Se me ha dicho, más de una vez,
por quienes están pendientes de lo que uno escribe, en este
espacio, que pocas son las ocasiones en que me he referido
al actual Delegado del Gobierno. Ni para bien ni para mal.
Lo que, según ellos, no deja de ser extraño.
Incluso no se han cortado lo más mínimo en opinar que puede
que sea cierta precaución por mi parte para no mosquear a
Francisco Antonio González. Ya que éste tiene bien
ganada fama de responder a todas las críticas. Y hasta me
aseguran que es capaz de enojarse por nada y menos.
Es bien cierto que hay infinidad de personas que tienen
siempre el amor propio a flor de piel y que han de procurar
no hacer un mal uso de ese sentimiento. El amor propio es un
animal que puede dormir bajo los golpes más crueles, pero
que se despierta, herido de muerte, por un simple arañazo
(Alberto Moravia). Pero no creo que sea el caso de
nuestro delegado. De verdad que no lo creo.
En lo tocante a que yo haya decidido no darle cabida en mis
pareceres al Delegado del Gobierno, para evitarme cualquier
enfrentamiento aireado, sólo puede caber en la mente de
quienes no me conocen o me conocen muy poco. Por una razón
muy sencilla: con la libertad que me conceden los años, con
la independencia que me aporta mi atracción por la
imprudencia y con lo que disfruto atentando contra lo
políticamente correcto, difícilmente yo estaría obrando,
así, por ese vago temor que me achacan.
De cualquier manera, debo decir, porque es cierto, que,
durante los primeros meses de Francisco Antonio González al
frente de la Delegación del Gobierno tuve a bien indicarle
que procurara retorcerle el cuello a su entusiasmo
desmedido, digno de encomio, cuando éste le hiciera
transitar por senda equivocada. Y hasta creo que me permití
recordarle que es desaconsejable que los cargos traten de
demostrar que mandan mucho. Ya que esa actitud es la que
mejor describe a una persona insegura y pueril.
Metido ya en ese terreno, injusto sería no reconocer que el
Delegado del Gobierno no me dijo ni pío de mis
recomendaciones; ni siquiera cuando al día siguiente
coincidimos en un establecimiento de la ciudad y compartimos
unos minutos de charla.
Ahora bien, tampoco es menos verdad que entre González Pérez
y un servidor jamás las relaciones fueron notables. Es más,
yo me atrevería a decir que fueron regulares tirando hacia
abajo. Aunque la tirantez en nuestro trato siempre se
condujo mediante la buena educación. Por más que él siga
creyendo que en mí anida un anarquista de mucho cuidado. Lo
cual, en estos tiempos que corren, no dejaría de ser un
honor. Pero qué más quisiera yo que haber dado la talla como
pensador de utopías.
Pacoantonio, sin embargo, sometido a una prueba difícil, la
más difícil, por cruel, como es la carencia de salud en un
momento determinado, ha respondido como responden las
personas con dos pares… No por la entereza ante el
tratamiento. Sino porque ha permanecido en el tajo contra la
opinión de quienes le aconsejaban que se tomase todos los
respiros posible.
Lo que destaco, sin que con ello, Dios me libre, intente
poner una nota de sensiblería en mi escrito. Un hecho, sin
duda alguna, que me ha permitido valorarlo en su medida. Una
medida colmada de sentido del deber y al que se ha entregado
padeciendo fatiguitas de… Pero mostrarse como alguien que
manda tela marinera no le conviene. Dicho sea de paso.
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