Miles de personas bajo el sol de julio y una tibia brisa de
levante en la despedida de un hijo de Ceuta, que siempre
deseó descansar abrazado por su tierra. Tal vez recordando
aquel bello epitafio de una tumba romana, donde la madre
decía al hijo: “Que la tierra te cuide por mí”. Amigos de
Tafa me refieren la inmensa emoción ante esa muchedumbre
conmovida y me duele el corazón por no haber podido
presenciar el entierro, aún en la distancia, tal y como
presencié el adiós a su buen amigo el entrañable Karim
Mohamed, la despedida a Mustafa.
Tafa Sodía que llevaba impresos en las pupilas los mares del
Estrecho y en el corazón el canto de las gaviotas sobre las
playas de Ceuta, Tafa que hoy pasea con su amigo Karim
Mohamed por las playas del cielo, acompañado por los ángeles
de Dios. Dicen que sus tres hijos pequeños no saben nada,
pero los dos mayores sí saben lo sucedido y deben contemplar
el dolor lacerante de la joven madre, tan buena y tan linda
y de toda una familia rota por la pena. Al menos el inmenso
consuelo de la religión palia en parte la desesperación, la
fe en Dios y la certeza de que han sido muchos, centenares,
miles, quien han lamentado profundamente tener que despedir
a ese hombre especial que fue Tafa.
Una esquela en este Pueblo de Ceuta con los nombres de
quienes nunca le olvidarán y además no les importa
manifestarlo en negro sobre blanco y letra redondilla. Aquí
estamos, para lo que sirvan mandar. Estamos y aún nos parece
increíble y obsceno el que se haya asesinado a un hombre en
el mes sagrado del Ramadan, demasiado repugnante como para
que quepa en el corazón de un musulmán que se precie de
serlo y se vista cada mañana por los pies antes de hacer los
primeros rezos. Indigno y vil pecado que caerá sobre la
cabeza de los partícipes directos o indirectos de la
ejecución de una persona indefensa. Que la maldición de Dios
caiga sobre ellos y que el agua que beban les sepa a sangre
y en sangre se transforme la comida en sus bocas.
Duelo, conmoción y por mi parte en concreto la firme
creencia de que, las palabras que la prensa ha puesto en
boca del Delegado de Gobierno, que es un hombre de bien y
para el que, como cristiano, la muerte de cualquier ser
humano en esas circunstancias es una tragedia, las frases
acerca del destino de los delincuentes y demás, no han
salido del Delegado. Palabras seguro fuera de contexto o
tergiversadas, porque en España siempre hemos tenido la
generosidad y la grandeza de saber perdonar errores pasados
y creer firmemente que cualquier ser humano, que cualquier
hijo de Dios, puede rehabilitarse y cambiar. De hecho, los
españoles que fuimos capaces de perdonar al presunto
genocida Santiago Carrillo (yo jamás le perdoné y que la
Providencia me perdone a mí) quienes fueron capaces de mirar
hacia otro lado y presumir de mala memoria con los más de
cuatro mil inocentes asesinados en Paracuellos del Jarama,
entre ellos mi joven tío Lorenzo Iniesta, aquellos que
permitimos ocupar un digno escaño en el Congreso al que
estaba manchado de sangre hasta las rodillas, en una especie
de ejercicio de caridad cristiana, nosotros no podemos
hablar de “mafias” (mayormente porque no estamos en Sicilia
donde en su idioma vernáculo parecen acabar todas las
palabras en “u”) cuando nos estamos refiriendo a la víctima
de un crimen abyecto que estaba en paz con la justicia.
Tafa Sodía era infinitamente buena persona, digno y
merecedor de cambiar de vida y de ser respetado. ¿Alguien
discrepa conmigo? Pues quien no esté de acuerdo que se joda,
porque sus amigos vamos a defender la memoria de un padre
que pudo cometer errores, pero que había saldado sus cuentas
y a nadie debía nada.
Nada de confundir a víctimas con verdugos en este caso
donde, al morir el hombre, ha nacido la leyenda y ya se está
pensando en novelar una vida llena de errores, de aciertos,
de sombras y de luces, presidida por un enorme amor a su
familia y una aún mayor esperanza puesta en sus hijos, hoy
huérfanos de un padre cuyo recuerdo y amor, esté donde esté,
siempre les acompañará.
Tafa y Karim, amigos, las manos de quienes os recuerdan, en
vuestras manos, que Dios os bendiga y que la luz os
acompañe.
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