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OPINIÓN - MARTES, 23 DE JULIO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Por el bien de todos
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cuando José María Aznar, mediante dedazo, designó a Mariano Rajoy como su sucesor, debido sobre todo a que era persona fiel, no caíamos en la cuenta de que éste había ocupado ya innumerables cargos en el Gobierno de la nación y pasaba por ser el hombre invisible y cumplidor, lleno de experiencia y cincuentón, y que había dado ya pruebas evidentes de haber sabido combinar los rasgos del aldeano gallego y del castizo madrileño.

Así que cuando le tocaba comparecer en televisión, por ser quién era, el jefe de la oposición, se nos presentaba a veces como un político poseído por la melancolía y en otras ocasiones reflejaba la alegre situación de quien estaba llamado a ser presidente del gobierno de España. Y en esos momentos, además, descubría MR su arma más ofensiva y defensiva: sabía manejar la burla fina y disimulada. No en vano procede de la tierra gallega donde mayor número de cultivadores del humor han surgido y donde la socarronería se ha hecho proverbial.

Alguien escribió de Rajoy que, por ser registrador de la propiedad, conserva todavía de su oficio el carácter tranquilo y el decir astuto y diplomático. Y poco más podíamos conocer de quien se decía que tenía un buen saque, que le gustaba el ciclismo y que era del Madrid. Y, cómo no, que don Manuel Fraga le había acuciado a dejar la soltería.

Su momento cumbre, sin embargo, lo obtuvo en las Cortes, cuando la movida de Ibarretxe parecía tener a Rodríguez Zapatero acogotado. Fue entonces, a principios de febrero de 2005, que se reveló como un político excepcional, clásico, fulminante y elegantísimo en sus faltas de respeto, correctísimo en sus incorrecciones. Así lo vio Francisco Umbral.

Umbral, que en un principio parece ser que se había tomado a MR a chacota, aquel día quedó convencido de que el discurso del jefe de la oposición había sido tan bueno que estaba a la altura de aquellos que hacían los republicanos liberales cuando al frente de todos ellos se erguía la figura de don Manuel Azaña, durante la Segunda República.

Hay un párrafo en el cual Umbral describe lo que puede ser Rajoy cuando se ve acorralado. Y que voy a transcribir literalmente: “Es un hombre desganado, un político con spleen, de modo que necesita estos trances para espabilar sus ojos de diablo, su voz más profunda, y sus verdades sobre su antagonista. Cuando Rajoy se levanta a hablar no de un problema sino de un señor, a ese señor ya lo tiene fusilado, lo deja para el arrastre y nos revela que aquello, efectivamente, era una corrida de toros donde el matador salía a matar”.

Cierto es que también se llegó a decir, después de aquel despertar de Rajoy haciéndole frente a los deseos independentistas de Ibarretxe, que era un ciudadano minimizado porque inquietaba a la derecha y a la izquierda, incómodas ambas por ser un político que piensa o informa, pero que no miente.

Mentir sí nos ha mentido el presidente del Gobierno desde que juró su cargo. La gran mentira ha sido incumplir las promesas electorales. Ahora bien, peor que mentir es su actitud en el caso ‘Barcenas’. Así que estamos esperando y deseando, ahora que está acongojado, que deje en buen lugar a Umbral: su valedor en un momento en el cual la gente tenía un concepto equivocado de quien ahora nos gobierna. Así que a Rajoy le toca fusilar - entiéndase el uso del vocablo- a Bárcenas. Por el bien de todos.
 

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