La llegada de Carlo Ancelotti
al Madrid, al margen de lo que significa ser entrenador de
uno de los más grandes equipos del mundo, servirá para que
los periodistas se pasen toda la temporada comparándolo con
José Mourinho. A quien no olvidan sus más acérrimos
enemigos. Siendo Alfredo Relaño, director del Diario
As, adalid de esa persecución tan sañuda como insistente.
Las comparaciones, siempre tan odiosas como fuera de lugar,
irán en consonancia con los resultados y las alineaciones.
Si el Madrid gana, convence su juego y además son titulares
los futbolistas que gozan del respaldo de los plumíferos
madrileños de relumbrón, el técnico italiano será elevado a
los altares mientras el portugués seguirá sufriendo críticas
acerbas y ataques indecibles.
Si sucede lo contrario, lo cual no deseo por ser madridista
fetén, serán los aficionados quienes pongan el grito en el
cielo contra el palco donde dicen que se cuecen los negocios
de la basura. De modo que, ocurra lo que ocurra, siempre
saldrá ganando el director del Diario As y sus acólitos.
La situación está planteada así. Y no tengo la menor duda de
que Ancelotti, experto ya en mil batallas futbolísticas,
sabe dónde se ha metido y en el momento en el cual lo ha
hecho. A su favor tiene que casi todos los medios, salvo
pocas excepciones, siguen detestando al entrenador del
Chelsea. Y también que la temporada pasada los títulos
brillaron por su ausencia en el Madrid.
No obstante, mucho habrá de cuidarse Ancelotti de adentrarse
por el camino fácil; es decir, el que conduce a ganarse la
amistad de todos los periodistas que están conchabados,
desde hace ya mucho tiempo, con los futbolistas que han
venido imponiendo sus criterios en el vestuario. Decisión
que podría acabar como el rosario de la aurora. Ya que sería
visto como una provocación por cuantos fueron afines a
Mourinho.
Ancelotti tiene ganada fama de tener buen saque. Vamos, que
le gusta comer con desatino y, por tanto, a ver quién es el
guapo que le aconseja que no sería conveniente que se dejara
ver a menudo por los dos o tres restaurantes de reconocida
clientela merengue y que Mourinho, con buen criterio, apenas
los frecuentó. Ya que son guaridas de periodistas ávidos de
contar chismes, de recomendar alineaciones y de papear de
bóbilis.
De Ancelotti me ha gustado sobremanera lo que ha dicho
acerca de los primeros días de entrenamiento: “Han sido como
los primeros días de escuela, todo los alumnos atentos y
concentrados. Luego, cambiará todo. El ambiente actual, eso
sí, es bueno”.
Lo reseñado por el entrenador del Madrid es verdad
incuestionable y conocida por todos entrenadores. Los
primeros días de la pretemporada hasta los jugadores con
peor carácter dan la impresión de ser afables y educados
hasta extremos insospechados. Da gusto tratar con ellos.
Parecen que no han cometido jamás una falta. De modo que, a
pesar del cansancio causado por la carga de trabajo, todos
ríen como si fueran niños divirtiéndose en el patio de una
guardería repleta de aparatos atractivos. Amén de evidenciar
un deseo enorme de participación. Máxime si el entrenador y
sus ayudantes están recién llegados.
Ningún técnico que se precie debería fiarse de semejante
actitud. Pues en cuanto comienza a vislumbrarse el once
titular muchos de los componentes de la plantilla cambian
radicalmente de forma de ser. Y los hay que son capaces de
pactar incluso con el demonio para desprestigiar al
entrenador. Axioma.
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