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OPINIÓN - JUEVES, 25 DE JULIO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Verano ardiente
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Los veranos siempre han suscitado declaraciones encendidas de los predicadores de la moral contra las mujeres. El asunto hace que me adentre en el túnel del tiempo hasta llegar a cuando se publicaban unas normas que remitía la Dirección General de Seguridad a los gobernadores civiles de las provincias litorales sobre normas playeras:

“Queda prohibido el uso de prendas de baño indecorosas, exigiendo que cubran pecho y espalda debidamente, además de que lleven faldas para las mujeres y pantalón de deportes para los hombres”. “Quedan prohibidos los baños de sol sin albornoz”. “La autoridad gubernativa procederá a castigar a los infractores, haciéndose público el nombre de los corregidos”.

Después del baile agarrado, el principal desasosiego de los obispos es la falta de moralidad en las playas. El informe sobre moralidad pública del patronato de protección a la Mujer de 1944 señala, como nota destacada, “la enorme mezcolanza de hombres y mujeres en las playas”. Cuando alguien ve acercarse a los guardias da la voz de alarma: “¡Qué viene la moral!”, y los bañistas sin albornoz corren a introducirse en el agua para evitar la multa”.

El padre Blanes denomina las playas, con acertada metáfora, “gusaneras multicolores”. Y dice lo siguiente al respecto: “Después del pecado original, y cabalmente a causa de él, somos incapaces de gozar inocentemente al ver las bellezas de un cuerpo humano. Por eso es menester cubrirlo, para no ser a los demás ocasión de pecado, cosa que, por otra parte, es necesaria en nuestro clima.”. Como establece el padre Laburu S. J.: “El peligro de las playas radica en que la exhibición impúdica hace que las pasiones se desborden en lujuriante actividad y violen, por tanto, precozmente los altos fines de la Divina Providencia”.

El padre Laburu S. J. no se limita a denunciar la ponzoña: también señala su antídoto, sus propias ideas sobre la indumentaria playera de la mujer honesta: falda larga hasta media pierna, pantaletas y mangas cortas, y un gracioso escote redondeado que oculte la fea prominencia de las clavículas. Cuando una señora se queja a su director espiritual de que el traje de baño obligado pesa una tonelada cuando se moja, éste le responde que más pesa el pecado.

Aquellas imposiciones, cuando la moral de los obispos exigía que las mujeres utilizaran un vestuario adecuado que permita libertad de movimientos, conservando todo el recato necesario, acabaron porque los españoles y las españolas dijeron ¡basta ya!, y la Iglesia hubo de ceder ante la llegada de nuevos tiempos donde no tenía sentido regular la vida personal y colectiva vía deberes con el fin de darle suma importancia a lo que haces, no a lo que crees.

Hace ya años, una periodista finlandesa que tuvo la oportunidad de convivir en Afganistán con mujeres que llevaban burka observó cómo en la calle se tapaban, pero de puertas para adentro lucían sus mejores aparejos y se arreglaban para estar guapas para su marido.

Válgame el introito para referirme a la polémica causada por la charla de Malik Ibn Benaisa en una mezquita y que RTVC grabó y difundió. Y decir que no seré yo quien trate de enmendarle la plana a un estudioso del Corán ni a su interpretación. Pues quienes deben hacerlo son las mujeres musulmanas que se sientan ofendidas. O bien les conviene preservar intactas algunas cosas que, afortunadamente, se han perdido en otras religiones. Ellas verán…
 

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