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OPINIÓN - SÁBADO, 27 DE JULIO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Hay cosas que nunca se me dieron bien
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Entre bromas y veras, alguien me dice que los ‘gilistas’ me caen muy mal porque yo sentía aversión hacia Jesús Gil. Lo hace aprovechando un comentario que se está haciendo sobre el Atlético de Madrid, cuando lo presidía el dueño de ‘Imperioso’. Y le respondo con celeridad: yo conocí a JG nada más comenzar los “felices sesenta”. Pues los dos frecuentábamos una tertulia en ‘Casa El Bibi’: bar muy pequeño, situado en un pasaje flanqueado por la calle de la Victoria y la de La Cruz. Y me caía la mar de bien.

En aquellos entonces, el boxeo primaba en los madriles y además se estilaba ir al campo del gas a ver los combates de lucha libre. A JG le chiflaba el boxeo y hablaba de él con verdadera pasión. Era un tipo que se hacía notar y que solía mostrarse espléndido con la concurrencia. Le costaba nada y menos meterse la mano en el bolsillo.

Cuando el siniestro de los Ángeles de San Rafael, yo ya no residía en Madrid. Pero en el verano de 1987 JG fue elegido presidente del Atlético de Madrid. Y a mí me encomendaron que hiciera una gestión en el club rojiblanco para conseguir la cesión de un jugador llamado Miguel Ángel. Nacido en Córdoba.

El 16 de agosto del 87 yo esperaba al presidente para que firmara los documentos relacionados con la cesión del futbolista apetecido por la Agrupación Deportiva Ceuta, charlando amigablemente con Bernadirno Matallanas, ojeador del jugadores y de cuya amistad disfruté en aquel Carabanchel de la temporada 61-62. Las oficinas del Atlético estaban situadas en los bajos del estadio y próximas a los vestuarios. Y, de pronto, hizo acto de presencia César Luis Menotti. Descamisado, luciendo tórax bronceado, ante las varias féminas que trabajaban en las oficinas.

Matallanas, viejo zorro, se permitió un comentario: este argentino tiene poca vida en este club. La llegada del presidente, seguido por una cohorte de aduladores, se produjo a las cuatro de la tarde, cuando el calor apretaba de lo lindo en la Ribera del Manzanares. Firmó los papeles relacionados con Miguel Ángel y me dedicó unas palabras muy cariñosas. Ya que ambos reconocimos haber sido compañeros de tertulia en los años sesenta.

Coincidimos los dos, horas después, en un vuelo Madrid-Málaga. Y en cuanto me divisó, se las arregló para que uno de los suyos ocupara mi asiento y así yo pudiera trasladarme a su vera. Y allá que no paramos de pegar la hebra durante el vuelo. Me dijo que no le había gustado su equipo el día anterior en el Trofeo Fiesta de Elche. Y me invitó a la fiesta que esa noche daba en su finca de Marbellas a fin de convertir en espectáculo la presentación de la plantilla con los nuevos trajes. La fiesta iba a ser amenizada por Lola Flores, que estaba sentada muy cerca de nosotros.

Jesús Gil me insistió más de lo previsto para que pasara la noche en su casa, pero yo había decidido conducir mi coche hacia Algeciras, esa misma tarde, para embarcar. Quedamos en vernos en un partido importante en el Vicente Calderón. Y ocurrió durante un Atlético-Barcelona en el cual Koeman se lesionó gravemente. Ganaron los locales y Jesús Gil me atendió de maravilla en la sala reservada para las visitas.

Cuando JG decidió arribar a Ceuta, aprovechó sus relaciones con un empresario ceutí, cuyo nombre me reservo, para transmitirme un mensaje: “Si te pones de parte nuestra, no te arrepentirás”. Y dije que nones. Y es que a mí, créanme, nunca se me dio bien ni trincar ni tocar la guitarra. Entre otras muchas cosas. La verdad sea dicha.
 

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