Un buen piloto de helicóptero debe ser muy sereno, no
ponerse nervioso, tener la capacidad de ver cinco cosas a la
vez y tener buena coordinación. Eso es lo que pienso, por mi
experiencia y por los alumnos que he visto en estos años”.
Maite Betriu es piloto, una de las “cinco o seis” mujeres
pilotos de helicópteros que hay en todo el país, la segunda
que consiguió en España esta titulación. ”Los alumnos
sosegados, los tranquilos, tienen mucha capacidad”, explica
Betriu que es, además, instructora de vuelo. “Cuando estás
volando, además de mirar fuera, debes mirar adentro,
utilizar la radio, las dos manos, los pies... Debes hacer
muchas cosas a la vez”.
A sus cincuenta años, ha desempeñado casi toda su carrera
profesional en Cataluña, pero ahora está con
‘Ceutahelicopters’ realizando la “campaña de verano” en la
ciudad autónoma. Ella tiene asumido que cuando llega el
periodo estival la destinan a otra parte del país, lejos de
su ciudad natal, Barcelona. La costumbre no quita para que
la experiencia ‘caballa’ le llegase como una nueva ilusión.
“He mantenido siempre la misma ilusión, me sigue gustando
mucho, y es bien curioso porque la misma sensación de
nerviosísmo e ilusión que tienes cuando haces algo nuevo, me
pasó cuando vine a Ceuta. Me apetecía un sitio nuevo”,
explica la piloto, durante una entrevista con EL PUEBLO en
la que reconoce que una de las cosas que le gusta de su
profesión es que “aún cuando llevas mucho tiempo haciendo lo
mismo, y te gusta, siempre haces cosas nuevas”. “De hecho
-añade-, yo no sé hacer otra cosa. Si algún día pierdo la
licencia me muero”.
Una experiencia en Ceuta -donde trabajará hasta que “en
septiembre u octubre” cambien la aeronave por una más
grande-, con la que ella está encantada, pero que su hija,
Irene, de catorce años y residente en Barcelona, no lleva
tan bien. “Muchas veces me preguntan por la conciliación de
la vida laboral y familiar. Irene sabe que en verano no
existo y lo lleva fatal”, explica. “No le gusta que sea
piloto, pero su padre se encarga de ella en verano y tampoco
me siento mal por ello. Los días que tengo libres se los
dedico a ella, porque más que la cantidad, importa la
calidad”.
Eso sí, la adolescente no quiere ser piloto como su madre,
sino abogada. No ha heredado una tradición que a Betriu le
viene de su padre, que fue el primer piloto civil en una
época en la que todos los pilotos de helicóptero eran
militares. Ella, desde muy pequeña tenía claro que le
gustaba volar. Le apasionaban los motores. Mientras que sus
dos hermanas odiaban -y odian- volar, “incluso en aviones”,
con su hermano también comparte profesión.
A los doce años, su padre le enseñó cómo había que actuar en
un helicóptero. “Desde pequeña, si lo ves, subes en
helicópetero y quieres dedicarte a ello”. Así fue, desde
entonces tuvo claro que quería dedicarse a esta profesión y
se siente “afortunada” de que sea así. Más aún cuando
asegura que es un “mundo complicado” con un mercado laboral
con pocas perspectivas. “Antes había oportunidades en la
administración pero están recortando en helicópteros y no
hay previsión de que vaya a ir a más”, explica la piloto,
que añade que, además, están cerrando escuelas. “En
Barcelona había cinco y han quedado dos. También cierran las
empresas pequeñas que se dedicaban por ejemplo a la
filmación para películas. Por eso ella recomienda que se
dedique a esto sólo quien tiene verdadera vocación. “Se ve
enseguida quién se dedica a esto porque realmente le gusta y
es vocacional y quién lo hace porque no sabe qué hacer y
piensa ‘Me voy a sacar esto’. Estos últimos no llegan muy
lejos normalmente porque cuesta encontrar trabajo, es muy
duro”. “Hasta que no tienes mil horas vas mendigando que te
dejen volar. Al estar en una escuela, ves quién es
vocacional. Suele coincidir que les gustan los motores, que
han estado en simuladores de vuelo... Los que no, los que
son durillos, acaban tardando más, y se lo terminan sacando,
pero no acaban trabajando”, añade.
Una carrera larga
Maite Betriu comenzó a formarse en este campo en el año 1987
y hasta 1992 no comenzó a volar de manera profesional. En
España había algunas escuelas, pero no estaban reconocidas.
