Luz en aquel trayecto interminable, porque aquello estaba
donde Cristo pegó las tres voces y había que ir a recoger a
un depósito la moto de un familiar que había sido
intervenida y devuelta. Y tinieblas hace dos madrugadas,
cuando recibí el mensaje de un amigo con la noticia de su
vil asesinato. ¿Y con qué me quedo? ¿Con el viaje con Tafa y
un amigo que acababa de ser operado de cataratas e iba
conduciendo al tiempo que decía “veo bien, veo bien” sin
conseguir despejar la inquietud de quienes ocupábamos el
vehículo o con la imagen de una sábana ensangrentada en el
suelo de la Marina ceutí?. ¿Con qué imagen se hubiera
quedado el tipo afable, arrojado y simpático, gran
conversador, ingenioso y con una enorme rapidez intelectual
que era Tafa Sodía? Sin duda con la de aquel entonces
cuando, después de pagar el depósito de la moto que estaba
en un pueblecito que era una simple fila de casas en plena
carretera, se quedó sin dinero y tuve yo que ofrecerme (con
gran pesar) a pagar el almuerzo en un modesto chiringuito
mientras cargaban la batería de la moto de las narices y la
limpiaban para que la retirásemos.
Yo advertía “No comáis mucho que luego nos quedan más de
trescientos kilómetros y no hay que estar pesados para
conducir”. Pero la cosa es que llevaba sólo cincuenta euros
y el operado de cataratas y mi amigo Tafa se veía que eran
muy de “pescadito frito”. Aunque, según mi amigo “ningún
pescado hay como el de mi tierra, Ceuta” y yo que soy más
rifeña que Abdelkrim replicaba que mejores son los
salmonetes de la Mar Chica y el otro que no, que todo lo de
Ceuta es lo mejor ¡Ni comparación!.
Lo favorable era que el chiringuito tenía lo que pijamente
diríamos “precios competitivos” y comimos la gloria de Dios
hablando de los hijos, de la educación, de la poca vergüenza
de los botellones, de las antiguas diabluras de mi marido
Erik el Belga, de que Tafa quería que pintara retratos de
sus niños y el pintor prefería esperar un par de años a que
fueran más mayores y tuvieran los rasgos más definidos. Y de
Ceuta.
Mi amigo sentía una querencia profunda por esta tierra que,
o crea adicción o genera agobio, pero que jamás tiene
términos medios. Su gran sueño era volver y así hablamos de
las nubes cambiantes del Estrecho, de la magia de los
atardeceres y de la hora violeta y aunque me devolvió lo del
almuerzo, quedamos emplazados para otra comida veraniega a
la vera de la playita de Ceuta, cuando él, por fin, pudiera
regresar del destierro. Y no ha podido ser porque un
criminal abyecto, maldita sea su alma putrefacta y hedionda,
ha aprovechado el mes sagrado del Ramadan y la tranquilidad
de estar viviéndolo con su familia y en el lugar de sus
raíces, para ejecutarle con premeditación, alevosía y
ensañamiento ante su joven y linda esposa.
¿Qué Tafa Sodía había tenido problemas en el pasado? El
pasado no es presente y un hombre que pasea una noche de
julio, tras romper el ayuno, aprovechando la quietud y el
frescor de los cielos que le vieron nacer, nada teme de
nadie que venga de frente. Pero las alimañas no actúan de
frente sino que se solapan entre las sombras, quienes van de
frente son los hombres y Tafa Sodía sabía ir de frente y
creo que tenía la viva conciencia de que no se puede vivir
encerrado en los rencores del ayer, sino evolucionar y vivir
nuevas etapas. Sobre todo cuando se tiene una familia y unos
hijos a los que deseaba dar raíces para que siempre sepan de
donde vienen y alas para que puedan volar allá donde su
voluntad y su preparación les lleve.
Ya nunca experimentará la alegría de verles superar la
Selectividad después de toda una vida de lucha con los
deberes escolares, ni disfrutará con ellos del fin del
Ramadan, ni les verá echarse novios y novias, ni conocerá a
sus nietos. ¡Tanto añorar los amaneceres de su tierra para
esto! Pero no me quedo con la sábana ensangrentada, me quedo
con los cafés que tomamos, con el pescadito frito, con las
charlas, con sus proyectos para su familia, con su profunda
lealtad hacia los suyos y con su forma de afrontar cualquier
problema sin soslayarlo. Dicen que hay hombres que mueren
para que nazca una leyenda, pero yo prefiero a Tafa con la
alegría de ver crecer a sus niños junto a su esposa y en su
tierra, antes que cualquier leyenda.
Tafa Sodía, amigo, no creas que he olvidado que me debes una
invitación frente a los mares de Ceuta, aquellos con los que
tanto soñabas, aunque ahora estés en el otro lugar y no en
este, no creas que te la perdono. Aquí o allí, para
nosotros, los creyentes, no son más que dos realidades
distintas pero nunca distantes, más temprano o más tarde
volveremos a vernos y te pido a ti, que estás junto a la
justicia de Dios, que creas también en la justicia de los
hombres. Y que no olvides a tus amigos. Nosotros nunca te
olvidaremos.
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