Los jueves no son, precisamente,
días en los que yo muestre el menor deseo de darme mi vuelta
por el centro de la ciudad y hasta tomarme mis copichuelas,
como diría cualquier pijo dispuesto a no pasar inadvertido
en los tiempos que corren. Tiempos duros. De una dureza
capaz de agriar el carácter de personas que siempre se
distinguieron por ser afables, atentas, simpáticas…
Anteayer, en cambio, me vi precisado a romper mi norma y
allá que aproveché la ocasión, una vez más, para pasear por
las calles céntricas de una Ceuta que a mí me sigue teniendo
sorbida la sesera. Lo cual no deja de ser una señal
evidente, tras más de treinta años residiéndola, de que
elegí bien el sitio en el cual vivir, porque me dio la gana
y sin que en la apuesta hubiera de por medio intereses
superiores a los que tenía más que asegurados en otros
sitios de la Península.
Viene a cuento el asunto, debido a que fue tema de
conversación con alguien que me aprecia y a quien llevo
tratando la friolera de tres décadas. Eso sí, ese alguien al
cual me refiero sigue sin comprender que uno que está
ganando muy buenos dineros, en un momento determinado,
acepte ganar nada y menos por quedarse a vivir en una ciudad
en la que todo se infla, todo termina por hincharse hasta
extremos insospechados. Hipertrofia, sin duda, que exige
gran vitalidad para seguirle el paso.
Me despedí de Alfonso Conejo, a quien llevaba la tira
de tiempo sin verle, así que ya mereció la pena salir a la
calle en jueves. Un AC a quien el ser abuelo lo tiene
convencido de que es uno de los mejores pasajes de la
existencia de cuantos tienen la suerte de vivirlo.
Poco después, al revolver de la esquina, me topé con
Alberto Gallardo. El cual me dio las gracias por la
columna que le dediqué a la cena benéfica, celebrada el
viernes pasado, en el Club de Tenis de Ceuta, para una obra
magnífica. La que hará posible que los enfermos de Alzheimer
tengan un lugar para pasar el día.
Llegado el momento de tomar el aperitivo, encaminé mis pasos
hacia ‘El Mentidero’, donde siempre me espera el saludo
afectuoso de Jesús Álvarez. Y además coincidí con
Moisés Wahnon. Quien, más conocido por el sobrenombre de
Mochi, me dijo, tras preguntarle yo, que está muy
agradecido a la plantilla de trabajadores que tiene a su
cargo en la empresa de la basura. Mochi, que es poco dado a
hacer manifestaciones de este tipo, se mostró encantado de
expresarse así.
Nada más comenzar la tarde me dirigí al Hotel Parador La
Muralla, establecimiento que nunca se me cae de la boca,
para bien, y hube de ausentarme, tras una espera más que
paciente, porque el comedor era un desastre. El comedor de
verano estaba tan mal servido como desgana exhibían quienes
habían sido designados para atenderlo. Conviene, pues,
cuanto antes que Alberto G. San Sebastián Vázquez,
director, tome las medidas oportunas. Y es que donde caben
los halagos también deben caber los reproches.
Decidí cruzar la plaza de África y me adentré en el Hotel
Tryp. En el cual estaba José Francisco Ríos Claro.
Quien no se cortó lo más mínimo en decirme que sigue siendo
un lector empedernido de este periódico. Y, por tanto, de
quien escribe. Sería, pues, absurdo omitirlo.
Al final, cuando parte del jueves había transcurrido más que
bien, a punto estuve de mandar a un Fulano donde el viento
da la vuelta. Por ser maleducado y desagradecido. Tiempo
habrá de bendecirlo.
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