Hacía ya tiempo que no la veía.
Pero el domingo, muy de mañana, nos volvimos a cruzar
durante nuestra caminata. Me extrañó no verla acompañada por
su perra: guapísima labrador de irreprochable pedigrí.
No me dio tiempo a preguntarle por ella, ya que entre jipíos
me dio la mala noticia: “Se me puso muy enferma, estando en
la Península y en una clínica veterinaria, tras hacerle
todas las pruebas habidas y por haber, me recomendaron
dormirla para que muriese”.
Las lágrimas de la mujer eran abundantes. Era su perra, la
que ella llevó a su casa, creció con ella, y con la que
mantenía unas relaciones diarias que hacían posible que se
olvidara de otros problemas, aunque fuera durante el tiempo
que el animal la acaparaba.
Y uno, amante de los perros, cavila que la muerte de un
animal tan evolucionado como la perra labrador, es lógico
que haya causado una pena tan grande a su propietaria. Y
hasta me la imagino, antes de ser sacrificada, mirando como
miran los perros agradecidos, las dulces y conmovedoras
caricias que le proporcionaban las manos de su dueña.
Jeremy Bentham ya planteó que la cuestión no es si un
ser vivo puede razonar, sino ¿puede sufrir? Y, por tal
motivo, la eutanasia con el derecho animal se relaciona con
el derecho a no sufrir. En fin, que llego a mi casa,
pensando en cómo los amantes de los animales lloran por
ellos, cuando los pierden, y me encuentro en Google que el
mundo de la cultura apoya una campaña contra el abandono de
animales en verano.
El título de la campaña reza así: “¿Te abandonaría él por un
veraneo?” Los veranos se han convertido en el mayor enemigo
de los animales. Ya que son abandonados a su suerte por
quienes, de manera irresponsable, decidieron un día hacerse
con un perro o gato de raza para saciar el capricho del hijo
o de los hijos en fechas que ni pintiparadas para cometer
semejante desatino.
Así, sucede que cada tres minutos se abandona un animal de
compañía en España. Lo cual propicia que más de 300.000
animales sean abandonados anualmente en nuestro país. Conque
estamos cada vez más cerca de volver a aquellos años
terribles donde perros y gatos eran perseguidos por calles y
plazas hasta ser acorralados y muertos.
Regresa, pues, aquella barbarie que los foráneos nos
achacaban. Cuando nos ponían como ejemplo de incivilizados
por la crueldad que mostrábamos hacia seres vivos que nacían
ya predestinados a ser sometidos a los mayores castigos.
Y lo malo del asunto es que la crisis económica hace que
aumente el abandono de animales. Porque las protectoras
están saturadas. Su financiación se ha reducido a la mitad y
no hay recursos para ponerle freno a esa avalancha de
tragedias de canes que vagan por la calles, con los ojos
desorbitados, buscando a sus dueños con desesperación.
Y uno se pregunta, cuando se cruza con algunos de esos
animales desolados y mostrando la faz del pánico, ¿cómo es
posible que alguien haya decidido tomarse unas vacaciones
tras dejar a su perro tirado en la calle, vagando como alma
en pena y sin mendrugo que echarse a la boca? Sí, ya sé que
quienes no gustan de los animales no entenderán semejante
defensa de ellos. Y lo acepto. Lo que no acepto es que se
les tenga para abandonarlos en verano. Lo cual es acción
vil, ruin, indigna…
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