El hombre, afortunadamente, ha
evolucionado a través de los tiempos; de lo contrario,
permaneceríamos subidos en los árboles, como se encuentran
los homínidos y otras especies similares del reino animal.
Pero, lamentablemente, es obvio y evidente, a pesar de
encontrarnos en este siglo de progresos, libertades y
bienestares; de que haberlos los hay todavía, los que
continúan subidos en los ramajes de sus arboledas
defendiendo ciertas tradiciones atroces, a pesar de que las
mismas pueden vulnerar los principios básicos de una
sociedad cívica, progresista, moral y humana con equidad y
éticos sentimientos.
Mahatma Gandhi (político y pensador hindú), dijo entre otras
cosas: “Un país, una civilización se puede juzgar por la
forma en que trata a sus animales”, y, “cuanto más indefensa
está una criatura, más derecho tiene a que el hombre la
proteja de la crueldad del hombre”.
Por ello, si la sensatez política de la actual España, es la
que está brillando por su ausencia, para la deshonra del
pueblo español, a pesar de que se pregona políticamente
hasta la saciedad del más allá de nuestras fronteras, a
través del paripé de la ‘Marca España’, de que este país es
democrático, civilizado y moderno. La soberanía popular, no
debería permitir la pasividad de ciertas autoridades, por no
poner en marcha las medidas correctoras oportunas, para la
total erradicación del maltrato animal permitido en las
diferentes fiestas tradicionales; en las que ciertos
animales, entre ellos, el toro bravo es vilmente torturado.
Como ocurre el tercer martes de cada mes de septiembre en
Tordesillas (Valladolid), con la tradicional y salvaje
práctica de dar muerte con lanzas a pie o a caballo a un
toro bravo totalmente indefenso. Siendo por día más las
voces, entre ellas las mías, las que claman contra esta
bestial tradición y otras similares, que se celebran
periódicamente en diferentes localidades de España, que
permanecen ancladas en las raíces profundas más ancestrales,
añejas y rancias de los pueblos.
Por lo que, si los que deben eliminar dichas prácticas no lo
hacen; es porque presuntamente un determinado número de
dirigentes de las distintas formaciones políticas españolas
permanecen ‘subidos en los árboles’ de la ambigüedad de su
talante; al prevalecer para ellos el mantenerse en las
poltronas a través del voto en las urnas. Dando muestras con
decenas de excusas, que les importa un bledo que se maltrate
a los animales.
Y como la pela era la pela, y el voto fue y es actualmente
el voto; no me extrañó absolutamente nada, que el Parlamento
de Cataluña, prohibiera la celebración de las corridas de
toros. Pero, sin embargo, no tuvieron esas señorías los
arrestos suficientes para prohibir también todas las
celebraciones tradicionales, en las que los toros con
antorchas encendidas en sus cornamentas, son torturados en
las calles y plazas catalanas.
Consecuentemente, me aterra enormemente que ciertos
presuntos inhumanos prosigan con sus posturas, amparados en
el marco jurídico vigente. Y es así, como lo pienso y
expreso, porque si el sanguinario dictador Francisco Franco
(que en paz descanse bajo toneladas de mármol de Macael en
el Valle de los Caídos), a través de una circular de 1963
del Ministerio de la Gobernación, prohibió la celebración
del Toro de la Vega; haciéndose efectiva entre los años 1966
y 1970. ¿Cómo es posible?, que en esta democracia española
de charangas y panderetas, el Toro de la Vega fuera
declarado en 1980 como Fiesta de Interés Turístico.
Circunstancias que hacen, que me sume a cuantas iniciativas
civiles y disposiciones políticas se interpongan, para la
total abolición de dichas tradiciones. Porque este pasado
tercer martes de septiembre, le ha tocado morir lanceado a
un toro de nombre ‘Vulcano’, tras ser perseguido y
acorralado salvajemente; para la deshonra de la política
estatal en general, que es la permisiva de la celebración de
esas aberrantes celebraciones festeras.
Desconociendo también el por qué, determinados profesiones y
aficionados taurinos, hacen oídos sordos sobre el acontecer
del Toro de la Vega; porque es mucho el daño que le hace,
por efecto rebote, a la celebración de corridas de toros.
Espectáculos que mamé desde la etapa posterior a cuando
gateaba; pero por día me cuesta más presenciarlos, al
coexistir en mí unas sensaciones agridulces, porque la
fiesta debe ir al unísono con la sociedad. De lo contrario,
tiene los días contados al tener la espada metida hasta la
empuñadura; de tal forma, que se extingue con más incisión
que nunca, por culpa de ciertos profesionales y políticos,
que son los presuntos causantes de no haberla adaptado a los
tiempos.
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