Leyendo Sombras y Luces en la
España Imperial, una vez más, cuando me toca adentrarme en
el capítulo de la Inquisición, y sobre todo en lo
concerniente a la cámara de los tormentos, donde se aplicaba
el terror como sistema, por medio de tres tipos de tortura,
el de la cuerda, el del agua y el de la garrucha, me entran
sudores fríos.
De declararse culpable el reo de lo que se le imputaba,
obtenía como premio de consolación la muerte antes de ir a
la hoguera; de no ser así, pasaba por el quemadero hecho un
eccehomo, pero consciente de que iba a ser achicharrado
vivo.
Era la técnica del terror. Algo muy bien señalado por el
hispanista Bartolomé Bennasar. Se trataba de asegurar
la ortodoxia religiosa más estricta por la vía del terror.
El inmovilismo ideológico. Que nadie se atreviera, ni
remotamente, a innovar nada, a criticar nada, a generar
ninguna duda. Y a este respecto, el terror era lo más
seguro. A los inquisidores no les importaba ser amados; lo
que les importaba era ser temidos. Y esa actitud se
mantendrá a lo largo del siglo XV y perdurará aún más en el
tiempo.
Pero había otro sufrimiento: en cuanto la víctima era
apresada y encarcelada en las cárceles inquisitoriales,
tenía muy claro que en cualquier momento podía abrirse la
puerta de su celda para ser llevado a la cámara de los
tormentos. Con lo cual, aunque eso no sucediese, mientras el
acusado estuviera encarcelado, el temor le seguía
atormentando. Era el temor imaginario, el sufrir con la
imaginación antes de que llegara el tormento. Algo
comprensible y por el que todos hemos pasado por cuestiones
varias a lo largo de nuestra vida.
Es lo que les viene ocurriendo a no pocos dirigentes del
Partido Popular con Luis Bárcenas, cambiando lo que haya que
cambiar. Que se levantan todos los días pensando en qué
habrá dicho de nuevo el ex tesorero que les pueda estropear
su reputación y su vivir de la política durante el resto de
sus días. Y todos ellos parece ser que se han juramentado
para gritar: “¡No podemos vivir con miedo a qué dirá
Bárcenas!”.
Ni que decir tiene que tales dirigentes andan con el miedo
subido de tono. Y, debido a ese canguelo, las noches se les
hacen eternas. Las pasan in albis. Y, sobre todo, se
percatan cada día que en la calle se les mira con iracundia
a la par que son acusados de chorizos a cada paso.
El miedo al que dirá Bárcenas, y que saldrá reflejado en un
periódico de gran tirada nacional, hace que los miedos de la
cúpula de Génova vayan adquiriendo tintes dramáticos. No en
vano, amén del descrédito personal de quienes han sido
amigos y protectores de LB, durante muchos años, están en
juego las siglas de un partido cuyos cimientos perderían
toda su consistencia si Mariano Rajoy no es capaz de
darle la vuelta en su comparecencia, al efecto, a una
situación que se está emponzoñando cada vez más.
Pero hay más: los políticos que dicen no haber visto un
sobre en su vida, son los que están pidiendo a gritos que
Rajoy llegue al Congreso armado de razones convincentes para
echar abajo todas las denuncias del ex tesorero. De no poder
hacerlo, bien le valdría al presidente reconocer culpas,
pedir el perdón correspondiente y ponerse a disposición de
los españoles. Quienes, a buen seguro, no le condenarían a
la hoguera ni vivo ni muerto. Todo antes que seguir teniendo
a los suyos sometidos al martirio de la imaginación. Por el
qué dirá Bárcenas.
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