Entre bromas y veras, alguien me
dice que los ‘gilistas’ me caen muy mal porque yo sentía
aversión hacia Jesús Gil. Lo hace aprovechando un
comentario que se está haciendo sobre el Atlético de Madrid,
cuando lo presidía el dueño de ‘Imperioso’. Y le respondo
con celeridad: yo conocí a JG nada más comenzar los “felices
sesenta”. Pues los dos frecuentábamos una tertulia en ‘Casa
El Bibi’: bar muy pequeño, situado en un pasaje flanqueado
por la calle de la Victoria y la de La Cruz. Y me caía la
mar de bien.
En aquellos entonces, el boxeo primaba en los madriles y
además se estilaba ir al campo del gas a ver los combates de
lucha libre. A JG le chiflaba el boxeo y hablaba de él con
verdadera pasión. Era un tipo que se hacía notar y que solía
mostrarse espléndido con la concurrencia. Le costaba nada y
menos meterse la mano en el bolsillo.
Cuando el siniestro de los Ángeles de San Rafael, yo ya no
residía en Madrid. Pero en el verano de 1987 JG fue elegido
presidente del Atlético de Madrid. Y a mí me encomendaron
que hiciera una gestión en el club rojiblanco para conseguir
la cesión de un jugador llamado Miguel Ángel. Nacido
en Córdoba.
El 16 de agosto del 87 yo esperaba al presidente para que
firmara los documentos relacionados con la cesión del
futbolista apetecido por la Agrupación Deportiva Ceuta,
charlando amigablemente con Bernadirno Matallanas,
ojeador del jugadores y de cuya amistad disfruté en aquel
Carabanchel de la temporada 61-62. Las oficinas del Atlético
estaban situadas en los bajos del estadio y próximas a los
vestuarios. Y, de pronto, hizo acto de presencia César
Luis Menotti. Descamisado, luciendo tórax bronceado,
ante las varias féminas que trabajaban en las oficinas.
Matallanas, viejo zorro, se permitió un comentario: este
argentino tiene poca vida en este club. La llegada del
presidente, seguido por una cohorte de aduladores, se
produjo a las cuatro de la tarde, cuando el calor apretaba
de lo lindo en la Ribera del Manzanares. Firmó los papeles
relacionados con Miguel Ángel y me dedicó unas palabras muy
cariñosas. Ya que ambos reconocimos haber sido compañeros de
tertulia en los años sesenta.
Coincidimos los dos, horas después, en un vuelo
Madrid-Málaga. Y en cuanto me divisó, se las arregló para
que uno de los suyos ocupara mi asiento y así yo pudiera
trasladarme a su vera. Y allá que no paramos de pegar la
hebra durante el vuelo. Me dijo que no le había gustado su
equipo el día anterior en el Trofeo Fiesta de Elche. Y me
invitó a la fiesta que esa noche daba en su finca de
Marbellas a fin de convertir en espectáculo la presentación
de la plantilla con los nuevos trajes. La fiesta iba a ser
amenizada por Lola Flores, que estaba sentada muy
cerca de nosotros.
Jesús Gil me insistió más de lo previsto para que pasara la
noche en su casa, pero yo había decidido conducir mi coche
hacia Algeciras, esa misma tarde, para embarcar. Quedamos en
vernos en un partido importante en el Vicente Calderón. Y
ocurrió durante un Atlético-Barcelona en el cual Koeman
se lesionó gravemente. Ganaron los locales y Jesús Gil me
atendió de maravilla en la sala reservada para las visitas.
Cuando JG decidió arribar a Ceuta, aprovechó sus relaciones
con un empresario ceutí, cuyo nombre me reservo, para
transmitirme un mensaje: “Si te pones de parte nuestra, no
te arrepentirás”. Y dije que nones. Y es que a mí, créanme,
nunca se me dio bien ni trincar ni tocar la guitarra. Entre
otras muchas cosas. La verdad sea dicha.
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