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OPINIÓN - JUEVES, 1 DE AGOSTO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Carlos Chocrón: perfeccionista positivo
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Me había prometido, querido Carlos, cuando lo de Serafín Becerra Lagos, de lo cual ya mismo se cumplirá un año, no escribir ninguna otra semblanza en honor de los amigos que nos dejan, debido a que las lágrimas me pueden y lo paso muy mal. Sin embargo, cómo podría yo limitarme, en tu caso, a darle el típico “sentido pésame” a los tuyos, sin más, por el hecho de que hacerte la necrología me cueste ahondar más en mi aflicción.

Mira, Carlos, en cuanto me he enterado de lo tuyo, muy de mañana, por medio de Ángel Muñoz, de quien tantas veces me hablaste tan bien, y a quien yo le trasladaba las buenas impresiones que te causaba, cada vez que os tocaba charlar de asuntos varios, he dicho: ¿cómo es posible que Carlos y yo hayamos podido mantener 31 años de relaciones amistosas? Las que, todo hay que decirlo, no han estado exentas de desencuentros, que siempre duraron nada y menos.

Sí, Carlos, voy a repetirme: nos presentaron un 18 de julio de 1982. A las dos de la tarde. Ibas vestido de dulce, es decir, atildado en su mejor acepción. Y tenías tan buena facha que nos dejaba a todos huérfanos de las miradas femeninas. Te lo cuento, una vez más, porque me consta lo mucho que disfrutabas, en los últimos años, cuando a mí me daba por recordarte cómo eras en aquellos tiempos. Más bien cómo yo te veía, que a lo mejor no era así para otros.

Eras, además, Carlos, un hombre de mundo; cosmopolita, en el sentido más exacto del adjetivo. Viajero incansable y dispuesto a saber cada día más de cuanto concernía al arte de las joyas. Con el fin de que la Joyería Chocrón fuera adquiriendo esa perfección de la que siempre fuiste esclavo.

Sí, Carlos, sÍ; pocas veces he visto yo a nadie tan minucioso en la realización de cualquier trabajo y tarea. Concienzudo en el hacer, exigente…Te sobraba clase y genio. Ya que llevarte la contraria no entraba en tus planes. Sobre todo cuando te dedicabas plenamente a organizar cualquier acto y no querías, bajo ningún concepto, que a nadie se le escapara el menor detalle. De no ser así, tu mirada lo decía todo.

Tu mirada en los años ochenta, aquellos despendolados años, donde todos creíamos que nos íbamos a comer el mundo, estaba repleta de ironía. Y vivías la alegría de los hombres emprendedores que estaban convencidos de que la felicidad es la realización, en los años maduros de la vida, de los ideales soñados en la juventud. Y a fe que acertaste. Tus logros fueron tantos como amigos fuiste ganando y hasta conseguiste, junto a Alicia, tu mujer, que vuestros hijos fueran excelentes en todos los sentidos.

Lo que no pudiste evitar, mi querido amigo, fue la tragedia a la cual todos estamos expuestos. La tuya y la de Alicia fue terrible; la peor que puede proporcionar la vida: tener que enterrar a dos hijos. Estuviste a punto de zozobrar. Anduviste un tiempo sometido a la tortura del dolor y desconsuelo. Y, cuando parecía que te dejarías llevar por esa corriente de desesperanza, un día te vimos ir subiendo de tono hasta desembocar en la nueva vitalidad que te habías ido forjando.

Ello, querido Carlos, pues lo hablamos en su día, se debió también al comportamiento de Moisés; tu hijo. Quien se hizo mayor a pasos acelerados y se puso al frente de la tarea que parecía no agradarle. Moisés, tan perfeccionista como tú, continuará la obra. La tuya y la de Alicia. Y ahora, Carlos, me vas a permitir que te llore. Lo justo.
 

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