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OPINIÓN - DOMINGO, 21 DE JULIO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Privilegios
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Decíamos ayer, o anteayer, que para el caso es lo mismo, “que la corrupción es democrática y que hay que ensancharla para que llegue a todos”. Y alguien me ha respondido, completando la frase, “que si la democracia sirve para algo es para que todos se beneficien del pastel”.

Y lleva razón quien se ha dirigido a mí. Aunque en la práctica es casi imposible que suceda algo así, debido a que robar sumas astronómicas de dinero sólo está al alcance de los privilegiados. Es decir, de los que están en el sitio justo y en los momentos precisos para apropiarse de lo ajeno. Y lo hacen, además, convencidos de que el privilegio les ampara de tal manera que muchos errores habrían de cometer para sufrir condena merecida a sus delitos.

El privilegio. ¡Ya está ahí la odiosa palabra contra la que se alzaron los hombres de la Revolución la francesa! La palabra que separa, que divide, que hace distingos entre hombre y hombre, en esos dos aspectos que tanto afectan a la persona: el trato que reciben de la Ley y el que les depara el Fisco. La Justicia y la Hacienda con normas y criterios distintos, según se trate de un miembro de las clases privilegiadas o de la masa común, atropellada, como si careciese de plena personalidad jurídica.

Y, lógicamente, se disparan las preguntas: ¿Quiénes son esas clases privilegiadas? ¿En qué consisten los privilegios? ¿Cómo reacciona el pueblo ante esa situación? Normalmente, los intelectuales, salvo excepción, procuran escurrir el bulto y se ponen a cantar las excelencias del multiculturalismo y las bondades de la inmigración, con dicción perfecta, plenos de seguridad y dejando entrever que llevan sufriendo el drama desde que vestían pantalón corto. Y, terminada la disertación, ponen la mano y se llevan una pasta gansa, tras haber sido lisonjeados por lo que no son y no por lo que realmente son: grandes escritores. En algunos casos.

La corrupción de los gobernantes, tan extendida como la lepra lo fue en su momento, o quizá más, parece ser que es culpa de los gobernados. Sí, así como suena; debido a que el pueblo llano comete dos errores fundamentales. Primero, no ejerce su vigilancia obligatoria. Segundo, les atribuye poderes excesivos. Es lo que vengo oyéndoles a algunos pensadores.

¿Se imaginan ustedes un grupo compuesto por ciudadanos voluntarios, salidos de entre los más tiesos, acechando a políticos, banqueros, empresarios relevantes, y otras especies, a fin de que éstos no trinquen de manera desconsiderada como para que al cabo de unos años la miseria se haya desplegado por todo el país? Los poderes excesivos que se le han concedido a los dos partidos más importantes, basados en mayorías absolutas, más que una forma de hacerles más fácil la tarea de gobierno, resulta que se ha convertido en motivo principalísimo para que hayan surgidos los casos Gurtel, Bárcenas, los ERE y demás. Lo cual no deja de ser sino una invitación a que prescindamos del voto y pongamos a la democracia al borde del abismo. Con lo que costó en esta España conseguirla mediante los huevos que le echo un tío llamado Adolfo Suárez. Sí, que no lo olvido, con la ayuda del Rey.

Finalizo, tras leerme unas reflexiones de Elpidio Silva, en su cuenta personal de Twitter, tan acertadas como menoscabadas por faltas luminosas de ortografías. “El triunfo del mal requiere reptiles colaborando…”. “Todos sabemos qué ofertas aceptamos, qué confort nos seduce, en qué mediocridad nos mecemos lesionando, perjudicando o descontando a otros”. Palabras de juez.
 

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