“Tenías que examinarte en Salamanca por libre y era muy
difícil y complicado”, recuerda. Por eso ella optó por
trasladarse a Estados Unidos. “Me lo saqué allí, tengo la
licencia americana, pero cuando volví a España cambiaron la
normativa y tuve que volver a examinarme de todo”. Primero
se sacó la licencia de avión, pero después se especializó en
el helicóptero, que era su verdadera pasión. Por eso,
compara volar en helicóptero respecto al avión como conducir
una limusina o una moto de montaña. “Yo soy más de moto de
montaña. El avión es ir de un punto a otro, en aeropuertos.
Pero con el helicóptero aterrizas aquí y allá. En el avión
es todo instrumental, y en el helicóptero es más visual, es
como más aventura, te genera más de adrenalina”, explica.
Recuerda los inicios como difíciles. “Me costó muchísimo.
Ahora hay escuelas y tienes un programa pero antes era muy
dificil porque tenías que estudiar con lo que encontraras
por ahí”, explica. Su primer trabajo como piloto de
helicóptero fue en una escuela de Gerona. “Me ficharon para
llevar la parte comercial y como piloto. Allí me saqué el de
instructor, que fui la primera. Estuve doce años allí, era
la responsable de la escuela, directora de operaciones, y lo
compaginaba con el vuelo, porque se instruye en vuelo”,
detalla.
Uno de los puntos fuertes del examen de ingreso es el
reconocimiento médico. “El examen inicial es muy ‘heavy’,
muy bestia”. Ni dislexias ni daltonismo, pruebas muy
específicas de coordinación. Ni soplos ni arrítmias ni más
de 15 dioptrías. “Y si no lo pasas, es para siempre,
irrevocable. Incluso aunque te operes”, explica la piloto,
que recuerda los muchos casos que ha visto en sus años como
instructora, Se ha encontrado con “gente muy ilusionada” a
la que le han denegado el acceso por cuestiones de salud.
“He vivido muchos dramas de gente que había ahorrado todo su
dinero, siempre lo había tenido en la cabeza y le han dicho
que no. Pero es que la licencia es muy restrictiva”.
Después, cada seis meses se hacen controles rutinarios.
“Tampoco puedes tener el colesterol alto ni subidas de
azúcar, ni puedes tomar muchos medicamentos. Ni alcohol ni
drogas, por supuesto. Te hacen análisis de sangre y orina y
electros”.
Además de la evolución en escuelas, donde más ha avanzado la
aviación, explica Betriu, es en “seguridad”. “En Estados
Unidos todo es mucho más sencillo, en España ha mejorado, es
muy seguro volar, también en Europa en general. Los tiempos
de descanso, las inspecciones, AESA está muy encima de las
empresas y sanciona”, explica la piloto, que remarca que
ella ha elegido en qué empresas trabajar en base a criterios
de seguridad.
Así entró en ‘Cathelicopters’, que hacían vuelos turísticos
por Barcelona y filmaciones. Y en esta empresa espera
quedarse el resto de su carrera. Pese a los años de
profesión, asegura que uno siempre está pendiente. “Está
interiorizado, pero cuando conduces un coche pocas veces
miras, por ejemplo, el aceite. En el helicóptero sin embargo
haces chequeos todo el tiempo. Tienes que conseguir volar y
que volar no sea un problema. Conocer bien la máquina y las
emergencias, que casi nunca las hay. Las máquinas cada vez
fallan menos”, explica la piloto, que reconoce no haber
pasado nunca por una situación de conflicto, ni tampoco por
una situación de ‘histeria’ entre pasajeros.
Por lo que sí se han sorprendido alguna vez es por
encontrarse a una mujer al frente de los helicópteros.
“Aunque más en Ceuta, en Barcelona no -apunta-, pero se
sorprenden positivamente”. Sí que pensó que al principio,
por el tema del género, podría tener problemas con los
bomberos, pero no fue así. Ser mujer nunca ha sido un
impedimento para ella que ha hecho de su vocación, su
profesión. Y es que, cuando escucha los motores, se
emociona. “Poner en marcha el helicóptero, escuchar motores,
saber que estoy controlándolo y luego despegar. Nunca he
perdido esa sensación de poderío y de libertad, de ilusión.
Desde arriba, pierde importancia todo lo demás”.
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