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OPINIÓN - JUEVES, 1 DE AGOSTO DE 2013

 
OPINIÓN / COLABORACION

Prisión general de los gitanos de 1749

Por Miguel Jiménez Campos


Fue un miércoles 30 de julio cuando la historia de España adquiere tintes macabros y olor a muerte, fue ese día cuando en este país el odio tendió la alfombra de bienvenida al genocidio, una inhumana crueldad que se ha llamado la Gran Redada o la Prisión General de los Gitanos de 1749.

Desde la llegada a España de los Rroma, alrededor del año 1417, muchos fueron los intentos de asimilación forzosa que tuvieron el pistoletazo de salida con la pragmática de Medina del Campo dictada por los Reyes Católicos en 1499 y que continuaron con una serie de ordenes que marcan una represión sin límite y que de una manera directa o indirecta pretendían o bien el abandono de las costumbres, trajes y tradiciones o bien la desaparición y arrinconamiento de la población romaní española. Entre estas medidas, por entresacar algunas, tenemos desde las que obligan al asentamiento, a la prohibición de ejercer el trabajo que les procuraba su medio de vida, la trata de animales el chalaneo, y otras en la que se les obliga a convertirse en agricultores… todo este cúmulo de sentimientos antigitanos y romafobia tiene su culmen en esta orden del 30 de julio pronunciada por Fernando VI de “exterminar la raza gitana”, para ello ordenó “prender a todos los gitanos avecindados y vagantes en estos reinos, sin excepción de sexo, estado ni edad, sin reservar refugio alguno a que se hayan acogido” unida a esta orden y mediante un plan urdido en secreto y organizado por el Marqués de la Ensenada, fueron detenidos casi todos los gitanos españoles, unos 9.000 (otros 3.000 ya estaban en prisión), los hombres enviados a los arsenales de la marina y las mujeres y los niños encarcelados. Para llevar a cabo con esta canallada se contó con la cooperación de la Iglesia y la “provechosa” colaboración delatora de la población.

De esta colaboración tenemos datos históricos que la prueban que se recogen en un escrito de P. Minguella, autor de la Historia de la Diócesis de Sigüenza y de sus Obispos, en el se nos cuenta como tuvo lugar la famosa redada de los gitanos, concebida por el Secretario de Guerra, D. Zenón Semodevilla y Bengoechea, el famoso Marques de La Ensenada (1702 – 1781) y secundada por el Obispo de Sigüenza.

El Marques de Ensenada tramó un plan secreto para exterminar a la población gitana en colaboración con la Iglesia que además preveía la apropiación de sus bienes.

Un año antes de morir el Duque de Anjou, que reinó en España con el nombre de Felipe V, dictó un decreto de pena de muerte contra los gitanos sorprendidos fuera del término de su vecindario. A tal efecto muchos de ellos, abandonando la vida nómada, se habían afincado en lugares, donde ejercían oficios serviles, útiles a sus convecinos, hasta que, sin previo aviso, con premeditación y alevosía, un miércoles 30 de julio de 1749, fueron sorprendidos por el Ejército. Ni siquiera les acogió el derecho de asilo que cualquier delincuente tenía, porque la Iglesia les excluyó del privilegio. Es cierto que hubo clérigos que clamaron contra tal desmán, pero fue a título personal, como el del Vicario de Sevilla.

También la ambición de alcaldes, corregidores, alguaciles y particulares jugó su baza en el asunto, pues eran recompensados los delatores con la apropiación de sus exiguos bienes, que se vendían en pública almoneda. Los apresados mayores de 12 años eran enviados a los arsenales de la Marina y a las mujeres y los menores se les redujo a guetos, como antiguamente se había hecho con los judíos. Los hombres que se hallaban en una mejor condición de fortaleza física y, puesto que hacia falta mano de obra, eran enviados a galeras para construir barcos que irían destinados a traerse el oro del nuevo continente, allí morían a causa de la extenuación, el hacinamiento, las enfermedades y la mala alimentación.

A los tres meses de este fatídico día, se dicta una orden que libera a los ancianos y las viudas y en la que se prohíbe la procreación. Aunque estos Rroma liberados tenían el derecho a recuperar sus bienes no es difícil imaginar las dificultades que tuvieron que atravesar no solo en este aspecto económico sino también para rehacer sus vidas y superar la pesadilla que les había tocado vivir.

Las condiciones de vida infrahumanas y la negación de indultos desde el año 1757 hizo que la población romani encarcelada pasara a ser de tan solo unos ciento cincuenta individuos cuando en 1783 fueron liberados, no por motivos humanitarios sino por la falta de rentabilidad que suponía el mantenimiento de esta población enferma y envejecida prematuramente.

Una vez liberados surgió la duda sobre que hacer con ellos, surgieron varias propuestas entre las que se encuentran la de diseminarlos y colocar a solo una familia por pueblo, la de internarlos en presiones para que vivieran con sus familias como inquilinos libres o la de enviarlos a las colonias americanas como ya hacían otros países como Portugal e Inglaterra, pero la falta de consenso sobre esto nos llevaría a la Pragmática del 19 de septiembre de 1783 dictada por Carlos III que daría a los gitanos libertad de elección domiciliaria y laboral.

Esta pragmática, sin embargo, trocaría reclusión por asimilación y esta embebida del espíritu del Despotismo Ilustrado del que Carlos III era nuestro exponente en España. La pragmática, que podría calificarse de “positiva” en la época y que choca diametralmente con los principios éticos actuales, declara a los gitanos como ciudadanos españoles y, por lo tanto, el deber y derecho de los niños a la escolarización a los 4 años, libres de fijar su residencia, o de emplearse, trabajar en cualquier actividad, penalizándose a los gremios que impidan la entrada o se opongan a la residencia de los gitanos. Pero a costa de que los gitanos abandonen su realidad étnica, como la forma de vestir, no usar el kaló, asentarse y abandonar la vida errante. En esa misma pragmática se ilegalizará la palabra gitano.

Espero que este pequeño repaso histórico nos haya servido para recordar el sacrificio y persecución del pueblo Romaní, tan presente en nuestros días, espero que nos haga conscientes, hemos sufrido no uno, sino varios holocaustos y genocidios que han sido olvidados, silenciados o no reconocidos, hagamos memoria que es quizás nuestra única esperanza de que sucesos así no vuelvan a repetirse en la historia, con cada victima del odio y la intolerancia una parte de nuestra humanidad muere.

Los Rroma hemos sufrido no uno, sino varios holocaustos y genocidios que han sido olvidados, silenciados o no reconocidos, hagamos memoria que es quizás nuestra única esperanza de que sucesos así no vuelvan a repetirse en la historia, con cada victima del odio y la intolerancia una parte de nuestra humanidad muere.

El 30 de julio los kalós rememoramos uno de los episodios más vergonzantes y oscuros de la historia de este país, el genocidio Romaní que mando realizar Fernando VI, en el que 12 mil kalós fueron enviados a galeras.
 

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