Coincidiendo con la fecha del diez
de septiembre, como cada año, la Asociación Internacional
para la Prevención del Suicidio (IASP) pretende dar a
conocer que este trastorno se puede prevenir. Personalmente,
estimo que siempre es saludable reflexionar y sensibilizar a
la humanidad sobre el estado de la mente, que es la que nos
hace libres o esclavos, felices o infelices, alegres o
tristes. Son tantas las emociones, fruto de la búsqueda o
curiosidad, que nuestro cerebro precisa de respuestas para
poder procesar vivencias, realidades o pensamientos. Nos
solidarizamos, pues, con mantener la atención a los enfermos
mentales de manera prioritaria o preferente. A mi juicio,
pienso que aún en el momento actual, tenemos mucho que
compartir, mayormente en cuanto a los recursos de la
inteligencia, del espíritu y del conocimiento científico.
Algo tan justo, como una globalización del mundo de la salud
en plena solidaridad, encuentra mil barreras. Sabemos que no
hay fortaleza sin una buena salud mental, pero hacemos bien
poco por convertirla en un verdadero bien común planetario.
A veces, ni dentro de los mismos países funcionan los
servicios de coordinación de los sectores sociales y de
salud, a la luz de las violencias y violaciones masivas y de
discriminación que sufren las personas con alteraciones
mentales.
Evidentemente, no sólo tenemos que mantener la atención a
estas personas con anormalidades en uno de los órganos más
importante del cuerpo humano, también la salud mental puede
verse afectada por una serie de factores socioeconómicos que
además de abordarse, también deben de preverse. En
consecuencia, resulta absurdo que en un momento en el que
los trastornos mentales y de suicidio se han incrementado,
se aminoren los recortes en la financiación de los servicios
sociales y de salud, alegando motivos de crisis financiera.
Mientras cada día son más los trastornos mentales
relacionados con la marginalización y la exclusión, la
violencia doméstica y el abuso, el envejecimiento
poblacional, el exceso de trabajo y el estrés, especialmente
en las mujeres, desde las instituciones se hace bien poco
por dignificar a la persona que padece algún tipo de
desorden. Salvaguardar la dignidad inviolable del enfermo
mental es ir a la raíz misma de la atención y de su entorno.
Se trata de hacer referencia a un sistema de valores
equilibrado y estable, puesto que muchas de las
perturbaciones mentales dependen de la relación del personal
con el enfermo. En efecto, los seres humanos necesitamos
siempre algo más que una simple pastilla o un tratamiento
técnicamente correcto, también se precisa comprensión y una
buena dosis de humanidad.
Al respecto, los objetivos principales del plan de acción de
salud mental integral 2013-2020, resultado de amplias
consultas mundiales y regionales en los últimos años, pone
una mayor énfasis en los derechos humanos e introduce el
concepto de recuperación, dirigiéndose a la creación de
oportunidades, con el aval de la educación, vivienda y
servicios sociales. Los estudios estadísticos nos recuerdan
que una gran proporción de las personas que mueren por
suicidio sufren de enfermedades mentales y, como tales, se
podían haber impedido. Lo mismo sucede con el uso nocivo del
alcohol y otras sustancias, que introducidas por cualquier
vía son capaz de modificar conductas, comportamientos,
juicios, percepción o estado de ánimo. No es buen presagio
seguir deshumanizándonos, máxime cuando estos factores de
riesgos son previsibles y, por ende, evitables. De ahí la
urgencia de esta misión de progresar y de mantener una
atención personal cualificada, en complementariedad con el
tratamiento médico.
Sin duda, tenemos que mejorar las vida de las personas a
través de un buen funcionamiento de los servicios de salud
mental. No es de recibo descuidar el bienestar ciudadano.
Tampoco pueden escatimarse recursos, en algo tan esencial
como es la curación de las personas. Estudio científicos nos
recuerdan que los trastornos mentales como la depresión
figuran entre las veinte causas principales de discapacidad
a nivel mundial, y aunque el costo económico de recuperación
puede ser grande, más importante es contribuir a mejorar la
salud mental de la población. La mala salud mental nos
empobrece aún más, es fruto de mil desigualdades, de
educaciones deficientes que debemos suplir. Hay una
abrumadora concentración de enfermedades mentales en los
grupos de ingresos más bajos. La marginación, con lo que
supone de desesperación para el que la sufre, el desempleo,
la inseguridad y la exclusión, están estrechamente ligadas a
la aparición de determinados perturbaciones de la mente, tan
en auge en los últimos tiempos, con la consecuencia terrible
del suicidio.
En ocasiones, obviamos que la salud, entendida como un
estado de completo bienestar físico, mental y social, es un
derecho humano significativo. Por desgracia, son muchas las
personas con sacudidas mentales que no reciben cuidado
alguno. A pesar de que se ha tratado de mundializar la salud
mental, puesto que se dan los desazones en todas las
culturas y en todas las etapas de la vida, pienso que
todavía no tenemos conciencia de integrar dicha enfermedad
en la política social y de salud. Deberían activarse más
programas educativos y de acción en este sentido. Para
empezar, creo que tenemos que recuperar la sensibilidad
humana hacia estas personas, y principalmente hacia los
grupos desfavorecidos, que se encuentran en clara desventaja
frente a otros colectivos más protegidos. Hoy, que conocemos
mejor las causas de los desasosiegos mentales, deben
servirnos para prevenir muchas muertes innecesarias,
protegiendo a las personas en situación de desesperación o
de riesgo, y apoyando a las familias y sus cuidadores.
Demos a este tipo de enfermedades la atención que se merece,
que ha de ser mucha y especializada. Hemos roto con el
silencio que rodeaba este tema, ahora es el momento de
avanzar para producir un cambio social. No es fácil. Las
políticas y las leyes de salud mental están ausentes o son
insuficientes en la mayoría de los países del mundo y, sin
embargo, son trascendentales para mejorar las condiciones de
vida de las personas con anomalías mentales. Nos consta que
muchas organizaciones trabajan por crear conciencia y
defender los derechos de estas personas. Las Naciones Unidas
han pasado, en gran medida, de ser un mero observador a
convertirse en un foro para el diálogo y en un importante
agente normativo. Esta es nuestra esperanza, la del
acompañamiento, para que no sigan sufriendo los pacientes en
silencio y soledad. Es vital la estima de los demás, y,
sobre todo, la del mundo volcándose en su recuperación.
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