El Pleno de ayer en el que
comparecía Juan Vivas a petición de los grupos de la
oposición para aclarar el caso Urbaser, fue una completa
decepción porque, aún siendo pocas las expectativas que
había suscitado, hasta que no se vio su desarrollo, tampoco
se pudo comprobar que no había novedades. La sensación que
tuvimos a su término es que se había tratado de cubrir el
expediente sin ningún propósito, no ya de enmienda sino
tampoco de redimir pecados anteriores. No hubo
arrepentimiento ni asunción de responsabilidades. Sólo, con
ciertas tibieza, se aludió a errores cometidos, aunque eso
sí, sin asumir nadie responsabilidades de ningún tipo.
En este contexto de pantomima, resulta obvio que la pérdida
de tiempo lleve a la impotencia de calibrar que no había
propósito de enmienda ni dolor de los pecados y muy al
contrario, un sostenella y no enmendalla con defensa
acérrima de los errores pasados. Ante esta esperpéntica
situación solo cabe preguntarse, cuántos contratos más como
el de Urbaser existirán en este maremagnum de desatinos
donde nadie asume nada. Recurrir a una supuesta caza de
brujas o creerse un chivo expiatorio no conduce a eximir de
responsabilidades, aunque el victimismo se busque como un
fiel aliado para salir del difícil trance y encubrirse.
Este Pleno se convirtió en una gran farsa porque el
descrédito político no pagó ninguna factura. El ciudadano,
con tal panorama de escenificación burda tiene más que
justificado desconfiar de los políticos y consideralos
individuos que anteponen su propio interés al de todos
nosotros. Equivocarse y no asumir el coste que ello supone
para el interés general es tanto como hacer uno de su capa
un sayo y, encima, hacernos creer que prima el interés
general. Pura ingenuidad.
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