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OPINIÓN - VIERNES, 26 DE JULIO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Siniestro en Galicia
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cuánta gente muerta hay aquí, Dios mío!, leo que ha exclamado una vecina de la zona a través de una radio gallega. De la zona donde ha descarrilado un tren Alvia, el miércoles pasado, con el resultado de al menos 78 muertos, y también un centenar de heridos. Y caigo en la cuenta de que fue lo que yo exclamé en el sótano de un convento de Lebrija hace 41 años.

En aquel sótano umbrío y tétrico, de un convento situado en una costanilla, se iban amontonando cadáveres, muchos de ellos casi irreconocibles, ante la mirada estupefacta de quienes accedimos muy pronto al lugar de los hechos. Éramos pocos, pero todos estábamos imbuidos por una sola idea: ayudar a los familiares que iban llegando para saber si algunos de los suyos, viajeros del “tren de la muerte”, se hallaban en tan fúnebre lugar.

¡Cuánta gente muerta hay aquí, Dios mío, me repetía, una y otra vez, mientras que íbamos cubriendo con mantas a quienes yacían sobre un suelo que aún conservaba la humedad repelente de los sitios en los que jamás el sol había tenido la menor posibilidad de penetrar.

Todos los muertos lo habían sido por mor de un siniestro ferroviario, debido a un error humano, que es lo que dicen que también ha ocurrido en esa curva maldita, a la entrada de Santiago de Compostela. Exceso de velocidad. Y debe ser así. Ya que las imágenes grabadas por una cámara de seguridad parecen esclarecedoras.

El relato de aquel accidente lo tengo grabado a fuego en mi mente. Y lo puedo referir de memoria cada vez que lo crea necesario y conveniente. Y, cuando principien mis dudas, por achaques de la edad, siempre podré recurrir a ‘Habitantes y Gente de El Puerto de Santa María’: página Web a la cual acudo con frecuencia para complacer a la nostalgia.

Eran las siete y media de la mañana de hace 41 años: viernes de julio de 1972. El ferrobús que hacía el trayecto Cádiz-Sevilla con 200 pasajeros y cuatro vagones, salió de la estación de El Cuervo (Sevilla), a pesar de que las señales se lo prohibían, chocando a los pocos minutos de manera frontal con el expreso Madrid-Cádiz, con 500 pasajeros, un convoy con 14 coches tirados por una máquina diesel.

Aquel siniestro cambió mi vida. Ya que en él murió un amigo con quien yo había quedado citado para firmar un contrato que me hubiera mantenido varios años en un cargo. Cuando llegué al lugar del encuentro me entregaron un mensaje que había dejado para mí. Me he visto precisado a viajar a Sevilla, porque el especialista que atiende a mi mujer me ha llamado a última hora, para hacerle el chequeo del semestre, ya que ha creído conveniente adelantar sus vacaciones. Nos vemos mañana…

Mi amigo y su mujer tuvieron mala suerte. Ya que ambos se montaron en el ferrobús Cádiz-Sevilla y a las siete y media de la mañana perdían la vida. En cuanto me enteré de la tragedia, acudí raudo al escenario del siniestro. El cual se ofrecía dantesco. El resultado había sido 87 muertos y 112 heridos.

Aun así, es decir, en medio de tan dramática situación, un horror en todos los sentidos, pude darme cuenta de que los poderosos son los menos afectados en tales trances. Y hasta tratan por todos los medios de convertir en chapuza cualquier circunstancia que requiera máxima atención. Espero que ello no suceda en Galicia. ¡Cuánta gente muerta hay allí, Dios mío!
 

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