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OPINIÓN - VIERNES, 11 DE OCTUBRE DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Humildad
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hace muchos años me contaron que había una monja de clausura cuya humildad no tenía parangón dentro del claustro. La religiosa cundió entre sus compañeras que se le aparecía la Virgen a cierta hora de la noche. Y la madre superiora no dudó en comunicárselo al sacerdote encargado de la salud espiritual de las hermanas. Y éste, a su vez, se dirigió al deán de la catedral de la ciudad.

El deán, experto en situaciones de la vida y, por supuesto, de la vida religiosa, se presentó en el convento y reunió a todas las enclaustradas. Y, tras los saludos de rigor, lo primero que hizo fue preguntar: Por favor, ¿quién es la santita…? Y la santita brincó de su asiento para contestar con un yo rotundo.

El deán, hombre curtido en mil batallas, entendió a vuelta de manivela que aquella monja estaba tan falta de humildad como capacidad le sobraba para embaucar a todas las compañeras por medio de una falsa humildad. Humildad fingida. Que no deja de ser una actitud peligrosa. Tan peligrosa como para que yo nunca me haya cortado lo más mínimo en darle la razón a quien dijo que una sociedad de fanfarrones es plausiblemente concebible; una sociedad de humildes sería inhabitable y peligrosísima.

La de fingidos humildes que me habré tropezado yo en el mundo del fútbol. Esa escuela de vida de la que tanto hablaba Albert Camus. Eso sí, y sin ánimo de presumir, a mí se daba muy bien descubrirlos con celeridad.

En Ceuta hubo un futbolista que pasaba por ser lo más parecido a la santita de la que he hablado más arriba. De expresión sombría, ademanes parcos y escaso de sonrisa. Estaba convencido de que para dar el pego de tanta modestia acumulada tenía que esperar pacientemente a que se le preguntara. No hace falta decir que nuestro hombre contaba con el aprecio de los directivos y metía baza a espaldas de todos los demás componentes de la plantilla. Con fines interesados.

Aquel futbolista, cuyo nombre no mencionaré, se desmigajaba en obsequiosidades y palabras lindas, cuando se le daba cabida en la conversación, con semblante de hermano refitolero. De él recuerdo que nunca aceptaba una crítica. Era un convencido de que jamás hacía nada mal. Que los errores los cometían siempre los otros. Y en última instancia el entrenador. A quien además acusaba de gustarle mucho la noche y de incumplir sus obligaciones.

Aquel muchacho gozaba de un respeto enorme entre los directivos. Y, como no podía ser de otra manera, hizo tan buenas migas con Juan Vivas como para convertirse en persona de su confianza. Despachaba todos los días con él y hasta se tomaba la libertad de enjuiciar vidas y actuaciones ajenas. Mientras la suya pasaba por ser intachable.

Aquella Agrupación Deportiva Ceuta dispuso de dos personas humildes. De dos humildes ficticios que hacían y deshacían en el club. Poniendo cara de no haber roto un plato en su vida. Aunque sigo reconociendo que ambos gozaban de mucho oficio para escenificar su mansedumbre, sencillez y dulzura de tres al cuarto. Lo cual no evitó que todo acabara como el rosario de la aurora.

Ustedes se preguntarán a cuento de qué viene que uno salga hoy recordando cosas del pasado y referentes a la falsa humildad. Y a mí me toca decirles que nuestro alcalde, en vez de reconocer sus errores, como todo quisque, sigue hablando como si fuera el santo Job. Atiborrado de humildad y paciencia. Porque los malos son los demás. O sea… los otros.
 

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