El mundo tiene cada día más áreas
inseguras, motivadas en parte por una pluralidad de
conflictos, que continúan expandiéndose. Multitud de
personas buscan ponerse a salvo desesperadamente. A pesar de
vivir en un mundo global, las dificultades de refugio no son
fáciles. En ocasiones, por la burocracia. Otras, por la
incomprensión. La realidad es que lo único que se oye son
conversaciones que no pasan de ahí, puesto que los
resultados son muertes y brutalidades. Verdaderamente, cada
día vemos más gente atrapada por enfrentamientos inútiles
dispuesta a huir a otras zonas más pacificas. A mi juicio,
tenemos más necesidad de paz que de pan. De ahí, la
importancia de trabajar constructivamente para alcanzar un
consenso que permita avanzar por la vía de la concordia y de
una armónica inclusión cultural.
Indudablemente, precisamos tanto como el pan de cada día,
poder vivir serenos, porque sin calma hasta el mismo pan se
nos atraganta o nos resulta amargo. Además, la comunidad
internacional tiene el deber de frenar los conflictos, que
además suelen ir aparejados de mil desórdenes, con una
fuerte carga de inhumanidades, donde la violencia sexual en
personas inocentes suele causar grandes estragos. En todo
caso, este tipo de hechos no pueden quedar impunes. De lo
contrario, sin esa obra de justicia y, a la vez, de amor al
desconsuelo del sufriente, va a ser dificultoso poder
avanzar hacia una reconciliación. Realmente, tengo la
convicción de que un orden quebrantado no queda
restablecido, si no es activando entre sí la rectitud con la
clemencia. Lo cierto es que no podemos vivir en la contienda
permanente, tenemos que ser personas de luces y acuerdos,
sobre todo si, en verdad, queremos recuperar la tranquilidad
del orden con la serenidad del alma. Ahora bien, ese
clemencia en modo alguno se contrapone con la justicia,
puesto que si no se repara el daño causado, el problema va a
seguir.
Sin duda alguna, el hambre de paz es tan dura como el hambre
de pan. Por desgracia, en estos últimos años lejos de
decrecer los conflictos, a mi manera de ver han aumentado.
Hay demasiado odio sembrado que impide que crezca el
auténtico amor. Se desprecia la vida humana como jamás. Y el
terror ha tomado carta de naturaleza en nuestras
globalizadas vidas. Si queremos levantar de nuevo la mirada
hacia otro horizonte más humano, tendremos que reemprender
un camino de mayor compromiso hacia nuestros semejantes, de
mayor equidad e imparcialidad, de comprensión y cooperación
de todos para con todos. Y también tendremos que seguir
potenciando las misiones de paz, sobre todo en los ambientes
de alto riesgo, donde un gran número de personas mueren
diariamente sin que nadie derrame una lágrima por ellos.
Así, sumidos en la crueldad, más que caminar unidos,
caminamos hundidos; como si llevásemos en la culpa, la pena.
En todo caso, nos merecemos una vida libre de conflictos, y,
es por ello, que la sociedad tiene que encaminarse a no
permanecer indiferente ante los sufrimientos humanos.
Tenemos que cuidar más el espíritu humano que las
necesidades fisiológicas del cuerpo, que también, pero los
efectos desgarradores de las injusticias dejan unas heridas
mucho más profundas que la propia hambre física. Como
prioridad urgente, pienso que necesitamos ser restaurados de
tantas maldades sembradas, porque si uno no tiene paz
interior, difícilmente va a poder proyectar sosiego alguno.
Justamente, el orden social será tanto más sólido cuanto más
se tengan en cuenta estas realidades interiores de la
persona. Para crecer es evidente que necesitamos un
desarrollo más espiritual, o sea, un esfuerzo de comprensión
recíproca, más interior que exterior. Bajo esta visión
intimista, el camino será más llevadero, puesto que la
conciliación de fuerzas irá directa al corazón. Advirtiendo,
por consiguiente, que únicamente desde el alma de las cosas
podemos modificar comportamientos.
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