Aquel que se plantea el
funcionamiento del mundo y desea encontrar fórmulas con las
que cambiarlo a mejor se ve inevitablemente envuelto en una
serie de contradicciones, tanto a la hora de hallar los
modos de cambio como en el análisis mismo de la realidad.
Los dolores de cabeza son el día a día del inquieto.
Muchos tenemos la sensación de que aquello que hemos
conocido hasta ahora (el régimen de la Transición y el
binomio PP-PSOE) se encuentra en un momento crítico. Como
dijo Antonio Gramsci, “el viejo mundo se muere, el nuevo
tarda en aparecer y en ese claroscuro surgen los monstruos”.
No sabemos muy bien si estamos dejando atrás la época de los
monstruos o estamos entrando en ella. Algunas cosas nos
hacen mirar al futuro con optimismo; otras nos dejan
perplejos y nos invitan a la desesperanza. No sabemos si la
tesitura actual favorecerá a las fuerzas de cambio que
apuestan por hacer frente a la tiranía de la Troika y por
hacer políticas en favor de las mayorías o, por el
contrario, será un conservadurismo mucho más brutal el que
saldrá beneficiado. ¿Aprovecharemos esta crisis de régimen
para comenzar a construir un proyecto ciudadano donde sean
la justicia social y el bienestar común las bases que
sustenten nuestra convivencia o dejaremos que sean los
mismos que han causado nuestras penas quienes lo cambien
todo para que nada cambie? Esta es la eterna pregunta.
Trabajar en pos de la primera opción es el deber de la
izquierda.
La PAH, las mareas de Educación y Sanidad, el Frente Cívico
Somos Mayoría o el 15M son movimientos que sin duda nos
hacen esperanzarnos. Sin embargo, aunque cada vez sean más
las asociaciones que plantan cara, sigue dando la impresión
de que la herencia franquista del “haga usted como yo y no
se meta en política” sigue predominando en este país. La
gente tiene muy interiorizado el pensamiento conservador.
Hay muchas manifestaciones, pero la gran mayoría sigue
quedándose en su casa. Hablemos claro. La situación actual
es una situación de excepción, el 90% de la ciudadanía está
siendo continuamente atacado por un Gobierno rendido a los
intereses de las fuerzas económicas y, en cambio, las dos
últimas huelgas generales no tuvieron el seguimiento que
cabría esperar en unos momentos tan críticos. ¿Indefensión
aprendida? Hay que romper con ella. Toda desmovilización
beneficia a la reacción.
Otro factor a analizar sería la crisis interna del partido
de Gobierno. Evidentemente, que las corruptelas y la
naturaleza cuasimafiosa del Partido Popular estén quedando
en evidencia es algo positivo. El Partido Popular es el
instrumento mediante el cuál los poderes fácticos, las
oligarquías económicas, llevan a cabo las políticas que
desean y su extinción sería una buena noticia. Pero lo
negativo de este asunto sería centrar la atención en los
corruptos y no en los corruptores ni en la corrupción misma
como forma de gobernar. Si el problema del PP lo analizamos
únicamente valorando que unos políticos han sido corruptos o
han recibido sobresueldos no llegaremos a nada. Puede que el
PP se hunda, pero vendrá otro que bajo otras siglas llevará
a cabo las mismas políticas. Lo que debe analizarse es que
las grandes empresas han hecho negocio dando sobres a
políticos. Lo que hay que analizar es que el poder económico
es poder económico gracias a la corrupción. Lo que hay que
analizar es que este sistema tan idealizado funciona gracias
a la corrupción (ilegal y legal) y eso es lo que debemos
cambiar. ¿Seremos capaces de anteponer nuestra dignidad a su
avaricia? ¿Seremos capaces de crear una masa popular que
consiga unir fuerzas para poner fin a tanta mierda? La
respuesta está en el aire pero algunos, a los que nos duele
la cabeza día a día, intentamos aportar nuestro grano de
arena para que así sea.
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