La muerte de un hombre de 35 años
por un disparo en el abdomen ocurrido ayer en Huerta Téllez,
vuelve a abrir, apenas dos meses después del último episodio
de estas características, una reflexión acerca de qué está
ocurriendo en nuestras calles, cuando se produce el tercer
hecho de estas características por este método y como
resultado de enfrentamientos o ajustes de cuentas. En una
ciudad como la nuestra, no deja de ser preocupante que la
muerte a causa de tiros siembre la alarma social y nos lleve
a plantearnos las razones por las que se accede con tanta
facilidad a las armas y, más concretamente, a las pistolas
en el mercado negro.
La delincuencia común, entendida en el ámbito de delitos
menores, pese a ser perseguible de oficio no es tan
alarmante como los asesinatos a golpe de disparos. El uso de
las armas siempre ha sido una cuestión mayor, mucho más
trascendente, problemática y con consecuencias mucho más
trágicas que la actuación de un “tironero” o un ladrón. Los
delitos de sangre y más, con premeditación y alevosía,
entrañan otros niveles de valoración. Y en lo que va de año,
tres muertes violentas, tres asesinatos por arma de fuego,
son un índice trágico que esta ciudad no se puede permitir.
No queremos una ciudad de pistoleros porque en estas
refriegas, pudiera darse el caso de que algún inocente,
-como ya ha sucedido en la península-, sufriera las
consecuencias involuntarias que podría ocasionarle una bala
perdida. Es momento de analizar situaciones, hechos,
protagonistas y consecuencias de unas prácticas que se
enmarcan en un contexto al márgen de la ley y de la propia
convivencia pacífica en una ciudad como la nuestra, que no
desea sobresaltos.
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