La conversación transcurre por
cauces tranquilos. El sosiego no decae ni siquiera cuando se
habla de José Mourinho: cuya valía como entrenador es
tan evidente como el odio que le profesaron los componentes
del grupo Prisa en todas sus secciones.
La charla, sin embargo, toma pronto la senda de la política.
Y, como no podía ser de otra manera, sale a relucir el
nombre de Juan Vivas. Y, claro, los cuatro
contertulios, durante sobremesa muy divertida e interesante,
van exponiendo sus opiniones acerca de nuestro alcalde.
Uno no se corta lo más mínimo en decir que lo peor de
nuestro alcalde es que siempre cree tener razón. Lo malo es
que, cuando no la tiene, no duda en ignorarlo, y desemboca
en la sinrazón. Sin percatarse de que todavía hay
innumerables ceutíes que no son caballos de espuelas.
Otro basa su parecer en la falta de estatura de la primera
autoridad municipal. Lo cual cree que condiciona sus
comportamientos. Porque las personas de baja estatura son
más propensas a la irritación y a comportarse de modo nada
claro ni fiable.
El tercero que toma la palabra está convencido de que
nuestro alcalde tiene el “complejo de Napoleón”. Por lo que
su forma de proceder tiene mucho que ver con su condición de
bajito. Y, aunque aparente ser comedido en el decir y poco
dado a la bronca, se dedica a matarlas callando. Lo cual,
como es sabido, lo lleva a conveniencia: fingiendo bondad y
comedimiento.
Yo, que soy el cuarto en entrar en acción, demoro unos
segundos mi parecer. Carraspeo. Reparto la mirada entre los
tertulianos, dándome cierto pote por saber que mis
conocimientos del personaje son más que mis compañeros de
charla, y decido largar…
Veamos. Ser bajito es una condición que no impide tener
reconocimiento social y mucho menos causa malaúva en quien
no ha nacido para ser profesional del baloncesto. De la
misma manera que ser muy alto tampoco es motivo para que se
diga que, cuando las ideas le llegan a la sesera, la guerra
ya ha terminado.
Tampoco es verdad que Napoleón fuera muy bajito. Se
habla de que tenía uno setenta. Estatura que para su época
estaba más que bien. Ojalá que los niños españoles de la
posguerra hubiésemos sido tan altos como el emperador
francés.
Por cierto, ¿sabéis que Napoleón es el ídolo de nuestro
alcalde? Me consta que siente verdadera admiración por él.
Incluso, aunque Vivas no es muy dado a la lectura, ya que es
un ejercicio que le produce tanto abridero de boca cual
sopor, sé de buena tinta que ha leído mucho de lo que se ha
escrito sobre el personaje. Y hasta hubo un tiempo en el
cual adoptaba gestos que lo delataban como un ferviente
admirador del marido de Josefina.
Yo recuerdo a nuestro alcalde con una mano dentro de la
chaqueta, tal y como la metía en su camisa el francés. La
mano escondida de nuestro alcalde me hizo a mí creer que
éste podría pertenecer a una logia. Aunque alguien del PP me
sacó de dudas: tal vez sea del Opus Dei. Tampoco me lo
aseguraron. Asimismo comenzó a peinarse hacia delante y
dejándose el flequillo napoleónico tan visible como para
indicarnos que en él reside todo el poder de esta ciudad.
Eso sí, flequillo de emperador y bigote, según me decía
alguien que es muy observador, no casaban. Nuestro
emperador, la verdad sea dicha, ha venido a menos. Muy a
menos. Si bien volverá a ganar las próximas elecciones. Pues
menudos son los emperadores como para darse por perdidos.
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