He recordado algunas veces, en
esta página, la maravillosa respuesta del último rey
portugués, Manuel II, cuando, habiendo preguntado el
nombre del embajador hispano que había de recibir aquella
mañana, el pudoroso ayuda de cámara no se atrevía a
decírselo. Por fin, ante la insistencia del monarca, acabó
cediendo: “No sé si debo, Majestad, pero se llama Raúl
Porras y Porras”. Estos sustantivos nombran en
portugués lo que cabe imaginar. El Rey, con una mueca de
elegante contrariedad, se limitó a comentar: “Lo que molesta
es la insistencia”.
Eso es lo que les ocurrirá a ustedes en cuanto vean que la
columna vuelve a estar dedicada a la consejera de
Presidencia y Gobernación. Pero la actualidad manda. Y
Yolanda Bel, desde hace unos días, está acaparando la
atención de todos los medios y, por tanto, de cuantos
ciudadanos acceden a la información diaria. Es, sin duda
alguna, el peaje que han de pagar los políticos, cuando son
tachados de cometer posibles irregularidades en el desempeño
de sus funciones. En ocasiones, la verdad sea dicha, las
molestias que se les ocasionan son naderías si se las
compara con los beneficios que obtienen yendo a gusto en el
machito del ordeno y mando porque sí.
Yolanda Bel, que comenzó haciendo política en el PP cuando
aún llevaba calcetines blancos de púber, ha mandado y sigue
mandando mucho en su partido y en el gobierno. Y, siendo aún
joven, es de los miembros más veteranos de los populares de
Ceuta. Por tal motivo, y porque sabe lo que no hay en los
escritos acerca de los entresijos del gobierno y del partido
y de cuantos compañeros llevan años viviendo a la sombra del
poder, no creo que haya nadie capaz de levantarle la voz ni
de atreverse a sambenitarla. ¡Menuda es ella!
Ella, YB, que bien pudo vestir el hábito de cualquier
congregación, especialmente de las ursulinas, que le iba muy
bien con su carácter, se dio cuenta, a edad temprana, que su
vocación política era tan manifiesta como convencida estaba
de que acabaría siendo incluso alcaldesa de su pueblo. Y
todavía, cuando se levanta cada mañana, sigue aspirando a
que se haga realidad su deseo. Lo cual no deja de ser un
anhelo legítimo.
Pero ella no sabe, o no quiere darse cuenta, que nuestro
alcalde está al tanto de sus pretensiones. Y lo está desde
hace ya la tira de tiempo. Y, dado que es taimado y disfruta
de lo lindo desbaratando castillos de arena, vive
entusiasmado con la idea de que, más pronto que tarde, la
niña, que llegó a la sede de Real 90 con calcetines
adolescentes, se pegue un trastazo que la devuelva a la dura
realidad. Y a fe que ha estado ya varias veces a punto de
dejarse sus ilusiones políticas y sus aires de gobernanta
cruda y dura, en la cuneta de los desencantos.
José Antonio Carracao, que se ha convertido en la
mosca cojonera de Vivas, la ha señalado, fechas
atrás, con el dedo por mor de darle el visto bueno a unas
facturas fraccionadas a favor de una empresa a la que tildan
de no cumplir siquiera con los requisitos adecuados. Y se ha
armado la de Dios es Cristo. Y, claro, nuestro alcalde ha
proclamado, a los cuatro vientos, que él pone la mano en el
fuego por la niña Yolanda.
Cuando son las cinco de la tarde de un sábado, que es cuando
escribo, y no hallo ni rastro de su anunciada comparecencia
ante los medios. Por ningún sitio. ¿Por qué será?
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