PortadaCorreoForoChatMultimediaServiciosBuscarCeuta



PORTADA DE HOY

Actualidad
Política
Sucesos
Economia
Sociedad
Cultura
Melilla

Opinión
Archivo
  

 

 

OPINIÓN - LUNES, 16 DE SEPTIEMBRE DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Pablo González
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Fue el viernes pasado cuando alguien, que me había sido presentado minutos antes, sacó a relucir, durante la conversación mantenida en un corrillo formado en una terraza, su fallecimiento. Del cual no sabía nada. A pesar de haberse producido en los primeros días del mes que corre.

Ya es difícil que en una ciudad donde las noticias vuelan y, por tanto, estamos casi siempre al cabo de la calle de cuanto acontece, yo no me hubiera enterado de lo que le había ocurrido a un hombre a quien traté, por primera vez, hace la friolera de 29 años.

De él, de Pablo González, me habló un día Juan Vivas. Sí; me lo recomendó como un abogado cuyo entusiasmo por la defensa que se le encomendaba proporcionaba tranquilidad y confianza a sus clientes. Así que acudí presto a visitarlo en su despacho. El que entonces tenía en su casa de Villajovita.

Nada más estrecharle la mano, e intercambiar las primeras impresiones, me percaté de que enfrente tenía todo un carácter. Con firmeza y energía suficiente como para confiarle mi problema. Que no era cuestión menor. Pues nunca lo fue, ni lo será nunca, pleitear con un entidad bancaria. Aunque también deduje que había que andarse con tiento en la conversación para no ponerse a tiro de ese genio que lo caracterizaba.

Durante mucho tiempo, más de lo que yo hubiera querido y él también, debido a que las cosas de palacio van despacio, el caso estuvo empantanado y un día, quizá inducidos por el viento de levante, Pablo y yo discutimos con la energía que nos era característica. Y, ¡milagro!, de ahí nació nuestra amistad. Gracias a su constancia y a sus conocimientos, como abogado, gané el juicio. Y nuestras relaciones fueron ya las mejores.

No obstante, en una ocasión coincidí con PG en un acto de conciliación, yendo él como abogado de Pedro Gordillo, y al término del mismo, debido a mi forma de proceder ante la Secretaria Judicial, no tuvo más remedio que reír a mandíbula batiente. Ante la extrañeza de su hija, que desconocía mis salidas de tono.

De Pablo (de ese Pablo que fue guardia civil, maestro, director de centro escolar, y abogado con muchas horas de vuelos, y que, de haber gozado de más salud, habría sido muchas cosas más) conservo yo como reliquia una frase que me regaló, siendo testigo mi mujer, y que me dio ánimos suficientes para seguir en la brecha.

Luego, cada vez que nos veíamos caminando muy de mañana por el centro, raro era que no hiciéramos un alto en el camino y nos pusiéramos a pegar la hebra. Si bien es cierto, y que me perdonen quienes han dicho de él que era verboso, que Pablo no necesitaba muchas palabras para dar su opinión de lo que se encartara en ese momento.

Cuando ocurrió el ya conocido, para la historia de esta ciudad, como ‘caso Gordillo’, mi querido Pablo no se cortó lo más mínimo en agradecerme mis opiniones al respecto. Máxime cuando él sabía perfectamente que yo nunca había mantenido buenas relaciones con Pedro: su amigo y cliente. Y, sobre todo, supo valorar la cantidad de enemigos que me eché por haber querido imponer un poco de cordura en el ensañamiento al que estaba siendo sometido el político popular.

En fin, querido Pablo, que nunca hubiera deseado escribirte estas líneas, y mucho menos con la tardanza que lo estoy haciendo. Pero, créeme, que no me enteré de lo tuyo en su momento. Ay, amigo…
 

Imprimir noticia 

Volver
 

 

Portada | Mapa del web | Redacción | Publicidad | Contacto