Cuando José María Aznar,
mediante dedazo, designó a Mariano Rajoy como su
sucesor, debido sobre todo a que era persona fiel, no
caíamos en la cuenta de que éste había ocupado ya
innumerables cargos en el Gobierno de la nación y pasaba por
ser el hombre invisible y cumplidor, lleno de experiencia y
cincuentón, y que había dado ya pruebas evidentes de haber
sabido combinar los rasgos del aldeano gallego y del castizo
madrileño.
Así que cuando le tocaba comparecer en televisión, por ser
quién era, el jefe de la oposición, se nos presentaba a
veces como un político poseído por la melancolía y en otras
ocasiones reflejaba la alegre situación de quien estaba
llamado a ser presidente del gobierno de España. Y en esos
momentos, además, descubría MR su arma más ofensiva y
defensiva: sabía manejar la burla fina y disimulada. No en
vano procede de la tierra gallega donde mayor número de
cultivadores del humor han surgido y donde la socarronería
se ha hecho proverbial.
Alguien escribió de Rajoy que, por ser registrador de la
propiedad, conserva todavía de su oficio el carácter
tranquilo y el decir astuto y diplomático. Y poco más
podíamos conocer de quien se decía que tenía un buen saque,
que le gustaba el ciclismo y que era del Madrid. Y, cómo no,
que don Manuel Fraga le había acuciado a dejar la
soltería.
Su momento cumbre, sin embargo, lo obtuvo en las Cortes,
cuando la movida de Ibarretxe parecía tener a
Rodríguez Zapatero acogotado. Fue entonces, a principios
de febrero de 2005, que se reveló como un político
excepcional, clásico, fulminante y elegantísimo en sus
faltas de respeto, correctísimo en sus incorrecciones. Así
lo vio Francisco Umbral.
Umbral, que en un principio parece ser que se había tomado a
MR a chacota, aquel día quedó convencido de que el discurso
del jefe de la oposición había sido tan bueno que estaba a
la altura de aquellos que hacían los republicanos liberales
cuando al frente de todos ellos se erguía la figura de don
Manuel Azaña, durante la Segunda República.
Hay un párrafo en el cual Umbral describe lo que puede ser
Rajoy cuando se ve acorralado. Y que voy a transcribir
literalmente: “Es un hombre desganado, un político con
spleen, de modo que necesita estos trances para espabilar
sus ojos de diablo, su voz más profunda, y sus verdades
sobre su antagonista. Cuando Rajoy se levanta a hablar no de
un problema sino de un señor, a ese señor ya lo tiene
fusilado, lo deja para el arrastre y nos revela que aquello,
efectivamente, era una corrida de toros donde el matador
salía a matar”.
Cierto es que también se llegó a decir, después de aquel
despertar de Rajoy haciéndole frente a los deseos
independentistas de Ibarretxe, que era un ciudadano
minimizado porque inquietaba a la derecha y a la izquierda,
incómodas ambas por ser un político que piensa o informa,
pero que no miente.
Mentir sí nos ha mentido el presidente del Gobierno desde
que juró su cargo. La gran mentira ha sido incumplir las
promesas electorales. Ahora bien, peor que mentir es su
actitud en el caso ‘Barcenas’. Así que estamos esperando y
deseando, ahora que está acongojado, que deje en buen lugar
a Umbral: su valedor en un momento en el cual la gente tenía
un concepto equivocado de quien ahora nos gobierna. Así que
a Rajoy le toca fusilar - entiéndase el uso del vocablo- a
Bárcenas. Por el bien de todos.
|