sea la persona. Hay que
buscar otros cauces, otras garantías, acordes con el respeto
y no con la violencia. De lo contrario, regresaríamos a los
tiempos de Adán y Eva, y no llegaríamos a ninguna solución
con vistas a una convivencia racional en el futuro. Nunca un
conflicto fue solucionado definitivamente con la muerte del
causante. En la medida en que se trate a un ciudadano como
algo meramente peligroso, le estamos negando su carácter de
persona y, por ende, le estamos privando de poder compensar
y resarcir el daño causado. El poder punitivo no puede
dictar venganzas, porque acabará igualándose al enemigo,
sabiendo que del fanatismo a la barbarie sólo media un paso.
Esta es la gran lección que debemos extraer para no adoptar
posiciones tan brutales o más que el propio penado.
|