Hace un año, por estas fechas,
escribía yo lo que sigue. Yo tenía un amigo, que pasó por la
escuela como un rayo, cuyas numerosas lecturas le habían
dado un importante bagaje intelectual. Hablando con él uno
se percataba muy pronto de cómo estaba nutrido de saberes. Y
además contaba con un don muy especial: divisaba a un tonto
a una distancia que era imposible que no lo hiciera mediante
el olfato.
Mi amigo era cinéfilo: de modo que frecuentaba todos los
cines de Madrid y se sabía de memoria los títulos de un
sinfín de películas; sus argumentos y los nombres de actores
y actrices. De haber conocido a Carlos Boyero, en su
tiempo, no tengo la menor duda de que habrían polemizado
hasta la saciedad. De la misma manera que lo hacía, en
cuanto se le presentaba la ocasión, con Luis Aragonés.
Pues mi amigo era del ‘Atleti’ de toda la vida y le gustaba
acusar a Luis de ser más madridista que Santiago Bernabéu.
Y Luis soportaba sus pullas con resignación; cosa rara en
él, puesto que Aragonés había ganado fama de no permitir que
se le posara ni siquiera una mosca en el hombro.
Mi amigo era feo. Pero lo llevaba a gala. Quizá porque su
historial mujeriego era tan extenso y tan bien celebrado por
las féminas, que tuvieron a bien acogerlo en su seno, que
causaba admiración y respeto entre quienes lo conocían. Muy
dados, por cierto, a murmurar continuamente acerca de qué
habilidades serían las que hacía posible que mi amigo
disfrutara de semejante fama entre damas de distinta
naturaleza y condición.
De mi amigo se contaba una anécdota ocurrida en una fiesta
pagada por Ava Gadner, en la cual formaba parte del
cuadro flamenco contratado por la diva –ya que era palmero
consagrado, amén de cantiñearse y darse la vueltecita con
mucho arte-. Resulta que la Gadner se dirigió a él
llamándole feo. Y mi amigo le contestó así:
-Mira, Ava, en vista de la desilusión que me ha
proporcionado tu comportamiento, esta noche, me veo obligado
a decirte lo siguiente: Verás, he pensado que tú, Marlon
Brando, Sofía Loren, Frank Sinatra y otras estrellas,
producís al día aproximadamente un cuarto de kilo de heces
fecales, un litro de bilis, otro de jugo gástrico, litro y
medio de orina, medio de sudor y unos centímetros cúbicos de
esputos. Y repito, dado que estoy desilusionado por tu falta
de educación, te voy a mandar allá donde el viento da la
vuelta. Porque yo, por más que el espejo, al afeitarme, cada
mañana, me retrate tal y como soy, no permito que nadie me
diga que soy feo. El resto de la respuesta mejor no
contarlo.
He sacado a colación esta historia, porque me han dicho que
Mariano Rajoy anda que se sube por las paredes tras
haberse enterado de que a un ministro suyo, estando muy a
gustito en una noche marbellí, se le ocurrió decir en una
reunión que el presidente es más feo que Picio. Los
políticos vapuleados son como los boxeadores golpeados: el
doble de peligroso. El ministro puede darse ya por… jodido.
Pues bien, cuando se ha cumplido exactamente un año de
aquella metedura de pata de Luis de Guindos, ministro
de Economía, Rajoy ha demostrado que es capaz de retorcerle
el cuello al rencor: sentimiento de hostilidad contra una
persona, de menos intensidad que el odio, motivado por
alguna ofensa, humillación o daño recibido de ella o por su
causa. De no ser así, De Guindos llevaría ya muchos meses
fuera del Gobierno de España.
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