Es cierto que las despedidas
siempre duelen y máxime cuando uno tiene que forzosamente
emigrar hacia otros horizontes en busca de una realización
personal, un signo elocuente de los desórdenes y
desigualdades que padecen muchos países, entre ellos España.
La desesperante misiva de una científica al presidente del
gobierno español (Amaya Moro-Martín), promotora de la
plataforma de investigación digna, solicitándole, entre
otras cuestiones, la devolución de la dignidad a toda la
comunidad de investigadores, no puede dejarnos indiferentes.
A mi manera de ver, una petición totalmente justa. Por
desgracia, nos recuerdan otros tiempos pasados, en el que
una multitud de intelectuales tuvieron que desesperadamente
huir y dejar atrás los muros de la patria mía.
Los gobiernos no pueden seguir engañando al pueblo, creando
falsas expectativas y generando multitud de conflictos en
lugar de solventarlos. Así no se promueve el conocimiento.
Los programas electorales debieran ser de obligado
cumplimento, y si no se puede llevar a buen término lo
prometido, el gobierno de turno debería dimitir sin más.
Desde luego, para cualquier país que aspire a estar a la
altura de lo que una sociedad moderna y avanzada requiere,
debe ser fundamental la carrera investigadora, junto a una
formación que facilite la inserción laboral.
La desesperanza de los grupos de investigación de todas las
universidades españolas es público y notorio, y esto es malo
para todos. Muy malo. Algunos, demasiados a mi juicio, ya se
han ido, se les ha abierto la puerta como si su quehacer no
fuese primordial y se les ha empujado para que se vayan.
Mientras tanto seguimos aumentando las administraciones de
políticos, aunque se estorben unos a otros y no peguen un
palo al agua. Los efectos ahí están, raro es el día que no
salen una docena de casos de corrupción política en
cualquier pueblo de España. Lamentablemente, el
comportamiento de algunos políticos sí que nos retrotrae a
tiempos pasados. Ellos no son el futuro, son el presente más
ruin que puede sufrir una democracia.
El futuro, sin embargo, si está en esta comunidad
científica, a la que no se le escucha para nada. Obligados,
por políticas y políticos nefastos, vienen haciendo las
maletas hacia otros espacios más considerados con la labor
científica y con la escucha de sus peticiones, que no son
otras que una digna remuneración acorde con su preparación
académica y trabajo. Amaya Moro–Martin, la autora de la
desconsoladora misiva pública, le devuelve los mil títulos
al presidente del gobierno español, junto a otros documentos
que describen mil sueños y caminos trazados a través del
programa Ramón y Cajal, como son las actividades realizadas
o el mismo compromiso de estabilización laboral. Todo ha
sido en balde. No ha pasado de ser un sueño.
La científica Amaya Moro-Martín, como tantos otros, seguirá
haciendo ciencia a pesar de España, pero la hará lejos de
España, sin su apoyo, y pensando que se tuvo que ir de su
tierra para poder subsistir. Y como en otro tiempo, sentirá
una aguda nostalgia, de su ambiente y de sus compañeros
científicos. A nosotros también se nos hace un nudo en la
garganta como a ella al escribir estas palabras salidas de
lo más profundo del alma. El pueblo debe impedir que esta
fuerza joven, que estos cerebros emigren, de lo contrario
pagaremos una factura demasiado alta que no nos perdonarán
las generaciones venideras. Para ello, será necesario
desbancar a esta clase política, que han hecho de sus
promesas el mayor negocio para sí, sálvese el que pueda, y
buscar verdaderos servidores, dispuestos a darlo todo por
enterrar tanta podredumbre.
Nada aborrezco más que personas de esta altura intelectual
tengan que abrirse camino fuera de su país para poder
sobrevivir. Expreso, pues, mi dolor, mi tremenda angustia,
por esos hombres de ciencia (o de letras), que han de hacer
sus equipajes en busca de otras tierras más consideradas con
el misterioso y solitario oficio de pensar e investigar. Con
su acción, los que aquí quedamos, debiera llevarnos cuando
menos a reflexionar.
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