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OPINIÓN - SÁBADO, 24 DE AGOSTO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Gibraltar: el cuento de nunca acabar
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

A veces se habla de la Falange sin la menor idea. Lo digo en una reunión donde mis palabras parecen que no caen bien. Y, por tanto, no me queda más remedio que decirles a los contertulios que la Falange fue simplemente el partido de la clase media baja española. Y argumento: Desde 1840 hasta 1920 lideró la clase vocinglera y descontenta en España, y bajo su programa radical se convirtió en la defensora de las políticamente no educadas clases trabajadoras. Pero cuando éstas empezaron a formar sindicatos y partidos políticos propios, la clase media baja se quedó aislada.

Ante los muchos problemas que se fueron sucediendo, a la Falange no le quedó más remedio que adoptar un programa tomado prestado de Italia y Alemania, cuyo principal mérito era que prometía rápidamente el poder. De la Falange se llegó a decir que nació para apoyar los intereses de los terratenientes y los capitalistas, Cuando era un partido revolucionario, tanto anticapitalista como anticlerical. Al no conseguir el poder, sus miembros más destacados, terminada la Guerra Civil, se sintieron prisioneros del Ejército y la Iglesia y optaron por entregarse al estraperlo y la corrupción.

Los falangistas, a pesar de que se aferraron al cinismo para poder subsistir, siempre tuvieron presente que el Gibraltar inglés era un baldón al que había que poner fin cuanto antes. Y, cuando mi pubertad esta en pleno apogeo, se manifestaban, cada dos por tres, con gritos de ¡Gibraltar españo!, ¡Gibraltar español!, ¡Gibraltar español!

Luego, cuando la fiebre patriótica remitía, los más necesitados, acudían prestos al Campo de Gibraltar a buscarse la vida como matuteros. Y hasta los había que daban gracias a que el Peñón perteneciera al Reino Unido porque en él se podía obtener la penicilina salvadora de tantas vidas.

Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los alemanes presumían de tener Europa en sus manos, nos visitó el Reichsführer Himmler y el ministro Serrano Suñer más bonito que un san Luis en sus bizarros uniformes, sacó a relucir el tema de la Roca. Y el alemán le dijo que estaba dispuesto a asaltarla con dos o tres divisiones. Pero SS sacó a relucir la casta española y respondió, más o menos, que ya se encargarían los españoles de darles para el pelo a los ingleses.

Las autoridades españolas, tan echadas para adelante, nunca tuvieron el arrojo suficiente para pasarse el Tratado de Utrecht por la taleguilla. No obstante, siempre supieron que en los momentos difíciles la reclamación de la Roca les serviría para tapar problemas graves que pudieran exaltar a los ciudadanos.

Eso sí, para que el desencuentro entre partes adquiriera dimensiones suficientes como para poder ocultar otras vergüenzas, era necesario que en Gibraltar hubiera un testaferro muy dado a darse pote de estadista. Y a fe que Fabián Raymond Picardo viene cumpliendo su papel de manera sobresaliente. Aunque sería absurdo echarle toda la culpa de cuanto viene ocurriendo al ministro principal de Gibraltar.

La culpa es que España, desde el siglo XVIII, carece de una Política Internacional acorde con sus necesidades. De hecho, siendo nada más que un lector aventajado, me permito decir que Westfalia, Utrecht y Viena, por un extraño signo de la Historia Moderna, cada uno de estos tres intentos ordenadores de la comunidad europea, tiene para España un carácter fatídico.
 

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