LUNES 5.
Ante un nuevo conflicto con Gibraltar, que han sido no
pocos, conviene recordar que El alto mando militar estuvo
planeando recuperar el Peñón. Por lo cual le fueron
encomendadas a tres tenientes adscritos al Tercero Ligero de
Artillería, la instalación de depósitos de municiones de
calibre mediando y grueso (del 7,5 al 30) en cuatro cortijos
del Campo de Gibraltar. Lo reflejan documentos de Alto
secreto, donde aparecen los nombres de los cortijos: Las
Mesas, La Peñuela, Jédula y Jedulilla. Corría 1940 y la
guerra estaba resultando un paseo militar para los ejércitos
del Eje. Derrotada Francia, Inglaterra parecía estar a punto
de claudicar. Así que los militares españoles estaban
convencidos de que había llegado el momento de asaltar
Gibraltar, aprovechando que los ingleses andaban con la
mente puesta en otra parte. Así, el 26 de junio, 80 soldados
de infantería y sus respectivos equipos salieron de Sevilla
en 30 camiones Chevrolet para ocupar y acondicionar los
cortijos donde se almacenaban toneladas de municiones. La
suerte de Gibraltar parecía decidida. Sin embargo, pasaban
los días y, contra todo pronóstico, la Luftwaffe no
terminaba de barrer de los cielos a los cazas ingleses. El
Führer se vio obligado a especiar sus ataques aéreos tras
sufrir graves pérdidas. Dado que la fruta no parecía madura,
el asalto español a La Roca se aplazó sine día. Los
polvorines secretos del Campo de Gibraltar se desmantelaron
en los meses siguientes. Ah, los alemanes se ofrecieron
también a recuperar la Roca con tres de sus divisiones. Pero
el orgullo español lo impidió: ya que si alguien tenía que
recuperar Gibraltar éramos nosotros.
Martes. 6
Cuando todavía resuenan las palabras del presidente del
Gobierno de la nación, Mariano Rajoy,
correspondientes a las explicaciones sobre el ‘caso Bárcenas’
en el Congreso, nos dicen que el marido de María Dolores
de Cospedal, Ignacio López del Hierro, reza como
presunto cobrador de sueldos, en una entidad bancaria,
porque sí. El marido de la señora De Cospedal, al parecer,
recibía 7.000 euros mensuales por la cara. Por la cara de
ser el marido de quien es. Lo que no deja de ser, si es
verdad, un capítulo más de la corrupción política. La que no
cesa. Así que raro es el día en el cual no quedamos
enterados de que cada vez son más los políticos que trincan
a manos llenas. Los hay, muchos, muchísimos, a qué
engañarnos, que se lo han llevado calentito y que se lo
vienen llevando por la jeta. Ante el beneplácito de quienes
están obligados a cortar de raíz un hecho que es tan grave
como el terrorismo o la autoridad de un dictador.
Miércoles. 7
Divago distraído por las inmediaciones de la plaza de los
Reyes, cuando la mañana está a punto de convertirse en
tarde. Y me tropiezo con un conocido a quien no veía desde
hace ya la tira de tiempo. Se suceden los saludos de rigor y
las preguntas tópicas. Y acabamos por ceder a la tentación
de refrescarnos el gaznate con una cerveza sentado a la mesa
de una terraza cercana. Mi conocido se distinguió siempre
por su optimismo. Por una tendencia a ver las cosas en su
aspecto más favorable. Pues bien, de aquel hombre animoso no
queda nada. Pero nada. Ha perdido la fe en todo. No tiene el
menor reparo en decirme que España camina por la ladera de
la decadencia más absoluta. Y que hay políticos que están
aprovechando la mala baba que causa la crisis económica para
dividir nuevamente a los españoles. Lo miro fijamente y
adopto el lenguaje corporal adecuado para invitarle a que
siga diciendo cuanto le apetezca. Y a fe que no se corta lo
más mínimo. Clama contra la corrupción establecida. Y, como
es hombre leído, dice que puede hacerse perfectamente la
comparación entre la sociedad actual (tanto la de derecho y
la que está al margen de la ley) con la del Renacimiento,
puesto que los elementos básicos son los mismos. Y saca a
relucir el hampa. Y me hace un descripción detallada de cómo
al Estado le conviene que haya delincuentes a granel. Le
hago cambiar de tercio y trato de tirarle de la lengua en lo
concerniente a los fanatismos religiosos, y me contesta así:
“Menos mal que los clérigos, célibes de oficio y, por
consiguiente, reprimidos sexuales, ya no gozan del poder que
un día tuvieron para imponerles a sus feligreses una moral
enfermiza capaz de alcanzar extremos ridículos”. Cuando nos
despedimos, dije para mí, hay que ver lo que ha cambiado
este hombre.
