Me tropiezo con un musulmán que
sabe más que Lepe y que siempre me ha tratado a mí con la
suficiente consideración como para que yo le tenga ley y
preste oído a cuanto me dice. Nuestra amistad data de los
años ochenta. Él, que tiene muchos menos años que yo, no se
corta lo más mínimo en decirme que Mohamed Alí se
está aprovechando de sus acuerdos políticos con Juan Luis
Aróstegui.
Cuando le insto a que me demuestre lo que me dice,
carraspea, se alisa el pelo, pasa la lengua por la comisura
de los labios, y termina arrancándose: “Un musulmán, si
tiene cogida la sartén por el mango, jamás se deja ganar la
partida por un cristiano.
La respuesta me deja a mí el toro en suerte y, por tanto, no
me cabe más que preguntarle lo siguiente: ¿Tú crees que
Mohamed Alí está aprovechándose de las ambiciones políticas
y económicas de Aróstegui?
Y mi interlocutor contesta con celeridad: “Sí; Aróstegui
cree que MA pertenece al bando de los que se chupan el dedo.
Craso error, pues, que comete quien no se cansa de jactarse
de ser la persona más inteligente de Ceuta. Y, claro,
terminará pagando su osadía”.
Mohamed Alí llegó a la política arrasando. Ya que su primera
aparición se convirtió en un gran triunfo. Pero su cortedad
y su desconocimiento de cómo funcionaban las cosas entre
bastidores institucionales, le causó tanta inquietud como
deseos evidentes de renunciar a lo obtenido legítimamente en
las urnas.
Cuando estaba a punto de dejarse llevar por la corriente de
la desesperación apareció en la vida de MA un sujeto que
venía de fracasar estrepitosamente en todas sus actividades
políticas. Y el entonces líder de UDCE, falto de tablas
políticas, se echó en sus brazos.
Desde entonces, o sea, desde que la coalición Caballas se
hizo efectiva, todos tenemos la impresión de que quien
ordena y manda es Aróstegui. Y, en mi caso, más que
impresión es certeza de que así viene ocurriendo. Lo cual no
deja de suponer un mal trago para MA. Que lleva ya tiempo
tragando quina y pensando mucho si no ha llegado ya la hora
de hacer todo cuanto esté en sus manos para darle la boleta
a un socio que viene metiendo la pata, la pata hasta el
corvejón, todos los días y fiestas de guardar.
Hace pocas fechas, cuando a Aróstegui le dio por hablar de
Fructuoso Miaja, con escaso tacto, todos pudimos oír
lo que dijo Mohamed Alí: “Deja ya de contar batallitas que
no vienen al caso”.
La admonición de MA, tan breve como severa, fue el primer
indicio de que no todo es oro lo que reluce en el pacto
entre el PSPC y la UDCE. Y pone de manifiesto que la alianza
se puede venir abajo más pronto que tarde.
Mi amigo el musulmán, que ha guardado un silencio sepulcral
mientras yo largaba, me recuerda que de haber vivido
Mustafa Mizzian se habría llevado las manos a la cabeza
por la forma de comportarse de Alí.
Un Alí del cual se dice que es consciente de que su juntera
con el PSPC le hace mucho daño a su partido, pero que
mientras a él le esté solucionando sus problemas
particulares no le cabe más que gritar a voz en cuello lo de
¡Viva la Pepa…! Y hasta no se corta lo más mínimo en airear
que mientras Aróstegui se está gastando a paso de legionario
él puede vivir a la sombra de un bambú que, además de
sombra, le proporciona dividendos. Con la complacencia de
nuestro alcalde. Faltaría más.
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