A todas las horas del día, de la
noche y de la madrugada, al margen de lo que dicen los
periódicos de papel y digitales, radios y televisiones
hablan de Luis Bárcenas sin tomarse un respiro. El
extesorero y exgerente del Partido Popular está en boca de
todos. Y mucho me temo que los periodistas no cesarán de
largar acerca del asunto, no sólo por ser de enorme interés,
sino porque el único acontecimiento deportivo que podía
distraer la atención de los españoles es la vuelta ciclista
a Francia. Pero ni siquiera Alberto Contador parece
dispuesto a echarle una mano a su mayor fan: Mariano
Rajoy.
Lo que sí me sorprende, por decir algo, es que hasta ahora
no haya salido nadie defendiendo a Luis Bárcenas. Como se
suele hacer en España desde los tiempos de Maricastaña.
Comparándolo, verbigracia, con el clásico bandolero bueno
que robaba a los ricos para dárselo a los pobres. Y es
entonces, créanme, que se me viene a la memoria el nombre de
Mariano Gavin Sunén, apodado Cucaracha;
bandolero aragonés que en el siglo XIX desvalijaba a los
ricos en los Monegros para repartir la tela entre los más
necesitados de la comarca.
Por consiguiente, no tengo el menor inconveniente en
decirles a ustedes que ando a todas horas lampando por oírle
a uno de los sobrecogedores del PP aunque sea un atisbo de
loa a LB, cual agradecimiento por los euros recibidos en
época donde dicha pasta les ayudaba a llegar a final de mes.
Dado que los sueldos de los ministros y demás cargos
políticos no daban ni dan para mucho…
Uno, a medida que van pasando los días, quizá porque es de
caletre limitado, no llega a comprender que el alpinista,
nacido en Onuba, y de oficio contable, haya pasado de ser un
tipo cabal y dotado de cualidades extraordinarias para la
cúpula de su partido, a ser catalogado de bronco, vengativo,
maleducado y hasta como delincuente. Que lo de mentiroso es,
por supuesto, algo que el derecho positivo les concede a
todos los imputados.
En cambio -insisto: dentro de mi falta de cacumen-, hecho de
menos algo que en política debería ser sagrado: que un
político honrado se quite de en medio cuando cae sobre él la
sospecha. Pero eso es como pedir peras al olmo. En una
España donde hasta Casillas suele jugar en la
selección por interés nacional. A fin de que se beneficie la
marca España.
La marca España está por los suelos, últimamente. Como no
podía ser menos en una tierra donde la crisis, que está
dejando a tantas personas convertidas en muertos vivientes,
parados de cuarenta años hacia arriba, tiene su origen en la
desigualdad y en la corrupción. Ésta es democrática. Y, por
tanto, lo ideal sería ensancharla para que llegue a todos: a
ricos, clases medias y, por encima de todo, a los más
necesitados; o sea, a parados de larga duración y a la
muchísima gente que tiene que pedir auxilio para que sus
hijos puedan comer aunque sea un plato caliente al día. Que
no creo que sea mucho pedir.
Lo ideal sería que hubiera muchos tesoreros en sitios donde
abunde el dinero, emulando a Bárcenas, aunque haciendo los
repartos en sobres marrones con equidad, imparcialidad y
justicia. Y así, hasta se les podría permitir que tuvieran
ellos cuentas en Suiza. Ahora bien, si, como hasta ahora, la
democracia valida solamente que se lo lleven calentito
políticos y empresarios relevantes, habrá que inventarse un
bandido generoso. Algo que debe decidir el pueblo. ¡Cómo
está España…, don Mariano!
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