Me he llevado una gran sorpresa y
un mayor disgusto aun, al ver en la prensa de ayer la
esquela del que fuera un gran director de la Residencia de
la Juventud, Juan José Garrido.
Siempre se suele hablar bien de aquellos que han muerto,
pero en este caso yo estaba obligado a hacerlo sobre una
persona que, sin lugar a dudas, marcó una pauta muy
importante al frente de la Residencia de la Juventud en la
Plaza Vieja, el centro más serio de estudiantes y
profesores, en la década de los 70 del pasado siglo.
La primera persona con la que yo contacté cuando iba a venir
a Ceuta, allá por el verano de 1978, fue con Juan José
Garrido y tengo que decir que fue él el que me animó e
incitó a que me viniera para acá, cuando yo tenía ciertas
dudas, al no conocer la realidad de lo que era Ceuta
entonces. Él me habló de la Ceuta de aquellos días como si
se tratara de la entrada hacia el Paraíso, con unas razones
tan convincentes como no se las he oído jamás, aquí, a nadie
de los que se consideran ceutíes por los cuatro costados.
La Residencia de la Juventud que dirigía Juan José Garrido
era el auténtico paradigma de lo que debe ser una residencia
en la que convivían, entonces, un gran número de alumnos y
varios profesores.
Él tenía una mano izquierda tan diestra como para que todos
los que vivíamos allí estuviéramos a gusto, además de que
tenía la capacidad y la seriedad suficientes para que
aquello no fuera ni la pensión de la “tía Petra”, ni la
tasca de D.Tiburcio.
Juan José Garrido con todo el equipo que trabajaba entonces
en la Residencia de la Juventud aportaron mucho a la
perfecta convivencia en un lugar en el que había seriedad y
en el que, por encima de todo, había un gran respeto.
Con Juan José Garrido como director de la Residencia de la
Juventud viví en ese centro varios años, hasta que un día,
tras haber ganado legítimamente unas elecciones, llegó un
alcalde, Paco Fráiz, que como el “caballo de Atila” entró en
la residencia y puso de patitas en la calle a todos los
profesores que estábamos viviendo allí y que pagábamos
religiosamente lo que estaba establecido.
Muchas veces, después, hablé con Juan José Garrido sobre lo
que había sido, en aquella época, la residencia y sobre lo
que había dejado de ser, tras la “siega” que había llevado a
cabo el ínclito Paco Fráiz.
Él, Juan José Garrido, no llegó a digerir muy bien aquella
actitud del alcalde Fráiz y yo, desde entonces, cada vez que
se me ha presentado la ocasión, he dicho y voy a seguir
diciendo que jamás un dirigente político podía llegar a
acometer una acción tan perniciosa y desagradable respecto a
una dependencia de su Ayuntamiento. Claro está que entonces
y otras muchas veces más, Paco Fráiz actuó, más que como un
alcalde, como un auténtico “faraón”, según lo interpretaban
varios políticos de su época, de distintos partidos,
naturalmente.
Ahora, Juan José Garrido nos acaba de dejar y nos ha dejado
tras haber sabido cumplir con sus funciones en la vida, como
un verdadero señor, un hombre de los buenos.
Muchos de los que coincidimos en la Residencia de la
Juventud, entonces, hemos recordado, en repetidas ocasiones,
las muchas cosas buenas que había allí y hoy, precisamente
hoy, los que fuimos amigos de Juan José Garrido tenemos que
resaltar toda la acción de un hombre de bien, como él lo ha
sido. Descansa en paz, Juan José, los que te apreciamos
entonces te seguiremos recordando.
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