Cada vez que una persona me dice
que es apolítica le lanzo la misma pregunta: “¿crees que la
mujer tiene los mismos derechos que el hombre?”. Suelen
responderme rotundamente que sí, a lo que les contesto: “de
acuerdo, eso es una opinión política, no eres apolítico”.
Nadie es apolítico. Ser apolítico implicaría no tener
ninguna opinión sobre nada, pues todo lo que nos rodea
depende de decisiones políticas. En un mundo diseñado para
vivir en sociedad, ser apolítico implicaría no pensar. Como
escribía el otro día Jorge Moruno en su twitter, “tratar de
despolitizar lo que es político no significa ser más
sensible, supone no querer modificar las causas que
originaron el problema”. Despolitizar lo político es el
mayor acto político que puede existir y los que dicen ser
“apolíticos” también hacen política. Son los mismos que
dicen que no son ni de izquierdas ni de derechas. Los que
afirman esto suelen ser, en la mayoría de casos, muy de
derechas. Me explico. Vivimos en un mundo en el que la
hegemonía del pensamiento, lo que guía nuestro sentido
común, está en manos del pensamiento conservador, en manos
de la lógica capitalista. Esta hegemonía es tal, que se ha
logrado que lo que hoy es visto como “de izquierdas” o
“rebelde” no sean más que las posturas “progresistas” del
mismo sistema, posturas que en ningún momento cuestionan las
relaciones de poder actuales. Todo lo demás ha sido, durante
años, denostado y silenciado. La “izquierda” es la izquierda
que está dentro de la derecha, no la que está en
contraposición. Se ha llegado a un punto en el que la
política es contraria al conflicto, cuando la política es,
en su misma esencia, puro conflicto. Decir que se es
“apolítico” es hacerle el juego al poder, ya que es al poder
al que le conviene que las personas den la espalda a la
política y se conformen con lo que hay, creyendo que no hay
opciones de cambiar nada. Un “apolítico” es el ciudadano
ejemplar para los totalitarismos y los gobiernos corruptos.
Ya lo decía Franco: “haga usted como yo y no se meta en
política”.
La otra noche tuve un encontronazo con una chica que se
declaraba apolítica. Tan sólo dije que Venezuela no es una
dictadura. ¿Su respuesta? Gritos e insultos. Curiosa
apolítica. Sinceramente creo que, cuando menos, se nos
debería permitir a los que pensamos que una democracia
oficial, con sus elecciones y su Constitución discutida y
elaborada por el pueblo soberano, es realmente una
democracia, expresar nuestra opinión sin ser víctimas de la
furia desatada y el odio irracional hacia lo desconocido de
supuestos “apolíticos ni de izquierdas ni de derechas”,
consumidores de la información manipulada e interesada de
unos “mass media” propiedad de grandes corporaciones
económicas. Me insultaron en una papelería por ofrecer datos
sobre Venezuela y me insultaron la otra noche por intentar
darlos. Tal vez sea mucho pedir un poquito de cordura entre
tanta bilis.
Uno de los argumentos de esta chica fue decir que en las
últimas elecciones venezolanas, uno de los municipios tuvo
más votos que votantes, lo que evidenciaba fraude. No me
dejó decirle que si hubiera tenido un poquito de interés se
hubiese enterado de que aquello quedó aclarado, dejando en
ridículo y como a un mentiroso al denunciante y candidato
perdedor, Henrique Capriles. Evidentemente, sólo le había
llegado la información de los medios de comunicación
oficiales. Ignora que, si para estar informado de lo que
pasa en España es recomendable buscar información
alternativa, para informarse sobre América Latina es
obligación hacerlo. Cualquier persona realmente interesada
en lo que pasa allí lo sabe. Pero ella, como buena
“apolítica”, no estaba interesada. Ella, simplemente,
condena aquello que desconoce y que no tiene interés alguno
en conocer (recordad, es “apolítica”). O lo que conoce a
través del Grupo PRISA y de Mediaset, que viene a ser lo
mismo.
Valorar la situación política de América Latina y la
importancia de sus gobiernos de izquierdas sin hacer antes
un análisis sobre la historia de esa región, el
colonialismo, las injerencias, los golpes de Estado
auspiciados o financiados desde Washington, el expolio
neoliberal de las últimas décadas, la tremenda desigualdad
(hablamos del continente más desigual del planeta), los
medios de comunicación o la actitud histórica de sus
oligarquías es, sencillamente, hablar sobre nada. Hay
magníficos documentales en la red que pueden ayudar a
comprender la realidad latinoamericana, aunque sólo sea para
poder debatir con un mínimo de seriedad. “Memoria del
saqueo”, “Cuarto poder: los medios en la sociedad de la
información”, “La revolución no será transmitida”, “El
bloqueo: la guerra contra Cuba” y “The war on democracy” son
sólo cinco de ellos. Para iniciarse no están mal.
No se trata de ideología. El rigor y un mínimo de
conocimientos sobre el tema son los dos únicos requisitos
indispensables a la hora de iniciar un debate. De lo
contrario, a lo único que puede acudirse es al insulto
fácil, algo que parece estar a la orden del día entre los
“apolíticos”. Si ven a uno, no intenten debatir. Huyan.
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