Invitado fui a la celebración de
la festividad de Nuestra Señora de la Merced en el Centro
Penitenciario de los Rosales. Acudí presto al ofrecimiento,
debido a que el año anterior no pude acudir a un
acontecimiento del cual he venido disfrutando varios años.
Lo primero que eché de menos fue la presencia de
Alejandro Sevilla. Ese cura amigo con quien siempre me
he llevado más que bien. Su ausencia se debió a que, según
me dicen, se halla pachucho.
Pronto acudió a darme la bienvenida el subdirector del
centro: Pablo García Pacios, subdirector de
seguridad. Quien me confesó las mejoras que han venido
produciéndose en la cárcel desde que llegó Francisco José
Delgado: director. Pablo es persona afable, educada y de
amena conversación.
Patricia Salgado, a la que hacía un mundo que yo no
veía, se me acercó para presentarme a un hermano franciscano
perteneciente a la Casa Familiar Nuestra Señora de los
Ángeles de Cruz Blanca. PS es directora. Y me pidió que les
hiciera una visita. Le prometí que iría y contaría lo que
ella tanto me celebraba.
Francisco Antonio González decidió hablar unos
minutos conmigo. Se acercó un funcionario y le preguntó por
su salud. Y Pacoantonio no se mordió la lengua en su
respuesta. Tiene asumido lo que viene padeciendo y ha
llegado a la conclusión de que sólo le vale mirar hacia
delante. Y a fe que lo hace con una entereza digna de
encomio.
De pronto me vi participando en un corrillo amenizado por la
charla de varias mujeres. Y les dio por hablar de los
pueblos blancos de Cádiz. Y no tuve más remedio que sacar a
relucir el nombre de Juan Lara Izquierdo: conocido
como el artista de la luz. Nacido en El Puerto de Santa
María y pintor también de los pueblos blancos mejicanos y
marroquíes. Antes de morir me regaló varias litografías que
conservo como oro en paño. Fue gran amigo de Rafael de
Paula.
Vi venir de frente y a escasa distancia a Yolanda Bel.
Y de haber podido, créanme, se habría dado la vuelta con tal
de evitarme. La consejera de Presidencia, Gobernación y
Empleo parecía que había visto al mismísimo demonio.
Mientras que yo mantuve mi mirada educada y dispuesta a
saludarla. Pero ella no dudó en hacerse la ofendida. Está
visto que esta mujer no entiende que calificarla de honrada
a carta cabal es lo mejor que se le puede decir a cualquier
persona con dos dedos de frente. Así le va… Y le irá…
Nuestro alcalde tampoco quiso ser menos que su querida
compañera de partido y miembro de su gobierno. Intentó por
todos los medios hacerse el lipendi. El tonto. Como si
intercambiar los saludos de rigor conmigo hubiera sido
motivo muy principal para perder parte de ese prestigio que
él cree haberse ganado a pulso, durante doce años ejerciendo
de primera autoridad.
Y a mí, como ustedes comprenderán, semejante actitud de
nuestro alcalde me produjo, inmediatamente, una enorme
inquietud; una angustia terrible; un desconsuelo jamás
sentido y un miedo que se me ha metido en el cuerpo y que me
está haciendo pasar el rato más amargo de mi vida. Y no es
para menos.
Por consiguiente, cuando han pasado ya varias horas de lo
ocurrido en el centro penitenciario, todavía me puede el
canguelo. Y ando mustio, tocado de un ala y sin saber qué
hacer. Por mor de los desaires sufridos por YB y por nuestro
alcalde. ¿Qué les habré hecho yo, Dios mío? ¡Qué miedo!...
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