Como a cualquier ciudadano de bien, noticias como ésta me
conmocionan, por lo dramático de la situación y por el
impacto y repercusión que estos casos tienen en la opinión
pública. Pero, en este caso, la conmoción traspasa la
conciencia del hecho en sí porque se ha vuelto a reabrir el
debate de la violencia de género, de la violencia machista.
Han fallecido dos ancianos, la mujer con Alzheimer en fase
terminal y el hombre, su cuidador principal; él ha puesto
fin a la vida de ella antes de acabar con la suya propia.
¿Qué habrá pasado por su cabeza en sus últimos momentos de
vida? ¿Qué han tenido que sufrir estas personas antes de que
él tomara semejante decisión? Sólo ellos lo saben.
No voy a entrar en estos temas; no voy a cuestionar si estas
personas han recibido las ayudas públicas a las que tenían
derecho; no voy a valorar si hubiera podido haber otro
final… Todo eso ya no importa. Lo que sí importa, y
considero que es grave, muy grave, es que se “meta en el
mismo saco de la conocida como violencia machista” un caso
como éste. Cierto es que “él ha acabado con ella”, lo cual
es completamente injustificable, pero no es lo mismo.
El Alzheimer es una enfermedad que sesga la vida de quien la
padece: al paciente le roba los recuerdos; al cuidador le
priva de la vida. En España conviven más de 3,5 millones de
personas con el Alzheimer y, lamentablemente, no todas ellas
tienen las mismas oportunidades de acceder a los recursos
existentes (escasos, cierto es) para hacer frente a sus
necesidades. Probablemente las personas del caso que nos
ocupa no hayan tenido todas las opciones necesarias y se
hayan encontrado solas. No lo sé. Pero lo que sí sé es que
no se puede, no se debe pasar por alto este asunto:
Las Asociaciones de Familiares de Personas con Alzheimer
deben ser apoyadas para poder llegar a una población mayor y
ofrecerles las atenciones que necesitan.
Las Administraciones deben tomar nota y dedicar los recursos
necesarios para satisfacer las necesidades de los colectivos
vulnerables, y hacerlos accesibles (en forma y plazo).
Los medios de comunicación deben humanizarse y utilizar un
lenguaje adecuado a cada circunstancia.
La sociedad debe tomar conciencia sobre esta epidemia del
Siglo XXI.
La situación que viven día a día las personas afectadas es
dramática; nadie que no conviva o haya convivido con el
Alzheimer puede hacerse una idea del sufrimiento permanente
al que se ven abocadas esas personas. Nadie puede ponerse en
la piel del matrimonio de Piedras Blancas. Creo que nadie
(yo tampoco) puede afirmar, independientemente de lo que
diga la Ley, que haya sido un nuevo caso de violencia de
género. Lo que sí ha sido es una tragedia, y desde la
Confederación Española de Asociaciones de Familiares de
Personas con Alzheimer y otras Demencias queremos enviar un
abrazo solidario a sus familiares y allegados. Ahora la
pregunta que nos queda es.… ¿Podía haberse evitado?
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