Cuenta Pedro Sainz Rodríguez,
en su libro Semblanzas, una anécdota relacionada con don
Gregorio Marañón, con quien mantuvo una buena amistad.
Un día, hablando delante de un grupo de amigos, me dijo:
-Don Pedro, no debe usted preocuparse excesivamente por su
obesidad, tiene una gran salud. Usted es un gordo
constitucional y no le conviene adelgazar excesivamente,
aunque es posible que muchos médicos se lo aconsejen.
-Pues mire usted, Marañón, contestó Sainz Rodríguez, como
creo que soy lo único constitucional que queda en este país,
voy a conservarme lo más gordo posible. Ni que decir tiene
que el auditorio se echó a reír y mi frase corrió por todas
partes.
Vicente del Bosque, marqués porque así lo quiso
nuestro Rey en su momento, es también un gordo
constitucional a quien le llegaron los éxitos con la
selección cuando había pasado por el fútbol turco como alma
en pena. Su llegada a la selección se debió a un golpe de
fortuna. Basado en que el fuerte carácter de Luis
Aragonés ponía de los nervios a Villar y a la
consiguiente ayuda prestada por Fernando Hierro.
Quien, poco tiempo después y sin que haya salido a la
palestra la verdadera causa, se dio el piro sin decir ni pío
al respecto.
Del Bosque es lo más parecido a Luis Molowny; cuyo
hablar poco y conciso se interpretaba como síntoma de
inteligencia y la falta de aportaciones tácticas como prueba
evidente de que los grandes jugadores no necesitan seguir
las directrices de ningún técnico. Y, mediante esas
premisas, labró su reputación en el banquillo merengue,
durante las veces que fue reclamado para suplir despidos o
dimisiones de entrenadores famosos.
Del canario se dijo siempre que le podía la pereza. Incluso
hay algún que otro lance que lo retrata como alguien al cual
le costaba lo indecible hacer el menor esfuerzo. Y, desde
luego, se le reconocieron valores muy relacionados con el
ser madridista. En suma, que Del Bosque, el alumno de El
Mangas, que era el sobrenombre de Molowny, ya ha superado
con creces a su maestro. Mediante lecciones adquiridas,
otrora, siempre válidas, pero adaptadas, lógicamente, a los
tiempos actuales.
La hipocresía, conocida como la vaselina de las relaciones
sociales, ha de primar por encima de todo. Tratar de pasar
por buena persona, así como intentar mostrarse exento de
toda vanidad, son cualidades imprescindibles para hacerse
acreedor a una posible beatificación. Ejemplo tenemos con
Iker Casillas: convertido, desde hace mucho tiempo, en
santo laico. Eso sí, se puede engañar a todo el mundo,
siempre, si el anuncio es el adecuado y el presupuesto es
bastante grande.
A Casillas no le faltan ni los anuncios ni los presupuestos
ni estar favorecido por las autoridades federativas y,
naturalmente, por el seleccionador. A Casillas lo que le
faltan son cualidades indispensables para parar en el fútbol
actual. Pues el muchacho parece ya un guardameta de los años
de Maricastaña.
Ante semejante tesitura, el caballero por naturaleza, la
peor de la clase de caballero que conozco, ha decidido
salvar a Casillas aun a costa de cometer injusticia con
Víctor Valdés. Al caballero, en cuestión, Del Bosque,
para más señas, no le atribuyo malicia en el hecho. Porque
la parcialidad del marqués, seleccionador él, puede ser
explicada, descartada la cuestión monetaria, como una
estupidez declarada. Mientras, Valdés gana fama de buen
hombre.
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