El trágico accidente de tráfico
que sesgo la vida de la niña de 7 años, Jennifer, en un paso
de peatones, al parecer, en un punto “negro” de la carretera
nacional que une el centro de la ciudad con la frontera, ha
sido un episodio lamentable, producto de la negligencia de
un conductor acusado de homicidio imprudente y de la falta
de previsión de la autoridades que han hecho oídos sordos a
la demanda vecinal que ya había alertado de los riesgos que
suponía para la seguridad de las personas, el mencionado
tramo y para el que reclamaban o un puente o badenes
reductores de velocidad.
Ha tenido que suceder una desgracia, hubo que experimentar
la trágica experiencia de sufrir la muerte de una niña, para
que la sensibilidad aflore y, tal vez, ahora sí se pongan
los medios que en otro momento no se ejecutaron por las mil
y unas razones que siempre tendrán justificación pero que no
han impedido que una niña pierda la vida por la conducción
imprudente de un conductor y la inacción de quienes tuvieron
en su mano la decisión de evitar que, un paso de cebra con
poca visibilidad y en una zona de riesgo, no tuviera las
cautelas necesarias y precisas para evitar lo que ahora ha
resultado inevitable.
Mejor hubiera sido no haber tenido que promover
concentraciones para solidarizarse con la muerte de un ser
tan pequeño o para sensibilizar a quien corresponda por un
paso de cebra mortal. Las actuaciones a hechos consumados, y
máxime cuando están manchadas de sangre por trágicas
muertes, parecen más bien un descargo de conciencia que una
eficaz actuación cuando llega a destiempo y forzada por las
circunstancias. Sucede que, a veces, los árboles de la
cotidianidad no nos dejan ver el bosque de lo urgente.
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