Fue un miércoles 30 de julio cuando la historia de España
adquiere tintes macabros y olor a muerte, fue ese día cuando
en este país el odio tendió la alfombra de bienvenida al
genocidio, una inhumana crueldad que se ha llamado la Gran
Redada o la Prisión General de los Gitanos de 1749.
Desde la llegada a España de los Rroma, alrededor del año
1417, muchos fueron los intentos de asimilación forzosa que
tuvieron el pistoletazo de salida con la pragmática de
Medina del Campo dictada por los Reyes Católicos en 1499 y
que continuaron con una serie de ordenes que marcan una
represión sin límite y que de una manera directa o indirecta
pretendían o bien el abandono de las costumbres, trajes y
tradiciones o bien la desaparición y arrinconamiento de la
población romaní española. Entre estas medidas, por
entresacar algunas, tenemos desde las que obligan al
asentamiento, a la prohibición de ejercer el trabajo que les
procuraba su medio de vida, la trata de animales el
chalaneo, y otras en la que se les obliga a convertirse en
agricultores… todo este cúmulo de sentimientos antigitanos y
romafobia tiene su culmen en esta orden del 30 de julio
pronunciada por Fernando VI de “exterminar la raza gitana”,
para ello ordenó “prender a todos los gitanos avecindados y
vagantes en estos reinos, sin excepción de sexo, estado ni
edad, sin reservar refugio alguno a que se hayan acogido”
unida a esta orden y mediante un plan urdido en secreto y
organizado por el Marqués de la Ensenada, fueron detenidos
casi todos los gitanos españoles, unos 9.000 (otros 3.000 ya
estaban en prisión), los hombres enviados a los arsenales de
la marina y las mujeres y los niños encarcelados. Para
llevar a cabo con esta canallada se contó con la cooperación
de la Iglesia y la “provechosa” colaboración delatora de la
población.
De esta colaboración tenemos datos históricos que la prueban
que se recogen en un escrito de P. Minguella, autor de la
Historia de la Diócesis de Sigüenza y de sus Obispos, en el
se nos cuenta como tuvo lugar la famosa redada de los
gitanos, concebida por el Secretario de Guerra, D. Zenón
Semodevilla y Bengoechea, el famoso Marques de La Ensenada
(1702 – 1781) y secundada por el Obispo de Sigüenza.
El Marques de Ensenada tramó un plan secreto para exterminar
a la población gitana en colaboración con la Iglesia que
además preveía la apropiación de sus bienes.
Un año antes de morir el Duque de Anjou, que reinó en España
con el nombre de Felipe V, dictó un decreto de pena de
muerte contra los gitanos sorprendidos fuera del término de
su vecindario. A tal efecto muchos de ellos, abandonando la
vida nómada, se habían afincado en lugares, donde ejercían
oficios serviles, útiles a sus convecinos, hasta que, sin
previo aviso, con premeditación y alevosía, un miércoles 30
de julio de 1749, fueron sorprendidos por el Ejército. Ni
siquiera les acogió el derecho de asilo que cualquier
delincuente tenía, porque la Iglesia les excluyó del
privilegio. Es cierto que hubo clérigos que clamaron contra
tal desmán, pero fue a título personal, como el del Vicario
de Sevilla.
También la ambición de alcaldes, corregidores, alguaciles y
particulares jugó su baza en el asunto, pues eran
recompensados los delatores con la apropiación de sus
exiguos bienes, que se vendían en pública almoneda. Los
apresados mayores de 12 años eran enviados a los arsenales
de la Marina y a las mujeres y los menores se les redujo a
guetos, como antiguamente se había hecho con los judíos. Los
hombres que se hallaban en una mejor condición de fortaleza
física y, puesto que hacia falta mano de obra, eran enviados
a galeras para construir barcos que irían destinados a
traerse el oro del nuevo continente, allí morían a causa de
la extenuación, el hacinamiento, las enfermedades y la mala
alimentación.
A los tres meses de este fatídico día, se dicta una orden
que libera a los ancianos y las viudas y en la que se
prohíbe la procreación. Aunque estos Rroma liberados tenían
el derecho a recuperar sus bienes no es difícil imaginar las
dificultades que tuvieron que atravesar no solo en este
aspecto económico sino también para rehacer sus vidas y
superar la pesadilla que les había tocado vivir.
Las condiciones de vida infrahumanas y la negación de
indultos desde el año 1757 hizo que la población romani
encarcelada pasara a ser de tan solo unos ciento cincuenta
individuos cuando en 1783 fueron liberados, no por motivos
humanitarios sino por la falta de rentabilidad que suponía
el mantenimiento de esta población enferma y envejecida
prematuramente.
Una vez liberados surgió la duda sobre que hacer con ellos,
surgieron varias propuestas entre las que se encuentran la
de diseminarlos y colocar a solo una familia por pueblo, la
de internarlos en presiones para que vivieran con sus
familias como inquilinos libres o la de enviarlos a las
colonias americanas como ya hacían otros países como
Portugal e Inglaterra, pero la falta de consenso sobre esto
nos llevaría a la Pragmática del 19 de septiembre de 1783
dictada por Carlos III que daría a los gitanos libertad de
elección domiciliaria y laboral.
Esta pragmática, sin embargo, trocaría reclusión por
asimilación y esta embebida del espíritu del Despotismo
Ilustrado del que Carlos III era nuestro exponente en
España. La pragmática, que podría calificarse de “positiva”
en la época y que choca diametralmente con los principios
éticos actuales, declara a los gitanos como ciudadanos
españoles y, por lo tanto, el deber y derecho de los niños a
la escolarización a los 4 años, libres de fijar su
residencia, o de emplearse, trabajar en cualquier actividad,
penalizándose a los gremios que impidan la entrada o se
opongan a la residencia de los gitanos. Pero a costa de que
los gitanos abandonen su realidad étnica, como la forma de
vestir, no usar el kaló, asentarse y abandonar la vida
errante. En esa misma pragmática se ilegalizará la palabra
gitano.
Espero que este pequeño repaso histórico nos haya servido
para recordar el sacrificio y persecución del pueblo Romaní,
tan presente en nuestros días, espero que nos haga
conscientes, hemos sufrido no uno, sino varios holocaustos y
genocidios que han sido olvidados, silenciados o no
reconocidos, hagamos memoria que es quizás nuestra única
esperanza de que sucesos así no vuelvan a repetirse en la
historia, con cada victima del odio y la intolerancia una
parte de nuestra humanidad muere.
Los Rroma hemos sufrido no uno, sino varios holocaustos y
genocidios que han sido olvidados, silenciados o no
reconocidos, hagamos memoria que es quizás nuestra única
esperanza de que sucesos así no vuelvan a repetirse en la
historia, con cada victima del odio y la intolerancia una
parte de nuestra humanidad muere.
El 30 de julio los kalós rememoramos uno de los episodios
más vergonzantes y oscuros de la historia de este país, el
genocidio Romaní que mando realizar Fernando VI, en el que
12 mil kalós fueron enviados a galeras.
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