En la temporada 75-76, Antonio
Seguí, presidente del Mallorca, me pidió que lo
acompañara a la sede de la Federación Española de Fútbol,
situada en la calle de Alberto Bosch, porque iba a ser
recibido por Pablo Porta. De quien todos conocíamos
su actividad falangista y, sobre todo, su dedicación al
deporte durante su vida cual universitario. Jugó al fútbol,
al rugby y fue boxeador aficionado de lo pesos semipesados.
Cuando nos pasaron a su despacho, descubrí a un tipo
corpulento, ya metido en kilos y que miraba de manera que
uno tenía que pensar en si era mejor empezar la conversación
preguntando o dejar que él llevara la voz cantante. Que fue
lo que hizo Antonio Seguí, quien, como de tonto tenía nada y
menos, lo obsequió con un recuerdo y dio a entender que
pasaba palabra.
Tras ligeros carraspeos, los saludos de rigor, y amagos de
poner en orden algunos papeles de los que estaban sobre su
mesa, don Pablo se dirigió al presidente del mallorqueta:
“Vamos a ver, Antonio, usted quiere saber, además de otras
cuestiones, cómo será la nueva categoría de nuestro fútbol
que se ha aprobado para que comience en la temporada 76-77.
Así que le voy a responder lo que yo creo al respecto. Pero
que, indudablemente, no tengo por qué hacerlo público. Por
cuestiones obvias”.
-La nueva categoría, continuó hablando PP, nació de una idea
de los técnicos de la Federación, con el fin de que
existiera un colchón muelle entre la Primera División y la
Tercera. A fin de que los equipos que en dos temporadas se
veían abocados a sufrir dos descensos consecutivos no
cayeran en el pozo de esa tercera. Así como también sostén
de clubs con solera. Era, por consiguiente, la Segunda
División B una división hecha a la medida de equipos como
Mallorca, Cádiz, Tarragona, Elche, Ceuta, Jerez, etcétera.
Pero a esa primera idea se han opuesto todas las autoridades
y directivos de equipos de pueblos que no tienen ni medios
ni instalaciones para militar en ella. Es decir, que todos
quieren ser parte principalísima del proyecto. Incluso hasta
las pedanías. De modo que me va a permitir que le diga que
el invento nace muerto.
Todos los pueblos de España, desde nuestra posguerra,
quisieron participar futbolísticamente en todos los
campeonatos que se celebraban. Y todos los ayuntamientos
hicieron lo indecible porque el nombre de su pueblo fuera
mencionado todos los domingos en las emisiones deportivas.
Amén de que servía como entretenimiento para quienes habían
sufrido lo indecible en lances terribles de nuestra guerra.
Durante los encuentros, además, los aficionados solían darle
rienda suelta a sus desdichas, siempre, claro está, mediante
el rígido control de la Guardia Civil.
Ceuta ha vivido muchos años, innumerables años, siendo
conocida por tener equipos de fútbol muy competitivos. Aquí,
además, los jugadores venían convencidos de que se cobraba
bien y a su debido tiempo. Con lo cual se creó una
reputación futbolística que, a su vez, le venía que ni
pintiparada a la ciudad.
La ciudad, de no haber sido porque hay un dirigente amante
del fútbol, cuyo nombre me reservo, habría perdido ya la
oportunidad de tener un equipo militando en categoría
nacional. Pero éste, el dirigente al cual me refiero, ha
sido capaz de luchar denodadamente porque Ceuta tuviera
representación en Tercera División. El equipo ha principiado
la competición ganando los dos primeros partidos. Albricias,
pues. Y lección para el gobernante que siente aversión hacia
el club.
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