Apenas unas horas después de que se desencadenara la
violencia más extrema, la que supone el asesinato de una
persona, el escenario del crimen cometido contra ‘Tafa Sodia’
parecía de nuevo lo que es, un tranquilo lugar de paseo.
Esta vez, los pistoleros actuaron en la avenida de la Marina
Española y además, justo frente al único puesto de feria que
se ha instalado hasta el momento, anticipándose bastante a
la festividad de la Virgen de África. Para su desgracia,
vecinos de otras barriadas, como el Príncipe o Juan Carlos
I, están más acostumbrados que los del centro a sobresaltos
de esta gravedad.
El lugar exacto en el que Mustafa Ahmed Abdeselam, de 39
años, cayó muerto a balazos era el más iluminado de toda La
Marina. Las luces blancas del puesto de venta de turrones,
lleno de peluches y juguetes que cuelgan del techo
extensible de la autocaravana, iluminaron el trabajo de la
Policía Judicial y Científica, de los forenses y de la juez
que autorizó el levantamiento del cadáver tras más de dos
horas de investigación de la escena.
Era una noche cálida, y el puesto de dulces aprovechaba la
presencia, aún a la una de la madrugada, de transeúntes que
disfrutaban de ella. También es Ramadán, el mes sagrado de
los musulmanes, un momento propicio para que muchos de
ellos, como ‘Tafa’, salgan a pasear después de romper el
ayuno. Caminaba con su mujer de regreso por uno de los
lugares de la ciudad que, según sus conocidos, más le
gustaba, cuando las detonaciones de las pistolas rompieron
la armonía.
Al principio se escucharon gritos, lamentos, llantos, pero
al cabo de una media hora, el silencio en torno al cuerpo
inerte de ‘Tafa Sodia’, que se cubrió con una sábana blanca
por la que asomaban su brazo, con camiseta de manga corta, y
el reloj, casi podía cortarse con un cuchillo.
Arremolinados en torno a los precintos policiales, colocados
en varias líneas, había grupos de jóvenes de regreso de
alguna zona de ocio nocturno y personas de todas las edades.
En los balcones de la casa de enfrente, los vecinos
-sobresaltados sin duda por el sonido de los disparos-
contemplaban también el trabajo de la Policía.
Dos guantes azules de látex, utilizados por los agentes, y
tres círculos negros marcados en la acera, junto a las
huellas del agua de la limpieza eran todas las señales que
quedaban en la calle tres horas después del trágico y
cruento suceso. La noche seguía siendo apetecible para el
paseo y tranquila, al igual que lo sería la mañana
siguiente.
Con un sol de justicia, el puesto de chucherías y juguetes,
un habitual de la ciudad por estas fechas, abría de nuevo, y
dos señoras comentaban el suceso. -”Llevaba sólo una semana
en Ceuta”, le explicaba una mujer a la tendera. Entre tanto,
un joven que salía de la autocaravana convertible en puesto
de feria, colocaba con parsimonia, apoyados contra la pared
junto a la cual ‘Tafa Sodia’ vivió sus últimos instantes,
unos juguetes de color rosa. Eran los clásicos juegos de
cubo, fregona, escoba y recogedor, diminutos e inocentes, en
el mismo lugar donde muy poco antes se recreó el espanto.
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