Jueves. 8
Anoche he tenido una pesadilla: he soñado que me examinaba
para obtener una plaza de funcionario del Ayuntamiento. De
adolescente fui propenso a soñar una cosa espeluznante: a
encontrarme perdido en un laberinto selvático siendo
perseguido por animales pertenecientes al medio en el cual
se desarrollaba la acción. Pero éste de los exámenes me
produce aún más angustia porque su verosimilitud es más
acentuada. Mi miedo es mayor por el hecho de encontrarme
delante de unos componentes del tribunal cuyas miradas me
inspiran un miedo terrible. Me hacen preguntas que nada
tienen que ver con el examen y se dirigen a mí como si
quisieran condenarme a galeras. No sé cómo contestar. La
situación es puramente ridícula pero es de un ridículo tan
absoluto, que la angustia que me produce es inenarrable. De
pronto, cuando mi canguelo está a punto de convertirse en
malos olores, caigo en la cuenta de que mis inquiridores son
Juan Vivas y José Antonio Rodríguez. Y en ese
preciso instante me desperté. Eso sí, sudando la gota gorda.
¡Qué pesadillas más raras tiene uno!
Viernes. 9
Ana es una amiga que vive en la calle Jáudenes. Y con
la que suelo pegar la hebra cada dos por tres. Nunca se me
ha ocurrido preguntarle por los años que tiene. Por dos
razones: una, porque considero que es de mala educación
hacerlo; otra, porque tengo la certeza de que me mandaría
allá donde el viento da la vuelta. La hallo sentada en un
banco de la plaza que nuestro alcalde tuvo a bien dedicarle
a Menahem Gabizón, fumando y deseando que la
acompañara un rato. Así que me pongo a su disposición. Y no
sé por qué saqué a relucir lo de casa de lenocinio. Así que
Ana, con el desparpajo que la caracteriza, tardó nada y
menos en amonestarme: “Oye, Manolo, a ver si te dejas
de cursilerías y dice casa de putas, como se ha dicho toda
la vida”. Y, metidos ya en faena, le fui recitando de
memoria frases de gilipuertas. Temas puntuales. Cuando
debería decirse Asuntos concretos. Tiene Carisma. Lo
correcto es tiene garra, gancho. Los narradores de los
partidos de fútbol hablan de tiempo reglamentado, en vez de
tiempo reglamentario. Los hay que presumen de ir al taller
de lectura, por no decir círculo de lectura. Días atrás, un
locutor se refería a que alguien tenía una herida en su
anatomía. Olvidándose de que era el cuerpo de ese alguien el
que estaba herido. Una noticia se ha convertido en hecho
noticioso. Los pisos son ya de alto standing. Ya no existen
los de categoría. Hay gente que en vacaciones hacen un
periplo por Extremadura. ¿Acaso se puede navegar por el mar
extremeño? Y así fui enumerando ejemplos de la corrupción
progresiva de la lengua que hablamos y escribimos, ante la
satisfacción de Ana. Ah, le dije que los ministros han
aceptado cobrar el salario mínimo. Y Ana, Anita para los
amigos, aprovechó ya la ocasión para mandarme al… bueno,
allá donde el viento da la vuelta.
Sábado. 10
Recibo un regalo. El mejor que a mí se me puede hacer: un
libro. Las Maestras Republicanas es su título. El presente
procede de una maestra. En la sinopsis leo lo siguiente: Las
maestras republicanas fueron unas mujeres valientes y
comprometidas que participaron en la conquista de los
derechos de las mujeres y en la modernización de la
educación, basada en los principios de la escuela pública y
democrática. Pero, además, el libro viene acompañado por una
nota escrita a mano que reza así: “La escuela sirve para
hacer personas, para enseñar a pensar, a tener opiniones
propias y, por supuesto, a ser responsable. La escuela es un
lugar donde se encuentra gente muy distinta que aprende a
convivir. Que no habla de religión en el sentido de hacer
sectarismo. Que no deja que los maestros hagan proselitismo
político. Que enseña a respetar las opiniones de los demás,
a convivir respetando, porque la razón nunca es absoluta”.
Mi amiga, amén de regalarme un libro, me ha dado una lección
de metodología que tiene toda la pinta de ser la del
Instituto Libre de Enseñanza.
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