La Coalición Caballas se ha visto obligada a rectificar su
postura inicial de defensa de las palabras de Malik Ibn
Benaisa, sabedores que hacerlo suponía atentar contra la
legalidad vigente y por lo tanto, situar al Islám en el
disparadero. Si seguían defendiendo que lo expresado por
Benaisa era una exposición objetiva de los principios del
Corán y por lo tanto “la doctrina del Islam” y no únicamente
sus opiniones personales, estarían aceptado que el Islam es
contrario a la Constitución y por lo tanto se encontraría
fuera de los límites del Estado de Derecho. El propio
Mohamed Alí dijo no estar de acuerdo con el planteamiento de
los perfumes de Benaisa; “Mi mujer se perfuma, a mí me gusta
que se perfume, no es una fornicadora y yo soy musulmán”,
aseguó Alí que reclamó con sentido pacificador, pasar
página. Un ejercicio de sensatez y cordura, aunque su ataque
al PSOE está absolutamente fuera de lugar.
Pero la realidad es las religiones no se llevan bien con las
mujeres, que viven en un estado de permanente minoría de
edad, justificado por la apelación a revelaciones divinas, a
preceptos inamovibles o a la supuesta voluntad del fundador.
Apenas hay excepciones al respecto. A ellas no se les
permite el acceso al ámbito de lo sagrado, que es una
especie de sanctasanctórum al que sólo llegan los varones.
No son consideradas sujetos morales con capacidad de actuar
responsablemente. Su conciencia está sometida a las leyes
religiosas. Su libertad se ve tutelada por los varones. Su
sexualidad es controlada por una moral represiva impuesta
por los clérigos y moralistas de vía estrecha.
Y, sin embargo, ¡qué paradoja!, las mujeres suelen ser las
más fieles seguidoras de las orientaciones religiosas, las
que más participan en los ritos sagrados, las que inculcan
con más tesón los sentimientos religiosos a sus hijos e
hijas, las que de manera más eficaz ayudan a mantener
intactos los sistemas de creencias religiosas y las que más
contribuyen a reproducir la organización patriarcal de las
religiones.
El islam es una de las religiones más cuestionadas por su
carácter patriarcal y androcéntrico en sus textos sagrados,
en la interpretación de los mismos, en la legislación y en
la organización interna. Y ello en todos los ámbitos: el
político, el religioso, el cultural, el familiar, el
laboral, etcétera. En muchas de las sociedades musulmanas la
situación de las mujeres no se caracteriza precisamente por
su emancipación ni por la igualdad de derechos con los
varones. Las demás religiones también suelen caracterizarse
por una ideología y un funcionamiento patriarcales similares
a los del islam, pero no son tan criticadas como éste.
La pregunta es si la discriminación de las mujeres resulta
inherente al Islam. Ésa es, a decir verdad, la idea más
extendida en el imaginario de Occidente. Y del imaginario se
pasa fácilmente a convertirse en una tesis irrefutable. Pero
las cosas no son tan simples. En el seno del islam se están
desarrollando importantes tendencias feministas que
cuestionan la interpretación patriarcal del Corán y la
consideran contraria a la praxis del Profeta. Creen, más
bien, que el Corán defiende la igualdad entre hombres y
mujeres, y que, leído desde la perspectiva de género, es un
importante instrumento a favor de la liberación de la mujer.
Y no van descaminadas, aunque con todo, en el Corán hay
restos patriarcales que defienden la superioridad del varón,
su función protectora de la mujer y que vinculan la virtud
de las mujeres con la devoción, la obediencia y la actitud
sumisa hacia los maridos. En cualquier caso entienden que
dichos textos discriminatorios no pueden considerarse
normativos aquí y ahora.
Al expandirse el islam fuera de la Península Arábiga, se
incorporaron costumbres discriminatorias de las mujeres
contrarias al texto sagrado y se introdujeron en la Sharía
(Ley Islámica). Es precisamente esta ley la que debe ser
revisada -e incluso derogada-, a la luz de los derechos
humanos y desde la perspectiva de género. En esa dirección
va el feminismo islámico que lucha por recuperar la
tradición igualitaria de los orígenes y por liberar a las
mujeres de las costumbres patriarcales que tienen a las
mujeres sometidas y excluidas de los espacios de
responsabilidad en la religión, la cultura, la política, el
ejercicio de la ciudadanía y la vida cotidiana. Tal sumisión
poco tiene o nada tiene que ver con la religión.
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