Decíamos ayer, o anteayer, que
para el caso es lo mismo, “que la corrupción es democrática
y que hay que ensancharla para que llegue a todos”. Y
alguien me ha respondido, completando la frase, “que si la
democracia sirve para algo es para que todos se beneficien
del pastel”.
Y lleva razón quien se ha dirigido a mí. Aunque en la
práctica es casi imposible que suceda algo así, debido a que
robar sumas astronómicas de dinero sólo está al alcance de
los privilegiados. Es decir, de los que están en el sitio
justo y en los momentos precisos para apropiarse de lo
ajeno. Y lo hacen, además, convencidos de que el privilegio
les ampara de tal manera que muchos errores habrían de
cometer para sufrir condena merecida a sus delitos.
El privilegio. ¡Ya está ahí la odiosa palabra contra la que
se alzaron los hombres de la Revolución la francesa! La
palabra que separa, que divide, que hace distingos entre
hombre y hombre, en esos dos aspectos que tanto afectan a la
persona: el trato que reciben de la Ley y el que les depara
el Fisco. La Justicia y la Hacienda con normas y criterios
distintos, según se trate de un miembro de las clases
privilegiadas o de la masa común, atropellada, como si
careciese de plena personalidad jurídica.
Y, lógicamente, se disparan las preguntas: ¿Quiénes son esas
clases privilegiadas? ¿En qué consisten los privilegios?
¿Cómo reacciona el pueblo ante esa situación? Normalmente,
los intelectuales, salvo excepción, procuran escurrir el
bulto y se ponen a cantar las excelencias del
multiculturalismo y las bondades de la inmigración, con
dicción perfecta, plenos de seguridad y dejando entrever que
llevan sufriendo el drama desde que vestían pantalón corto.
Y, terminada la disertación, ponen la mano y se llevan una
pasta gansa, tras haber sido lisonjeados por lo que no son y
no por lo que realmente son: grandes escritores. En algunos
casos.
La corrupción de los gobernantes, tan extendida como la
lepra lo fue en su momento, o quizá más, parece ser que es
culpa de los gobernados. Sí, así como suena; debido a que el
pueblo llano comete dos errores fundamentales. Primero, no
ejerce su vigilancia obligatoria. Segundo, les atribuye
poderes excesivos. Es lo que vengo oyéndoles a algunos
pensadores.
¿Se imaginan ustedes un grupo compuesto por ciudadanos
voluntarios, salidos de entre los más tiesos, acechando a
políticos, banqueros, empresarios relevantes, y otras
especies, a fin de que éstos no trinquen de manera
desconsiderada como para que al cabo de unos años la miseria
se haya desplegado por todo el país? Los poderes excesivos
que se le han concedido a los dos partidos más importantes,
basados en mayorías absolutas, más que una forma de hacerles
más fácil la tarea de gobierno, resulta que se ha convertido
en motivo principalísimo para que hayan surgidos los casos
Gurtel, Bárcenas, los ERE y demás. Lo cual no deja de ser
sino una invitación a que prescindamos del voto y pongamos a
la democracia al borde del abismo. Con lo que costó en esta
España conseguirla mediante los huevos que le echo un tío
llamado Adolfo Suárez. Sí, que no lo olvido, con la
ayuda del Rey.
Finalizo, tras leerme unas reflexiones de Elpidio Silva, en
su cuenta personal de Twitter, tan acertadas como
menoscabadas por faltas luminosas de ortografías. “El
triunfo del mal requiere reptiles colaborando…”. “Todos
sabemos qué ofertas aceptamos, qué confort nos seduce, en
qué mediocridad nos mecemos lesionando, perjudicando o
descontando a otros”. Palabras de juez.
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