Ganarse la vida nunca fue fácil
para determinadas personas, sobre todo para aquellas que han
sido criadas con dificultades económicas. Para empezar, no
han tenido el mismo acceso a la educación que otras, y la
mayoría tuvieron que migrar en busca de nuevos horizontes.
Empezar de cero, en otro hábitat, de cultura a veces muy
distinta a la naciente, entablar relaciones nuevas, con la
mirada puesta en la supervivencia, no es nada fácil y
conlleva cierto riesgo. Unos países pueden ser más
acogedores que otros, más pacíficos, pero las amenazas
discriminatorias, de explotación y abusos, te las encuentras
en cualquier esquina, hasta en tu propia nación. En un mundo
tan cruel y oscuro, tan desconcertante e imprevisible,
también el futuro es sombrío. Nos alegra, pues, que este
año, coincidiendo con la celebración del Día Internacional
de la Juventud (12 de agosto de 2013), se haya centrado la
festividad en la cuestión de la migración juvenil. Son
variadas sus huidas. De igual modo, sus experiencias. Y
sobre ello, voy a reflexionar si el lector me lo permite.
Aprovechando la actual crisis también han aumentado los
engaños. Una de las principales hipocresías del mundo
contemporáneo está siendo la rebaja de los sueldos. Hay
salarios tan ínfimos que no pueden devaluarse más. Y aún más
si eres joven, aunque tengas todos los títulos del mundo.
Resulta vergonzoso que no se respeten ni los salarios
mínimos y los empleos en precario se consideren como empleos
adecuados (o decentes), cuando lo que se oferta es un
mercado que explota como jamás al trabajador, convertido en
la mayoría de las veces en un instrumento de lucro, sin
derecho a nada o a casi nada. Por lo que se refiere al marco
de las relaciones laborales no existe nada más que en las
leyes. Puro cuento. Igualmente se lo ha cargado la crisis
financiera. La sociedad no ve nada más que por los ojos de
la economía, y no sólo está a su servicio, se arrastra si es
menester. Por eso, es tan complicado fortalecer una cultura
de convivencia y de desarrollo colectivo. Cada uno mira para
sí (y los suyos). Además, se acentúa tanto la falta de
sensibilidad solidaria, que a menudo se acusa a los
migrantes de quitar el empleo a los trabajadores locales, lo
que incide en más exclusión.
En octubre próximo, la Asamblea General de las Naciones
Unidas, celebrará el segundo diálogo de alto nivel sobre la
migración internacional y el desarrollo. Me parece que puede
ser un buen momento para recapacitar acerca de los jóvenes
migrantes y sus diversos dramas. Es evidente que muchos de
los problemas actuales surgen porque el mundo está enfermo,
se ha deshumanizado y su mal se crece, precisamente, por la
ausencia de justicia. Desde luego, la mayor injusticia de
hoy radica en dar generaciones por perdidas, mientras los
ciudadanos más acomodados aumentan aún más su riqueza. No
conocen la pobreza y tampoco la crisis. Están exentos de
contribuir al pago de la deuda. Por otra parte, se ha
disipado el deber de hospitalidad, el sentido social y
humano de las personas, y en buena medida la responsabilidad
de los poderes. Con estas mimbres, va a ser muy arduo poder
salir del hoyo en el que nos han metido unos pésimos
gestores. Tienen que ser otras personas las que nos liberen
de una economía sin ética. Estas no tienen remordimientos.
No pueden seguir los mismos gobiernos con las mismas
andanzas corruptas, haciendo lo contrario de lo que
predican. La doctrina “de hoy por ti y mañana por mí”, todo
lo esconde. Y, en todo caso, las facturas a sus
divertimentos, desfalcos, raterías y quebrantos, se le pasan
a la clase trabajadora, vía contribuciones, tasas e
impuestos. Pienso en el día que estos obreros despierten de
tanto juego sucio, e igualmente en los que nunca han podido
ser trabajadores porque se les ha negado el deber de
trabajar y el derecho al trabajo, en los jóvenes a los que
se les ha impedido ser motor de cambio, será complicado
volver a engañarlos otra vez más. Yo así lo espero.
Personalmente, confío en esa juventud estimulada por los
valores humanos, por el coraje del cambio, que respeta pero
que también exige, que trabaja con fuerza para ganarse la
vida, sabiendo que su energía de buena voluntad, idealismo y
talento, es tan precisa como necesaria. A mi juicio, hoy el
hecho más importante del que todos debemos tomar conciencia
es la de dignificar al ser humano. Todos tenemos derecho a
vernos libres de la miseria, a tener una ocupación estable,
a poder vivir en condiciones saludables. La fuga desesperada
de esos jóvenes en busca de empleo, propiciada también por
algunos gobiernos, tiene que hacernos meditar a todos. Uno
tiene que tener el derecho a no emigrar, a poder realizarse
en el país de origen. Sin duda, las instituciones
gubernativas deben prestar más atención en la formación de
los jóvenes, pero también en la transición entre los
estudios y la búsqueda de empleo. La juventud también se
merece encontrar un empleo decente y esa debería ser la
estrategia prioritaria de todo gobierno que se precie, la de
ayudarles a hacer realidad sus aspiraciones. Un país que
abandona a sus jóvenes, o que les obliga a emigrar por pura
necesidad, debería dimitir cuanto antes. Es la juventud la
única que puede ayudarnos a recuperar lo perdido, aportando
ideas nuevas e innovadoras.
Ciertamente, uno necesita ganarse la vida como siempre, pero
lo jóvenes, mal que nos pese, siguen estando marginados en
muchos países, y lo están en la medida en que no se cuenta
con ellos, pudiendo ser colaboradores valiosos. Ya es hora
de que dejemos de hablar de crisis (me aburre) y contemos
más con el alma joven (son al menos más divertidos), ellos
no son el problema, y quizás si sean la solución a ese
ansiado cambio. Se precisan otros estilos de vida, otras
maneras de pensar, otros modos de hacer y es el espíritu
juvenil el único que puede llevarlo a buen término. En un
mundo como el presente esto es fundamental para
solidarizarse con los demás, para reconocer opiniones
divergentes, para resolver conflictos. ¿Se imaginan un país
sin jóvenes? Todo caminaría sin entusiasmo. Precisamos que
las juventudes trabajen a pleno rendimiento, en sus puestos
de trabajo y también en plena calle, reivindicando un mundo
más justo, así como en los centros de estudio formándose.
Son nuestra luz, nuestra acción y reacción a un mundo tan
diverso como disperso, nuestro estado de ánimo frente al
desánimo que nos circunda. Están en la edad de los sueños
posibles, de la ausencia de egoísmos, de los excesos de
donación, de la mirada limpia y del genio vivo. No les
cortemos las alas. Requerimos su empuje entre nosotros.
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