Cuando callejeo hallo, a veces, a
personas hablanchinas que no dudan en echar mano de dimes y
diretes a los que suelo prestarles suma atención. Aunque
luego, cuando llega el momento de analizar las habladurías o
comentarios, todos ellos pasan por el filtro del
conocimiento que uno tenga de quien los refirió y del valor
que yo le dé a lo que se me ha contado.
El lunes pasado, sin ir más lejos, me tropecé con alguien
cuya conversación resulta siempre grata y además nunca le he
cogido en una mentira. Vamos, que no forma parte de la
cofradía de los troleros. Por lo tanto, tras los saludos de
rigor, como no podía ser de otra manera, lo dejé hablar sin
cortes publicitarios.
De entre las varias cosas que decidió enterarme, una me
llamó la atención, y no precisamente por ser la más
importante, sino porque no sabía yo que nuestro alcalde, tan
modosito él, era capaz de alterarse por una nimiedad y poner
al autor de un dicho sin la menor importancia, como chupa de
dómine.
Al grano: a nuestro alcalde le pone de los nervios el que
servidor lo nomine, cada dos por tres, como monterilla. El
que yo le diga monterilla, según me dice mi interlocutor, lo
saca de sus casillas. Lo encoleriza. Lo incendia. Y si
pudiera, en esos momentos, daría una orden de busca y
captura contra mí. Si bien no se para en barras en cuanto a
censurarme, amén de bisbisear maldades innombrables.
La persona con la cual hablo, quiere saber qué significa
monterilla. Y las razones que tiene nuestro alcalde para
ponerse hecho un basilisco en cuanto yo lo menciono así. Y
lo primero que se me ocurre preguntarle es cómo es posible
que Vivas, incluso poseído por un estado de histeria por la
nominación, no haya dicho nunca el motivo principal de ese
término que tanto le afecta. Mas mi conocido, a quien le
tengo ley, no acierta a decirme nada.
Monterilla, me dirijo a la persona con la que dialogo, forma
parte de una expresión que viene mucho en libros de frases
hechas y refranes. Monterilla a secas –ese palabra con que
yo vengo distinguiendo a nuestro alcalde- es la que le
corresponde a todo alcalde del que hay que prevenir al
pueblo. Prevenirlo porque puede estar ante alguien que, tras
habérsele subido el cargo a la cabeza, comienza a dar
muestras manifiestas de autoridad caciquil.
-¿¡Qué estás diciendo!?
-Sí te digo, amigo; y te digo más… Mira, voy a contarte el
refrán completo: Título: Alcalde de Monterilla, ¡ay de aquel
que por su acera pilla! Previene contra el autoritarismo
caciquil, como el de aquel alcalde que, a despecho de la
voluntad del padre de la novia, casó a ésta con un muchacho,
y cuando el padre invocando el Concilio de Trento, se negó a
reconocer la legitimidad del enlace, exclamó el de
Monterilla: “Si es por eso, desde este instante queda
derogado el Concilio de Trento”.
Nuestro alcalde lo es de una gran ciudad, sin duda alguna,
pero la está gobernando como si fuera monterilla. Una
pedanía en la que él hace y deshace a su antojo y pobre de
quien se atreva a decirle que sus decisiones son cada vez
más parciales. Verbigracia: dispensa trato de favor a sus
amigos. No ha mucho vivimos una situación en la cual su
proceder estuvo a punto de generar un conflicto grave.
García Gaona, gracias a su amistad con el monterilla, se
atrevió incluso a cambiar los estatutos de la FFC que le
hubieran impedido facturar a Viajes Trujillo a todos los
equipos de fútbol de la ciudad. De Urbaser… qué decir. Y así
podría ir enumerando descabelladas actuaciones. Por las
cuales yo decidí llamarle monterilla.
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