Nada más grato para mí que
comenzar esta columna hablando de Héctor Núñez:
jugador que fue del Valencia, entrenador destacado, y en
posesión de una cultura que trataba de disimular más que
exhibir. Conversar con el uruguayo era un placer.
Nos conocimos en el Instituto Nacional de Educación Física
en Madrid. Donde hube de estar un mes concentrado para
obtener el carné de entrenador nacional. Curso en el que él
era profesor y, más aún, procuraba por todos los medios
hacernos la vida más fácil a todos los aspirantes.
HN sabía de mi vida cual entrenador, hasta ese momento, y le
agradaba sobremanera charlar conmigo. De ahí nació nuestra
amistad. La cual no dejamos de alimentar, durante años,
llamándonos con cierta regularidad para intercambiar
impresiones.
En cierta ocasión, siendo él entrenador del Valladolid, le
comenté, como quien no quiere la cosa, si era verdad que su
salida del Atlético de Madrid se debió a sus malas
relaciones con Luis Pereira. Ello propició que HN me
respondiera con un ejemplo futbolístico.
-Vamos a ver, Manolo, el portero de mi equipo tenía
la consigna de entregarle la pelota a los pies a un solo
jugador de la defensa, aunque tuviera un rival a poca
distancia. Navarro, que era el cancerbero, sabía que
el único dotado para tal menester era Pereira. Y éste,
creyendo que todos tenían que ser como él de bueno manejando
el balón, ponía en aprieto a los demás. Sobre todo a
Capón. A quien le pasaba el balón rodeado de contrarios.
Dado que era reacio a cumplir mis indicaciones. Las
discusiones se fueron produciendo y la cosa acabó como
acabó.
Lección principal: no todos los jugadores valen para todo. Y
el entrenador ha de imponer sus criterios tácticos acorde
siempre con las cualidades de los futbolistas que entrena.
Con el fin de sacarles el máximo rendimiento y si es posible
que se acostumbren a ganar. La costumbre de ganar es lo
mejor que les puede pasar a los jugadores. Las victorias
son, además de gratificantes, bálsamo que todo lo cura.
Cualquier entrenador que se precie es consciente de que sus
consejos serán mejor recibidos cuando el optimismo de los
triunfos se respira en el vestuario. Las derrotas, en
cambio, obligan al técnico a morderse la lengua hasta que
los ánimos dejen de estar incendiados.
Uno equipo que tiene la costumbre de ganar y que con ella ha
obtenido tres títulos de enorme importancia en su país y
fuera de él, ha debido funcionar tan bien como para que el
siguiente entrenador que llegue se limite a cambiar lo
preciso, aprovechándose de la inercia de tan rotundos
triunfos. De no hacerlo, puede que sea por mor de una
soberbia que le induce a pensar que sin sus conocimientos el
fútbol no sería nada.
Hablaba yo, días atrás, de Pep Guardiola y de cómo
estaba amanerando al Bayern de Munich. Si antes lo digo,
antes lo golea el Borussia Dormunt. Perder un título, el
primero de la temporada, no ha de ser considerado ninguna
tragedia. Pero sí debe comprender el entrenador más
protegido del universo que enmendarle la plana a un
triunfador, Heynckes, amén de ser acción desdeñable,
es, sin duda alguna, síntoma de creerse el inventor del
deporte rey.
Ah, bien haría Ancelotti en meditar acerca de si la posición
de Ronaldo Cristiano es la más conveniente para que
siga siendo un coloso. Ya que éste vive de sus goles. Los
que el Madrid necesita.
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