Se convirtió en figura
indiscutible de esta ciudad en cuanto accedió a la alcaldía.
Generó un ambiente de entrega a su persona como jamás nunca
antes se había visto. Cuando salía a la calle la gente lo
paraba, lo tocaba, lo piropeaba, lo aclamaba. Y él,
dejándose querer, componía una imagen corporal que
encandilaba a las muchísimas personas que trataban de
abordarlo. Es un alcalde tan humilde y tan buena persona,
decían muchas mujeres, talluditas ya, que no nos lo
merecemos.
Los paseos de nuestro alcalde por las calles de la ciudad
eran casi diarios. Cualquier tiempo y motivo eran los más
idóneos para ir del parque a la alameda. Vamos, desde la
plaza de África a la de los Reyes. Y allá que los viandantes
se paraban en las aceras para ver el espectáculo que ofrecía
Juan Vivas al frente de una comitiva que parecía
llevarlo bajo palio. Mientras él saludaba a derecha e
izquierda y repartía sonrisas por doquier.
Los barzones de nuestro alcalde por las calles céntricas
eran todo un acontecimiento. Y gran parte del personal se
sabía de memoria días, horarios, y trayectos para vivir un
espectáculo único. Ni que decir tiene que aquel fervor hacia
su persona, hacia la persona del alcalde, le vino de
maravilla para demostrar que a cumplido no le ganaba nadie.
Que lo era más que un luto alicantino. Que ya es serlo. Tan
ceremonioso como para que se dijera que un día, estando en
plena efervescencia de saludos, se le ocurrió preguntarle a
una señora por cómo estaba… Y ésta, con cierto gracejo, le
respondió: ¡Juan, hijo, si soy tu suegra! Puede que sea
leyenda urbana. Aunque no descarto que sea un hecho real.
Tampoco carecían de interés sus caminatas mañaneras. Muy
mañaneras. Las cuales propiciaban que muchos y reconocidos
“agradaores” se apostaran en la puerta de la casa de Vivas,
esperándole para acompañarlo hasta el Monte Hacho o Benzú.
Algunos daban la impresión de haber cogido sitio al alba. Es
decir, de madrugada. Daba gusto verles haciéndole la ola
matutina a nuestro alcalde. Quien, como es lógico, vivía en
un mundo de colores. En la cresta de la ola.
Tan de colores que una mañana, durante un programa
radiofónico de una emisora sevillana, llamó una señora y
aprovechó que le dieron paso para decir que en Ceuta había
un alcalde muy chiquitito pero que los tenía como El
Espartero. Y la locutora se quedó en blanco. Tiempo que
aprovecho la fan de nuestro alcalde para hacerle el artículo
a su manera. Es un ejemplo más de cómo nuestro alcalde
irrumpió en la escena política. Repleto de poderío y
haciéndose con la plaza que celebraba la suerte de contar
con una autoridad sin par.
Hasta hace nada decir cualquier guasa contra nuestro alcalde
era exponerse a que te dijeran impropios. Hubo un momento en
el cual los había dispuesto a proclamar que era un bendito
de Dios. La mejor persona jamás nacida entre dos mares. Y
uno, que no quería ser hombre masa a tiempo completo,
principió a compararlo con Casillas. Y, claro,
hicieron todo lo posible por enjuiciarme.
Ahora, tras haberlo visto de cerca en el Centro
Penitenciario de los Rosales, el martes pasado, me he dado
cuenta de que su lenguaje corporal es deficiente. Tiene la
mirada huidiza y sus gestos son negativos. Y, por tanto, ya
no entusiasma. Lo cual me preocupa. Y mucho. Pues nuestro
alcalde está destinado a ganar las próximas elecciones. Ya
que sus adversarios son de poca monta. Así que necesita
cuanto antes sentarse en el diván de la recuperación.
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