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OPINIÓN - MARTES, 3 DE SEPTIEMBRE DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Charla callejera
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hay un barrendero con quien suelo echar muchos párrafos cada dos por tres. El cual, además de cumplir con su cometido, nunca ha dejado de mostrarse interesado por todo cuanto acontece y que evidencia conocimientos acerca de la vida política local. Pero también chanela de fútbol y de toros. Así que nuestras charlas suelen ser muy interesantes. O, al menos, así me lo parecen a mí.

La profesión de barrendero, antes tan poco apreciada, se ha convertido en un empleo muy reconocido y al que han accedido muchas personas que hicieron estudios superiores y que luego no hallaron correspondencia laboral.

Es el caso del hombre al que me refiero. Y que nada más verme, muy de mañana, va y me pregunta si el domingo vi la corrida de toros televisada por la 1 de TVE. Y le respondí que sí. Y, claro, salió a relucir la actuación de Alejandro Talavante: torero que consiguió un triunfo rotundo con seis toros en la plaza de Mérida.

De modo que me veo obligado a darle mi parecer sobre el torero del que me habla y cuya extraordinaria actuación ha dejado huella en mi interlocutor. Pues no se ha cortado lo más mínimo en decirme que hasta le dio por pegar pases en la salita de estar de su casa en los minutos de intervalo entre toro y toro.

Talavante es extremeño, alto y triste. Tiene la tristeza de los gigantes y se le nota a la legua que sus sentimientos están a flor de piel. A los toreros altos no les sientan nada bien que los toros sean poco voluminosos. Porque parecen que están abusando de ellos como ese muchacho alto y desmadejado que se hace el amo en el barrio entre los más bajitos de la especie.

Talavante es muy alto y, más que elegante, yo diría que es señorial, que tiene algo de marqués feo que pasea despacio la calle sabiendo que tiene muchas propiedades y que la gente dice “ahí va el señor marqués”. Un marqués que hasta cantó por bulerías mientras se entretenía en torear como los ángeles. Ora con muletazos por la derecha, ora por la izquierda, haciendo del temple monumento y cimbreando la cintura hasta extremos insospechados. Luego, desmadejado, se recreó en los adornos mientras la plaza bramaba de alegría.

-Mire usted, De la Torre, me va a permitir que le diga que habla usted de toros como yo jamás pensé que pudiera hacerlo. Yo creía que usted sólo era perito en fútbol y en darles caña a los políticos de esta tierra; por cierto, que se lo tienen más que merecido. Ya que están todos cortados por la misma tijera.

-Pues ya ve, amigo, que uno es capaz de tocar todos los palos. Y le digo más: valgo más por lo que callo que por lo que suelo decir.

Y es entonces, tras esta respuesta, que mi amigo el barrendero se olvida de que ha sido espectador televisivo de la corrida de toros celebrada en Mérida, el domingo pasado –tierra en la que viví tres años inmejorables- y cambia de conversación en un santiamén.

-Mire, De la Torre, días atrás tuve yo la suerte de enterarme, sin querer, y no me pregunte cómo, de que el alcalde está muy mal visto entre los suyos. Los suyos, como bien comprenderá, son los militantes del Partido Popular. Que hablan como si estuvieran hartos de aguantar su modo y manera de ser. Y por lo que pude escuchar atentamente, desde un sitio privilegiado, no lo pueden ver ni en pintura.

El barrendero sabía de lo que hablaba. Oído al parche.
 

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