Al Gobierno de la Ciudad le asiste la razón cuando afirma
que no piensa prescindir de parte de su equipo, porque, como
el resto, fueron designados “sobre el criterio de elegir a
los mejores y a los más capacitados”, indicando que “si la
fórmula elegida no es la adecuada, se cambiará, pero el
Gobierno mantiene su confianza en ellos porque queremos
seguir contando con los mejores para prestar los mejores
servicios”. No obstante, y siendo dicho planteamiento
correcto en el fondo, el Gobierno de Vivas debería cuidar
las formas, ya que de lo contrario este asunto le pasará
factura con toda seguridad.
Y es que en la política como en la vida importa mucho el
fondo de las cuestiones pero las formas son habitualmente
una clara muestra del nivel humano y, por tanto, de las
decisiones que pueden adoptarse en función de esa categoría.
Un claro ejemplo de ello es el que esta ofreciendo en los
últimos días el viceconsejero de Economía y Hacienda, Manuel
Carlos Blasco que, por cuestiones familiares –muy
respetables-, se marcha y deja la viceconsejería, pero a su
vez no deja el acta de diputado de la Asamblea y continuará
con el escaño, es decir, percibiendo todos los meses los más
de 1.000 euros de dietas por asistencia a Pleno, aunque para
ello tenga que venir un día al mes –que se ve que no hace
daño, al bolsillo, claro–, desde el Puerto de Santa María,
donde se encuentra su cónyuge para levantar la mano y
calentar el asiento.
En un país de austeridad, de recortes y con seis millones de
parados como éste, no me negarán que es un exceso pagarle a
un tío casi 15.000 euros al año por estar sentado sin abrir
la boca y quedar como figurante en un escaño, como si se
tratara de un figura de cera y, encima, quedando como un
sufrido padre de familia.
Cuando alguien dice que se va de la política, no caben las
medias tintas: Guillermo Martínez decidió, también por
asuntos familiares, marcharse dejando incluso el escaño, con
lo que hizo creíble su argumento personal. No es el caso de
Carlos Blasco si dice marcharse pero estando aún vinculado
al escaño, con una suculenta gratificación que da para mucho
y que supone estar pagado a precio de oro, por una jornada
tranquila, de observador en un Pleno, de oyente que diría
Alfonso Guerra, y sin dar un palo al agua, porque ni
participaría en la elaboración de los trabajos previos, sino
venir, sentarse, calentar el asiento y levantar la mano. Si
se culmina que Carlos Blasco no deja el escaño, saldrá muy
caro a los ceutíes cada vez que levante la mano.
Esto de estar fuera pero dentro, el navegar en el sí pero
no, las medias tintas, el me voy pero me quedo para cobrar,
huele muy mal. Tan mal, que deja un halo de putrefacción a
tantísimos parados que desearían esos 15.000 euros por no
hacer nada. Un poquito de por favor, de ética y de estética.
De cuidar las formas, señor Vivas.
Un simulacro de servicio público que nadie se cree. Aquí se
habla de dinero y no de mirar por el interés general. ¡Qué
despropósito y qué manera de tomarle el pelo a los
ciudadanos! La gran “familia” política marca las reglas y se
reserva las mejores tajadas para ellos. Así da gusto. Y
encima, nos tenemos que creer que se interesan muchísimo por
el paro.
Por cierto, ¿cese o dimisión? Parece igual pero no es lo
mismo. Cada concepto tiene una consideración. ¿No se buscará
alguna prestación complementaria disfrazando la verdadera
decisión?
Guillermo Martínez y Carlos Blasco protagonizan dos
situaciones con distinto signo: el primero, más coherente;
el segundo, demostrando más interés personal que otra cosa.
Dos políticos llamados por el deber familiar con distintas
perspectivas. Muy parecidos pero distintos. Uno y otro, han
marcado fórmulas distintas de entender una misma cuestión.
Las formas, señores, hay que cuidarlas, aunque lo que esté
de moda sea pasar de ellas.
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