El sol salió en un nuevo día,
afortunadamente, para mí. Pudiendo apreciar, a través de las
rendijas del ventanal de mi morada, a sus rayos irradiar;
después de que el despertador comenzara a sonar con sones
del Bolero de Ravel. Calándome, de inmediato, el repiqueteo
de la caja y de la trompeta con la sordina acoplada. Cuando
tronaban notas punteadas y majestuosos solos junto a los
demás instrumentos de metal, cuerda y caña...
Tras el rescoldo que prendió el despertar de esos sueños,
con ciertas sorpresas incluidas en el transcurrir de la
noche pasada. El sonido crecía al avanzar la pieza,
avisándome para que brotara de la somnolencia, para poderme
enfrentar, de frente y por derecho, a los músicos sin compás
de la urbe donde habito.
El cuerpo se me estremeció con el estruendo final de la
primera parte del bolero. Sintiéndome alterado con los
ruidos de sables, del trotar de los jinetes del Apocalipsis,
por las calles adoquinadas. Teniéndome que recubrir con las
sábanas, para protegerme de los compases bélicos finales.
En esos momentos, se me despertaron súbitamente los
sentidos. Y me dispuse a abandonar el lecho de ángeles donde
yacía placenteramente. Pero al proseguir la música, respiré
profundamente, al aparecer unos acordes en forma de
revueltos de algas aterciopeladas de las profundidades del
Estrecho.
El piano, era el engranaje principal de la segunda parte de
ese fragmento último. Los demás instrumentos aparecían
delicadamente en un ir y venir por olas en calma de la bahía
natal de La Línea, Algeciras y comarca. Emergiendo miel de
nuevo en mis labios, gracias al mágico ambiente imaginario
que se creó.
La habitación desprendía perfumen con sal de rosas marinas,
procedente de las playas y salinas de ‘La Pepa’ de San
Fernando. Pero debido a que el volumen del aparato emisor
era muy sigiloso. Puse a funcionar la acústica para
distinguir los sonidos que emitía. Llegando a sentir, por
fin, unas delicadas manos femeninas, acariciar las teclas
blancas y negras del piano de cola.
Imaginariamente me encontraba en un selecto ambiente en la
gran pista del baile universal. Me acompañaba una bella
dama, vestida y adornada con la elegancia de una mujer
madura. Y cuando uno de los camareros, que permanecía en los
puntos estratégicos de la sala, se percató de nuestra
presencia, nos sirvió un coctel de jugo de carolas y nácar.
Comenzamos a saborearlo hasta embriagarnos sorbo a sorbo.
Brotándonos radiantes complicidades cuando nos deslizábamos
por la evocación corporal, sin que tropezaran nuestros
calzados en cada paso.
Ella, majestuosa y delicada, cubría sus manos con guantes de
fina seda de la India. Las besé haciendo una respetuosa
inclinación en señal de agradecimiento, por lo bien que me
estaba guiando con las riendas de su métrica y rítmica. No
sintiéndome perdido en momento alguno, en la travesía que me
hizo recorrer, por las curvas de los cuencos de sus
discretos suspiros.
Inmediatamente después, al iniciarse el acto tercero del
bolero. La suave armonía de la savia que me cortejaba, hizo
que soñara que nos encontráramos paseando por la orillas de
la playa de Los Lances de Tarifa. Revoloteando a nuestro
alrededor una banda de pajarillos, cuando caminábamos cerca
de las dunas.
Energías muy positivas percibía en esos momentos, acurrucado
dentro de la mar de mis blancas sábanas. Cuando mansas y
cálidas olas acariciaban mis estímulos, al escuchar palpitar
el alma de esos imaginarios sueños. Resistiéndome a
abandonar el remanso de paz interior donde me encontraba.
Porque tenía los instintos básicos pendientes, para poder
captar el significado, que el maestro Maurice Ravel quiso
plasmar en su obra.
En ese discurrir, debido al embeleso que disfrutaba, a punto
estuve de quedarme de nuevo dormido. Pero, de forma
bulliciosa, apareció el cuarto acto, indicándole a mis
pensares, que llegó el momento, para incorporarme e intentar
ser una de las herramientas para luchar por la sociedad
arrasada donde resido, de esta Andalucía y España de
monarquía parlamentaria con sus titiriteros.
Siendo esos últimos segundos musicales cruciales. Al navegar
bajo el sonido de fondo de una patera a la deriva. Teniendo
que achicar agua sin descanso alguno con la tinta roja de mi
estilográfica. Desapareciendo bruscamente, toda la magia que
había gozado, antes de poner los pies en las heladas
baldosas de la alcoba. Porque un golpe seco ejecutorio, del
instrumento de percusión más represivo existente en la gran
orquesta sinfónica del poder político, el capitalismo e
inquisición, puso punto y final a mis deleites musicales.
Exclamando, ¡qué me deparará este nuevo día!
|