Hubo un tiempo en el cual yo
estuve empleado en la Base Naval de Rota. Era, además, el
único español contratado en Fleet Weather Center. Flota
Central del Tiempo. Allí gocé de la amistad del Comandante
Jefe y de la supervisora: americana culta y políglota.
Cuando íbamos a almorzar al Bar Correos, hacíamos de la
sobremesa uno de los ratos más agradables del día, si no el
mejor. Una vez, dado que yo ya compartía mis labores en el
centro de meteorología con las de entrenador de fútbol, la
supervisora sacó a colación lo siguiente:
-En los Estados Unidos, para “ser un hombre”, no basta con
mostrarse como un buen alumno, sino que hay que practicar
también deporte. Hasta las universidades más excluyentes
admiten a los alumnos mediocres si son capaces de aumentar
la importancia del equipo de baloncesto o de hockey, por
ejemplo. Pues los éxitos deportivos son sinónimos de
virilidad y hay una mitología de superman que sazona las
competiciones entre campus. Tal es así, que muchos son los
complejos que sufren los alfeñiques y los “intelectuales”
que no forman parte de ningún equipo y que son abandonados
por las chicas en beneficio de los gloriosos campeones.
Yo, que me había preocupado de leer algo sobre aquel asunto,
tuve a bien recordarle que, a veces, esa veneración de que
son objeto las figuras deportivas, parece ser generadora de
graves disfunciones sexuales y precipita a buen número de
varones, incluso norteamericanos en los divanes de los
psicoanalistas.
Ella, mi supervisora, que había vivido en Francia, a la cual
adoraba tanto como detestaba a Charles Degaulle, me
respondió así: “Es cierto lo que dices, Manolo; tan
cierto como lo que te voy a decir: La educación a la
francesa no ha agravado la tasa media de majaderos. Ni
mejorado, por otra parte, la producción de campeones
internacionales. Los padres franceses, desde hace muchos
años, apenas empujan a sus hijos hacia lo estadios o las
piscinas. Así, cuando los muchachos sienten verdaderos
deseos de hacer deporte no se lo impiden, a condición,
naturalmente, de que no perjudiquen sus estudios. La mente
bien repleta es preferible siempre al cuerpo bien hecho”.
La mente bien repleta, lo que podría traducirse por una
cabeza bien amueblada, es lo que necesitan muchos artistas,
deportistas, toreros, etcétera. Porque, en algunos momentos
cruciales, habrán de dar la talla como personas capaces de
aceptar cualquier contratiempo en su carrera.
Cuántas veces hemos oído y leído declaraciones de figuras de
renombre mundial que han sido capaces de perder en nada y
menos la aureola mítica con la que nos habíamos
identificados. Podría enumerar una serie de nombres que
estuvieron muchos años situados en la cresta de la ola del
éxito reconocido, y cuando empezaron a desplomarse y se les
advirtió de ello, pusieron el grito en el cielo y dieron la
peor versión como persona.
A la cresta de la ola, como bien dice Gala, se
asciende sin equipaje, y se queda expuesto al inexplicable
capricho de la mar. De haber tenido Casillas la mente
repleta, habría impedido, entre otras muchas cosas, que
Sara Carbonero hubiera declarado, según ‘Lecturas’, que
barajan ya su marcha de España tras la suplencia continuada
del portero del Real Madrid y las frecuentes críticas que
ella recibe como periodista. Los dos están dando pruebas
suficientes de majaderías. De ser necios con mucho dinero. O
sea.
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